CAPITULO 7.
Soy alérgico a ti Volver a la casa Wilde con Stephanie quejándose y despotricando del abuelo King, fue música para los oídos de Amelie, porque toda su noche valía la pena solo porque alguien tan distinguido como el patriarca de los King le dijera a su prima que se parecía al Guasón. Sin embargo, nadie en aquella limusina tenía idea de que Nathan King se había quedado dándole vueltas a las palabras del abuelo. Era verdad que Stephanie no parecía herida, sino radiante y llena de energía, como si nada hubiera sucedido. Era cierto que parecía una muchacha obediente y sumisa, pero no era para nada humilde, como le había dicho el guardaespaldas de Sophia.
Ni siquiera quería imaginar que esa gente estuviera tratando de jugar con él, porque entonces las consecuencias para los Wilde serían nefastas.
–Bueno, si ya las cosas están avanzando, creo que es hora de que Stephanie Wilde comience a comportarse como la madre que debe ser si quiere ser mi esposa –sentenció Nathan tres días después, antes de tomar el teléfono para llamar a la mansión Wilde y pedir hablar con Aquiles
–. Sí, buenas tardes, señor Wilde. Le llamaba para comunicarle que Stephanie debe presentarse en el Grupo KHC mañana en la tarde. Sophia vendrá directamente después de la escuela y quiero que pasen tiempo juntas. A las tres debe estar aquí.
“Sí... Sí, claro...“, respondió Aquiles y aquella llamada en forma de orden terminó de inmediato.
Nathan siguió con su trabajo, firmó contratos, revisó informes, poco después tuvo que ir al cuarto de copias de seguridad por reportes financieros antiguos... y no pudo evitar detenerse entre aquellas dos estanterías. Allí, en medio de aquel frío y oscuro pasillo, Nathan recupero por un momento el calor y la magia de lo que había sentido con Amelie hacía unos días. No era fuego, era lava ardiendo lo que le había corrido por las venas en un segundo, y había desaparecido en el mismo instante en que ella se había ido por la puerta.
Negó con frustración. Solo era una chica inusual, algo muy alejado de lo que estaba acostumbrado a ver en una mujer. Era una loca y probablemente traería de cabeza a todo el mundo en la compañía... y por algún motivo aquel pensamiento lo puso de pésimo humor.
Sacudió la cabeza y trató de no pensar en dónde estaría, sin imaginar que Amelie estaba justo dos pisos más abajo, dando lo mejor de ella para hacer bien aquel trabajo. –¡Gracias, Amelie! — le decían tan a menudo y con tanta sinceridad que la muchacha cobraba energías.
Era una persona extrovertida y amable, y además se esforzaba por socializar con los demás y siempre estaba dispuesta a ayudar. Buscaba nuevas formas de mejorar su trabajo y recordaba detalles que le hacían la vida más fácil a sus compañeros.
-Gracias por siempre traer sobres contigo, Amelie! ¡Eres la mejor! – le decía el jefe del departamento de diseño.
–¡Gracias por recordarme las fotografías, Amelie! ¡Las hubiera perdido si no hubiera sido por ti!
Era una persona muy dedicada y responsable, y siempre estaba animando a los demás aunque ella precisamente no tuviera un buen día.
– ¡Dios, me voy a volver loco con esto! —rezongaba Trent, su nuevo amigo del departamento de diagramación publicitaria –– ¿Cómo se supone que publicite patines de talla “adultos“?
Amelie se sentó a su lado y miró las zapatillas deportivas Nike con rueditas que llevaba.
–¿Cuántas veces te has caído con eso?
se rio.
– Muchas, pero las uso para ver si se me ocurre algo –respondió Trent–. Tengo que presentar una idea para publicitar este producto en la reunión de esta tarde y lo único que he hecho es caerme.
Amelie le miró los pies y sonrió.
– Es que eso no es apto para mayores de dieciocho, Trent. Es para niños grandes –respondió Amelie riéndose, pero a su amigo se le iluminó el rostro.
–¡Repite eso, Meli! – le pidió. –¿Qué? ¿Que tus zapatillas no son aptas para mayores de dieciocho años? –preguntó Meli y Trent se levantó como si hubiera tenido una epifanía.
– ¡Sí! ¡Gracias Meli, eres la mejor!
Salió corriendo hacia su oficina y Amelie sonrió.
–¡Trabajo de hombres mis huevos! Esta gente es más feliz desde que yo les reparto el correo – murmuró Amelie y estaba en lo cierto. 1
Por muy simple que fuera su trabajo, todos en el grupo KHC habían llegado a apreciarla en pocos días.
Al día siguiente en la mañana, Amelie estaba de mejor humor que nunca, y aunque todo su costado derecho se veía más feo, se sentía un poco mejor de los golpes.
Sin embargo no tenía ni idea de lo rápido que iba a cambiar su buen ánimo, porque no eran ni las diez de la mañana cuando Nathan King bajó al piso de diagramación publicitaria. Le habían dicho que uno de los publicistas junior había ganado la campaña para las zapatillas Nike con rueditas, y Nathan bajaba a revisar la campaña y a felicitar al chico.
Pero cuando las puertas del ascensor se abrieron en el piso doce, lo que lo recibió fue una escena que le revolvió el estómago. Trent Hudson levantaba a la chica de tacones rojos por la cintura y le daba una vuelta en el aire antes de darle un beso en la mejilla y pararla sobre una silla para que todos la vieran. –¡Eres la mejor, Meli! ¡Gané la campaña! ¿Puedes creerlo?
Y ese “Meli” tan familiar le sentó a Nathan King como una bofetada.
––¿En serio? – preguntó Amelie emocionada — ¿Ganaste?
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