La habitación estaba bañada de luces cálidas. El hombre, que estaba sentado en el sillón, tenía facciones perfectas; su apuesto rostro era el arduo trabajo de los cielos. Llevaba puesto un fino traje a la medida que acentuaba su fuerte silueta. En ese momento, Elías Palomares puso una mirada fría mientras resonaba la firme voz de su abuela en su cabeza: «Elías, debes casarte con Anastasia Torres. Solo la aceptaré a ella y a nadie más como mi nieta dentro de la familia Palomares». Sin embargo, ahora Elías solo podía pensar en la mujer a la que cautivó en la oscuridad hace varios años. En aquella noche trascendental, habían adulterado su bebida, dejándolo tan ebrio que lo único que recordaba era a la mujer sollozando y pidiendo piedad. Cuando todo había terminado, se quitó el reloj y lo presionó contra su mano, para después desmayarse en la penumbra de la habitación. Habían pasado cinco años y él seguía buscándola. Apenas la semana pasada se enteró de que vendió el reloj en un mercado de segunda mano, pero le dieron la noticia muy tarde, ya que su abuela le había pedido que se casara con otra mujer. Justo entonces, sonó su teléfono una vez más, el cual contestó y saludo de manera brusca: —¿Qué? —Joven Elías, encontramos a la mujer. Su nombre es Helen Sarabia y fue quien vendió el reloj. —Mándeme su dirección; iré a visitarla —ordenó Elías con un brillo de euforia en los ojos. «¡Por fin hallé a la chica misteriosa de aquella noche! Tengo que buscarla, sin importar qué. Debo compensar lo que le hice aquella noche». Mientras tanto, Helen estaba en la boutique para mujeres. Hace poco más de un año empezó a hacerse cargo de la boutique, pero el negocio estaba en descenso continuo; intentó buscar maneras de reunir suficiente dinero para salir del apuro al intentar pagar la renta. Al final, optó por vender el reloj que tenía y, para su sorpresa, alcanzó la enorme cantidad de quinientos mil. Para empezar, el reloj no era de ella. Hace cinco años, el personal de la casa club la contactó y le dijo que encontraron un reloj en la habitación privada, pidiéndole que después lo recogiera en el departamento de cosas perdidas. Al llegar al club y ver que era un reloj de diseño para hombres, lo reclamó como su fuera suyo sin pensarlo un segundo. Desde entonces, lo tuvo en su armario hasta que decidió venderlo la semana pasada en el mercado de segunda mano. Antes de venderlo, no esperaba que el reloj valiera mucho, pero eso fue antes de que le ofrecieran aquella asombrosa cifra. Helen estaba radiante al mirar la cantidad de dinero que tenía en su cuenta y, con alegría, se dijo a sí misma al pensar: «Supongo que podré vivir con comodidad por un poco más». En ese momento, se abrió la puerta de su boutique y ella de prisa se levantó para saludar al cliente. —Bienvenido a… —dijo, pero se detuvo, ya que estaba tan sorprendida que no pudo decir nada más. —El hombre que entró permaneció parado alto y recto; era más guapo de lo comprensible y llevaba consigo una nobleza natural. Helen tardó en despertar de su aturdimiento antes de tartamudear al preguntarle—: ¿E-está buscando a alguien, señor? Su pregunta era válida, considerando que era la encargada de una boutique para mujer; era imposible que un hombre que usaba un traje refinado hecho a mano viniera a buscar algún que otro vestido. Parecía alcanzar la altura de 1.90 metros y su presencia dominante era muy obvia. —¿Helen Sarabia? —preguntó él mientras entrecerraba los ojos al mirarla, buscando rasgos en su rostro de la mujer de hace cinco años. —S-sí, soy yo. ¿Y usted es…? —No pudo terminar sus palabras, como si la mirada ardiente del hombre descontrolara su facultad para hablar. Tras oír su respuesta, el hombre sacó de su bolsillo un reloj de hombre ante ella y, después, preguntó con una voz grave y retumbante: —¿Ha tenido este reloj consigo los últimos años? Cuando Helen lo observó, sintió la urgencia de encogerse y, al pestañear con culpa, balbuceó: —A-así es, el reloj es… mío. —¿Y usted es la mujer del Club Abismal de hace cinco años? ¿La que estaba en la habitación 808? —la presionó Elías, mirando con atención a la mujer mientras pensaba sobresaltado: «¿De verdad será la mujer de aquella noche?». Los motores en la mente de Helen se encendieron al instante. «La habitación 808 de hace cinco años… ¿No fue la habitación en la que Érica y yo le tendimos la trampa a Anastasia? ¿Por qué este hombre me está preguntando sobre aquel incidente?». —Por supuesto —contestó con franqueza sin pensarlo tanto—, era yo. —De ahora en adelante, quédese con este reloj y no intente empeñarlo de nuevo. Me aseguraré de compensarla por lo que pasó aquella noche —dijo mientras le entregó el reloj—. Soy Elías Palomares. Recuerde mi nombre, ¿sí? Sorprendida, Helen alzó la mirada y pensó: «¿Elías Palomares? Es decir, ¿el heredero del Corporativo Palomares, el conglomerado principal?». —¿U-usted es Elías Palomares? —preguntó tan sobresaltada que podría colapsar. —Señorita Sarabia, esta es la tarjeta de presentación del joven —interrumpió el hombre al lado de Elías, dándosela—. Puede buscarlo si necesita ayuda en cualquier momento. Con la mano temblorosa, ella tomó la tarjeta y, cuando vio el sorprendente nombre en relieve con el pedazo de papel dorado, casi se le salía el corazón del pecho. «Entonces, ¿el hombre con el que se acostó Anastasia hace cinco años no era un acompañante masculino que le contratamos, sino que es este guapo espécimen que resulta ser el heredero de la fortuna de la familia Palomares?». Al darse cuenta de esto, Helen tomó a Elías del brazo y forzó que le cayeran lágrimas en la cara al ponerse histérica. —Tiene que hacerse responsable, Elías. ¿Acaso sabe cuánto lo herida y traumatizada que quedé después de aquella noche? Con esto, bajó la mirada y siguió con sus lágrimas de cocodrilo, sollozando de manera miserable como si fuera a la que violaron hace cinco años. Solo tenía un objetivo en mente: ponerse en los zapatos de Anastasia y asumir el rol de víctima debido a esa noche funesta. Estaba determinada por que Elías se hiciera responsable para que ella pudiera sacarle más beneficio a la situación. En definitiva, esperaba casarse con el hombre y convertirse en la señora de Palomares. —No se preocupe; le prometo que me haré responsable —contestó con seriedad el hombre, con un tono de firme y reconfortante en su rasposa voz. —Señorita Sarabia, el joven Elías preparó un chalé para usted y puede mudarse cuando quiera. Él se encargará de todas sus necesidades a partir de ahora —señaló con amabilidad el asistente personal de Elías, Ray Osorio. A Helen le brillaron los ojos; estaba tan contenta que podría desmayarse. «¡Me espera un mundo de riqueza y glamur!», pensó. —Hay algunas cosas de las que debo encargarme, así que debo irme —dijo Elías tras mirar con brevedad a Helen antes de darse la vuelta. Cuando se cerró la puerta detrás de él, Helen sostuvo el reloj con mucha fuerza; estaba tan abrumada por este inesperado giro que podría llorar. —¡Voy a ser rica! ¡Rica! Mientras celebraba su golpe de suerte, se percató de que tenía el deseo de que Anastasia hubiera muerto en los últimos cinco años para que no se apareciera de la nada como un animal atropellado. En su discreto y lujoso vehículo, Elías estaba sentado en el asiento trasero, con los ojos cerrados, pensando: «¿En serio es Helen la mujer de hace cinco años? ¿Por qué es tan distinta? ¿O será que cambió en este tiempo?». Los rayos anaranjados de la puesta del sol brillaban en la ventana del coche y hacían juego con las esculpidas facciones del hombre. Se veía tan apuesto que era imposible creer que no fuera una valiosa pieza de arte que pertenecía a un museo; no había quién pudiera copiarle su hermosa apariencia. Él era el verdadero sucesor del Grupo Palomares; apenas hace cinco años había tomado las riendas y llevó al conglomerado a mayores alturas, tanto que le dieron el primer lugar entre las principales empresas del mundo. Él experimentó su primera y única caída de su vida esa fatídica noche de hace cinco años. Uno de sus rivales le había puesto droga a su bebida con la esperanza de arruinarle su reputación. Elías se salvó al lanzarse a esa habitación privada, pero justo cuando el efecto de la droga estaba al máximo, una mujer cualquiera entró a toda prisa y lo libró de su aprieto. Desde entonces, el hecho de haber violado y de arrebatarle la inocencia a la chica le pesaba en la consciencia. Estaba seguro de que ella había sido casta hasta esa noche, porque, al despertarse, vio manchas de sangre en el sofá bajo la luz de la habitación después del acto. Al pensar en el desorden que había allí después de su hazaña, dejó de dudar en la identidad y de su impresión de Helen, pensando: «Tengo que hacerme responsable de lo que le hice». Mientras tanto, Anastasia estaba en su departamento en algún lugar del extranjero, diciendo por el teléfono: —Entendido. Dame tres días, máximo, para regresar al país y me prepararé para la competencia. —Mami, ¿vamos a regresar? —preguntó una pequeña figura que se le acercó a su lado. Llevaba puesto una camisa azul a cuadros y un par de pantalones cortos de mezclilla. Sus facciones faciales parecían esculpidas, aunque infantiles. Tenía cuatro años más o menos, pero sus movimientos tenían inconfundible gracia y elegancia. Anastasia sonrió y asintió. —¿Te gustaría volver conmigo?
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