JUEGOS DE SEDUCCIÓN. CAPÍTULO 6.
Kit de supervivencia Abby sintió que se estremecía mientras Rex la estrechaba contra su cuerpo y la besaba con posesividad. Sabía a hombre grande y dominante, y ese era un afrodisiaco natural. Por más que tratara de resistirse, era evidente que los dos se traían unas ganas demasiado grandes.
– Rex... en serio ¿qué haces aquí? – preguntó ella respirando pesadamente mientras él se regodeaba al sentir su cuerpo vibrar.
–Te persigo. –¿Me vas a perseguir por todo el mundo? — Tengo dinero para hacerlo – rio él.
–¿Eso es una amenaza?
–No lo sé. Amenaza, advertencia, declaración de intenciones, pero no me voy a ir a ningún lado por lo pronto. – Rex la acarició despacio y para ella fue imposible no disfrutarlo.
– Ya me estás empezando a asustar–replicó Abby abriendo los ojos-. Solo te falta decir la palabra “enamorado” para que yo me quite los tacones y salga corriendo.
– ¿Por qué eres tan mala? –protestó Rex–. No puedes decirme que no te has enamorado nunca…
–Sí, claro, una vez me enamoré, pero fue porque tenía las defensas bajas –dijo Abby y se quedaron mirándose durante un largo minuto, como si se evaluaran.
–Oye, los artistas tienen fanáticos. Yo tenía muchos que cruzaban el país solo para verme jugar.
–Mmmmm...entonces me vas a perseguir solo como mi fan? – lo provocó ella.
– Solo como tu fan, lo prometo. Obvio un fan con ciertos derechos porque no voy a dejar de besarte, solo para que los sepas! Si no te gusta la idea, haces como toda artista famosa: vas a la policía y me pones una orden de restricción. 1
Abby estalló en carcajadas y luego lo tomó por las solapas del saco, tirando de él para besarlo con posesividad. Rex pasó la noche con ella, y no le sorprendió que también allí su exposición fuera un éxito. Salieron de la galería y a esa hora muertos de hambre se fueron a un restaurante. Pasearon de madrugada por la Quinta Avenida y él trató de comportarse en el taxi hacia el hotel de Abby, pero apenas se metieron en aquel ascensor la levantó contra una de las paredes, haciendo que envolviera las piernas a su alrededor.
–¡Dios, no puedo creer lo mucho que me gustas! –susurro Rex, escuchándola suspirar cuando sus besos bajaron por el cuello de Abby.
–Pues habrá que disfrutarlo ahora que todavía no te cansas de mí –susurro ella saliendo del círculo de sus brazos y Rex la siguió por todo el corredor hasta la puerta de su habitacion.
–Nunca me cansaré de ti – dijo él y Abby le hizo una mueca de que no le creía para nada. La vio llevarse una mano a la cintura y apoyarse en el marco de la puerta como una barrera–. No me vas a dejar entrar, ¿verdad? —sonrió con resignación.
–Asi es este juego, muñeco, tú pones la insistencia y yo la resistencia —respondió Abby antes de darle un beso ardiente. Y yo siempre juego para ganar.
Rex la miró con la curiosidad bailándole en los ojos. ¿Un juego, no?
––¿Y si me canso de jugar? – preguntó. –Entonces igual habré ganado – aseguró ella–. No hay nada tan satisfactorio como espantar hombres que no valen la pena.
Rex no sabia si eso era un reto, un desafío o simplemente parte de aquel juego de seducción, solo sabia que por primera vez en años no estaba aburrido ni tenía intenciones de perder.
– De acuerdo. Nos vemos mañana, muñequita–dijo con malicia porque sabía que al día siguiente le estaría derrumbando la puerta al amanecer.
La siguiente semana fue una completa locura. ¡En Nueva York todos los hombres eran muy putos! La rondaban como si fuera una cerveza fría en el desierto, y él se los iba espantando, a unos con más educación que a otros. ¡Es que no quería ni imaginar lo que habría sucedido si él no la hubiera perseguido hasta allí! Así que a partir de aquel momento se hicieron inseparables, disfrutando cada momento un una de las ciudades más hermosas del mundo.
En la noche iban a la galería, en el día paseaban por la ciudad, explorando los rincones más recónditos y disfrutando de las vistas que ofrecía aquella metrópoli. Ella siempre encontraba algo muy loco para hacer y él tenía la energía necesaria para seguirle el ritmo.
Cada madrugada se despedía de ella en su puerta, esperando a ver si la condenada lo dejaba entrar, hasta que al quinto día no solo no lo dejó entrar sino que la vio poner cara de molestia. Había estado muy irritable todo el día, pero ya estaba que ni siquiera le reía las gracias.
– Abby ¿qué pasa? Pareces gata boca arriba.
– Lo siento, muñeco, pero de verdad es mejor que te vayas ya.
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