Capítulo 7
Thiago apretó los labios con un gesto de fastidio infantil.
-¡Es que mi intolerancia a la lactosa ya está mucho mejor! El doctor dice que no pasa nada si de vez en cuando me doy un gustito. Pero mamá siempre está encima, queriendo que todo sea como ella dice.
La palabra “queriendo” en boca de un pequeño de cinco años resonó con una mezcla de inocencia y rebeldía que desentonaba en el aire. André alzó una ceja, dispuesto a responder, cuando el timbre de su teléfono cortó el momento como un relámpago inesperado.
Al descolgar, la voz de Araceli se deslizó desde el otro lado, suave pero cargada de intención.
-André, ¿ya llegaste a casa?
-Si, acabo de llegar–respondió él, firme, sin dejar traslucir emoción.
-¿Y la señorita Ibáñez aún no ha vuelto?
Un silencio breve pero denso se asentó entre ellos. André frunció el ceño.
-¿Qué pasa?
André, creo que vi a la señorita Ibáñez…-Araceli dudó, dejando que las palabras flotaran un Instante, Está cenando con un hombre joven. Se les ve muy cómodos juntos.
Hizo una pausa, y luego añadió con un tono cauteloso:
-¿Será que lo de hoy la puso de mal humor otra vez? André, ¿por qué no hablas con ella y le aclaras las cosas?
Los ojos de André se ensombrecieron como nubes antes de una tormenta. Sabrina no estaba en casa poniendo la mesa, sino compartiendo una cena con otro hombre. Su voz se endureció, casi imperceptiblemente.
-¿Dónde está?
Araceli le dio una dirección con precisión calculada.
-Entendido cortó él, y colgó sin más.
En el restaurante, Marcelo Blanco observaba a Sabrina con una intensidad que parecía desentrañar cada rincón de su alma. La luz suave de las lámparas acariciaba las líneas de su rostro, revelando una determinación que habia estado oculta demasiado tiempo.
-¿Entonces ya lo tienes claro? -preguntó él, su voz grave como el eco de una cuerda grave en
un violin.
Sabrina asintió, sus dedos rozando el borde de la copa con un movimiento casi inconsciente.
Capitulo 7
-Astra Aestiva lo diseñó mi madre solo para mí. Lo dejé guardado cinco años por mi familia… -suspiró, y en sus ojos brilló una melancolía profunda, como si el pasado se reflejara en un espejo roto.
-¿Y ahora qué sigue?-insistió Marcelo, inclinándose apenas hacia ella-. Volver significa compromisos, giras, escenarios. Quizás no te quede tiempo para tu esposo ni para tu hijo.
-Thiago ya está bien–respondió ella, y un destello de sarcasmo cruzó su mirada-. Además, parece que mis cuidados ya no le hacen falta.
-¿Y André? -Marcelo no cedió, su tono un desafio sutil–¿Él está de acuerdo con esto?
Al escuchar ese nombre, los ojos de Sabrina se volvieron afilados, como si el mero sonido cortara algo dentro de ella.
-Es mi vida, no necesito que él me dé permiso.
Marcelo la estudió un instante, sopesando sus palabras, antes de añadir:
-Pero no le va a gustar que estemos tan cerca otra vez.
-No tiene por qué gustarle -replicó ella, tajante.
Al pronunciar esas palabras, un recuerdo amargo emergió en su mente: cómo había dejado de lado a Marcelo por una sola orden de André. La culpa tiñó su expresión, suavizando su dureza por un momento.
-Marcelo, cuánto lo siento -murmuró, bajando la vista.
Marcelo negó con la cabeza, su gesto firme pero cargado de ternura.
-No, Sabrina, tú no me debes nada. Fui yo quien falló. Le juré a tu madre que te cuidaria, y miral todo lo que has tenido que pasar.
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