JUEGOS DE SEDUCCIÓN. CAPÍTULO 12.
Abby Lawhe es un anagrama Un león en una jaula, recién traído del África, confundido y enojado, habría tenido mejor carácter que Rex Lanning. Aquella cuenta regresiva lo estaba matando, cada hora se le hacía un minuto, cada día se le hacía una hora. Ni siquiera era capaz de controlar la tensión tan grande que sentía mientras Abby desmontaba todo el equipo de su estudio y lo guardaba cuidadosamente en una maleta.
Con cada movimiento que hacía, Rex se sentía más ansioso. ¿Por qué tenía que irse? Él la quería allí, y no sólo porque ella fuese su única relación y el objeto de sus obsesiones eróticas. Abby también era su amiga, la única mujer confiable que tenía además de Meli. 1
Tenía ganas de salir corriendo a comprarse una maleta gigante para echar todas sus porquerías e ir corriendo tras ella, pero sabía que no funcionaría. Abby ya había tomado su decisión, se iba a Europa. Rex quería creer que ella tenía la intención de volver a él, pero también temía que si la miraba demasiado a los ojos vería que ya estaba lista para cerrar ese capítulo de su vida.
Finalmente llegó el día que tanto había temido, Abby se levantó esa mañana y sonrió al ver el pequeño cordel alrededor de su tobillo, como si fuera un lindo secreto, una tradición que había nacido en aquella cama, en aquel departamento y que los dos recordarían para sie
Rex le hizo el amor esa mañana como para que no se le olvidara nunca jamás en la vida, y cuando tres horas más tarde entraron al aeropuerto de Nueva York, él le apretaba la mano tan fuerte que Abby ni la sentía.
–¿Vas a llamarme? – preguntó en un tono que hasta a él mismo le sorprendió–. Diablos, he pasado media vida huyendo de mujeres pegajosas, y ahora soy yo el que parezco una garrapata sentimental.
—Yo tampoco quiero soltarte –murmuró ella—, pero supongo que no tiene por qué acabar, ¿ verdad?
– ¡No, claro que no! ¡Y yo no quiero que se acabe, Abby! — le confesó—. Yo podría... no sé, podría ir a visitarte, podríamos hacer un plan... podríamos buscar la manera si los dos queremos, y yo quiero.
La vio sonreír con suavidad.
–Vamos a hacer algo: iremos cada uno a nuestras vidas regulares, nos asentaremos de nuevo, yo dejaré que mi familia me asalte con su amor y te llamaré en dos días – propuso ella – Después... veremos qué pasa.
Rex asintió conforme, le dio un abrazo intenso y un beso desesperado y tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para verla atravesar la puerta de embarque de aquel vuelo a Londres y marcharse de allí.
Mientras iba a tomar su propio avión, que ya lo estaba esperando en uno de los hangares privados, no podía evitar sentir aquel retorcijón de corazón que se iba convirtiendo en un gran agujero negro.
–Creo que me enamoré –murmuró pocas horas después, sentado en la barra de la cocina de Meli, y se despabiló cuando ella le lanzó un vaso de agua fría a la cara, iż Qué haces?!
–¡Pues no sé! ¡Me agarraste desprevenida! –dijo Meli llevándose una mano al pecho–. ¿No es broma? 1
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–¡Claro que no, tarada! ¡Es en serio! ¿Qué crees que he estado haciendo en Nueva York un mes entero?
–¡Follando como un cavernícola!
Rex levantó un índice para replicar pero luego lo pensó mejor. –Sí, eso también. ¡Pero en mi defensa no fue lo único que hice! –replicó—. Esta mujer de verdad me gusta, Meli, creo que en serio estoy...
–¿Que estás qué? –preguntó su amiga. –Que estoy enamorado de ella. De verdad.
Meli se quedó en silencio unos instantes, sorprendida por aquella confesión inesperada, y luego sonrió de oreja a oreja.
– ¡Eso me parece genial! –exclamó abrazándolo. –¿Sí?
– ¡Pues claro! ¡A todo cerdo le llega su San Martín! –replicó Meli–. ¡Ya era hora de que apareciera la mujer que pudiera dominar a Rex Lanning!
Rex la miró con resignación.
– Hermosa manera de llamarme puerco –suspiró–. Por eso eres mi mejor amiga. ¡Ah! Solo espero que de verdad me llame la condenada.
–¡Claro que te va a llamar, y todo va a salir bien! Lo siento en mi corazón, Rex – lo animó Meli mientras le pasaba una toalla para que se secara–. Vas a ser muy muy feliz, cariño. Él le sonrió con la misma ternura que siempre había tenido para ella y suspiró. – Bueno, cuéntame, ¿qué vamos a hacer para cuando llegue la ballenita?
–Pues fíjate, ya Nathan fue a comprarle globos de los que flotan, como si tuviera diez años todavía – rio Meli -. Sus hermanos están haciendo el cartel de bienvenida y el abuelo James casi casi está puliendo su silla de ruedas. Vamos a ir todos al aeropuerto a esperarla a ella y a Will. Harrison y los niños ya están listos avisados también así que solo queda presentarnos y armar la fiesta.
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