CAPÍTULO 64. El día más feliz de su vida
–¡Dime que si! –sonrió Nathan levantándola en sus brazos y lanzándose con ella a la cama–. ¡Dime que sí! ¡Dime que sí! ¡Dime que sí! Meli rio y lo estrechó entre sus brazos con fuerza.
– ¿De verdad tienes que preguntarlo? ¡Claro que sí! ¡Por supuesto que sí! –exclamó mientras sus labios se encontraban en un beso único, suave, que transmitía todo el amor que sentían el uno por el otro.
Nathan besó su mano, su frente, y acabó haciéndole el amor de nuevo porque... bueno porque él todavía no estaba tan viejito y tenía que aprovechar.
Pasaron esa noche en la cabaña, que luego supieron era propiedad exclusiva de Rex.
– ¡Pero tú eres un sucio! – le gritó Meli al teléfono mirando aquella carna con espanto, mientras ella y Nathan preparaban el desayuno juntos.
–¡No seas payasa! ¡Jamás he llevado a nadie a esa cabaña! ¡Es una declaración de intenciones que hice hace unos meses, de que un día me enamoraré de veras y llevaré ahí a la mujer de mi vida! ¡Pero eso todavía no pasa! –respondió Rex poniendo los ojos en blanco, pero cuando los abrió se encontró a Sophia mirándolo desde la puerta con las manos en las caderas-. Mejor me voy que tu hija ya me está asustando. ¡Adiosito! 1 Después de desayunar juntos y comer en la cama, Meli se levantó para ir a ducharse. Nathan la observaba con adoración mientras ella se movía por la habitación, su cuerpo tan lleno de curvitas y tan perfecto. Cada uno de sus movimientos era grácil y coqueto, y él no podía imaginar una mejor compañera para el resto de su vida.
–¿Te vas a quedar ahí todo el día mirándome? – le preguntó Meli sonriendo mientras se metía en la ducha.
– No, pero ¿te importaría si me quedara aquí un ratito más para admirarte? –respondió Nathan riendo.
–Sí, porque tenemos que irnos, para que podamos darle la noticia a toda la familia y luego ponernos a preparar la boda.
–¡Ah, pues entonces sí me apuro!
Algunas horas después ya estaban con el resto de la familia, y todos celebraban emocionados porque muy pronto tendrían una gran boda en la casa. Desde ese momento se desató el escándalo. ¿Cuándo hacer la boda? ¿Dónde la harían? ¿Qué tipo de ceremonia querían los novios?
¿Quién sería el padrino, la dama de honor, el de los cojines, el de los anillos, el de...?
– ¿A dónde van!? ¡No huyan, cobardes! –gritó el abuelo James mientras veían a Nathan y a Meli salir corriendo.
Aquello estaba a punto de convertirse en una batalla campal con ellos dos como rehenes. Así que se encerraron en la biblioteca muertos de risa.
– A este paso mejor nos casamos en el ayuntamiento –murmuró Meli. -¡Ni se te ocurra! – le advirtió Nathan–. ¡Yo me quiero vestir de pingüino y babearme a tus
pies cuando te vea con ese vestido blanco!
– Te vas a babear más cuando me lo quite – replicó ella. – ¡Pues dosifico las babas, pero yo quiero una boda en toda regla! –dijo él. Rodeó a Melicon sus brazos y la estrechó con dulzura hasta besar sus labios–. Tú te lo mereces, Meli. Tener un gran día, tirar la casa por la ventana, las flores, la banda de música, los brindis... tú te mereces todo eso.
– Nathan yo quiero un matrimonio, no una boda – sonrió ella acariciando su rostro.
–Y yo te voy a dar los dos. ¡Pero la boda va!
Finalmente Meli ganó: La boda sería simple pero preciosa, con todos los detalles cuidadosamente planeados solo por ella. Los invitados disfrutarían de una hermosa ceremonia en medio de un jardín, rodeados por flores y música suave. Y después bailarían toda la noche antes de irse a su luna de miel a... Disneyland.
-¿En serio? ¡No puedes hacerme esto! ¿¡Cómo que Disneyland!? – Nathan hizo un puchero.
–Sí, tú sígueme la corriente – le dijo Meli –. No quiero que los niños se sientan descuidados
rtunidad perfecta para sacarlos de paseo. Una semana en Disneyland y regresarán tan cansados que tú y yo nos podremos ir a Grecia son cargos de conciencia.
–¡Una semana en Disneyland y tendrás que irte a Grecia sin mí, porque yo estaré más cansado que los niños! —protestó él, pero Meli le hizo el amor y con eso le calló la boca en dos segundos. 1
Preparar aquella boda fue una completa y hermosa locura. Solo tenían dos semanas para eso, porque no habían querido demorarse, pero a medida que se acercaba el gran día, Meli no podía evitar sentirse más y más nerviosa.
–Oye, no te estarás arrepintiendo. ¿Verdad? – preguntó Nathan un par de noches antes, mientras caminaban de la mano hacia su habitación después de acostar a los niños.
–¡No, claro que no! ¡Cómo dices eso!? —lo regañó Meli. – Es que estás tensa, preocupada. Hace días que sonríes pero no ríes. Extraño tus carcajadas, Miss Tropiezo.
Nathan la arrastró a la cama y Meli se acomodó sobre su pecho, delineando con la punta de un dedo aquellos abdominales perfectos mientras se quedaba pensativa.
– No me estoy arrepintiendo, quiero casarme contigo más que nada en el mundo, pero no puedo evitar pensar que todo está demasiado tranquilo. ¿Sabes? – murmuró la muchacha–. Hace casi dos meses que se dictó tu divorcio y Marilyn no se ha aparecido a hacer ningún escándalo.
–Lo sé – respondió Nathan– . Yo también esperaba que diera un poco más de guerra. Incluso faltó a la visita supervisada con Sophia. Ya viste que nosotros volamos allá, esperamos dos horas en la consulta del doctor Brooks, pero nada que apareció. La trabajadora social ni siquiera logró contactarla para hacer una nueva cita, así que en lo que respecta a Sophi, al menos me siento bastante tranquilo.
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