Helen estaba perdiendo el tiempo en su opulento chalé. Lucia, tal cual, la imagen del privilegiado despreocupado, con todo y vino rojo por la mañana, aún en su bata de dormir. Delante de ella se encontraba todo un desayuno preparado y variado que sus empleadas habían traido antes. Fue en ese momento que una llamada entrante interrumpió su conversación con Erica, por lo que se apresuró a excusarse:
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–Te marco después, Érica. Necesito tomar esta llamada. — Después de eso colgó para poner a Maya en la línea–. ¿Hola?
–Señorita Sarabia, soy yo, Maya.
– Maya, hiciste bien anoche.
–Gracias, señorita Sarabia, pero hay algo importante que necesito comentarle. Anastasia estaba con el presidente Palomares anoche.
–Qué? —preguntó Helen, palideciendo.
–Anastasia y yo teníamos que redactar un informe de evaluación anoche, pero el presidente Palomares también estaba ahí. Ambos se fueron juntos poco después.
«Así que Elías era el hombre que acompañó a Anastasia anoche. ¿El podría ser el hombre al que se refería Érica, el que se parece al niño de Anastasia? ¡Maldita sea! iAnastasia debió de actuar frente a él para ganarse su simpatia y que se comportase protector con ella!».
Helen sentía un odio indiscutible contra Anastasia. Creia que ella trataba de quitarle a Elias, puesto que no podía descartar la posibilidad de que Anastasia se hubiese convertido en una mujer avara y hueca en los últimos cinco años; aunque, siendo sinceros, ninguna mujer en su sano juicio podría rechazar a un espécimen tan perfecto como Elias. Helen apretó sus dientes y juró que no permitiría que Anastasia se saliera con la suya utilizando sus trucos sucios.
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«¡No te robarás a mi hombre!».
Por su parte, Anastasia no apartó a su hijo de su vista en todo el fin de semana. Cuando al fin llegó el lunes, lo llevó a su escuela, en donde lo vio entrar con alegría. Hasta ese punto fue que ella se relajo. Al notar la hora, se apuró en dirigirse a la compañía. Bebió un poco de agua cuando entró a la oficina. Eran las 10 de la mañana, así que aprovechó y, armándose de valor, tomó el teléfono para marcar a la extensión del presidente. No esperó mucho antes de que una voz grave contestara del otro lado.
–¿Hola?
–Soy yo, Anastasia. Yo... decidi que quiero conocer a su abuela.
Ella se expresó con algo de resistencia y tropezando un poco con sus palabras. Después de lo de anoche, había decido ser más accesible con Elías. Por algunos segundos, no hubo respuesta del otro lado de la línea. Creyó que su corazón saldría volando de su pecho por la espera, pero al final pudo escuchar su respuesta.
SU
–¿Cuándo estas libre?
–Estaré disponible siempre que sean antes de las 3 de la tarde –contestó, puesto que a esa hora tenía que recoger a Alejandro y no tendría tiempo en la noche tampoco.
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