En su interior, a Anastasia no le gustaba responder a ese tipo de preguntas. —Sí, es que está ocupado. —En el día de deportes en familia, su marido dijo que trabaja en finanzas. La mayoría que trabaja en ese ambiente es gente muy ocupada pero muy adinerada. ¿En qué trabaja usted, señorita Torres? —Era obvio que estaba tratando de tener una conversación vacía. —Soy ama de casa —dijo, inventándose una respuesta, pues no le gustaban las preguntas que tenían que ver con los antecedentes de uno. —Entonces, ¿en dónde viven? —En el bloque de por allá —señaló al azar. —El coche de tu marido debe costar mucho, ¿cierto? —Su empresa se lo prestó. Entre más preguntas le hacía esa mujer, más creía que Anastasia no le iba bien en cuanto a economía al inscribir a su hijo en esta escuela. Por lo tanto, la mujer se sintió aliviada; sin embargo, cuando examinó las facciones y el cuerpo de Anastasia, sintió envidia y celos, pues pesaba unos sesenta kilos. Los detalles de la piel de Anastasia podían verse bajo el sol del atardecer: apenas se le veían los poros y tenía piel cristalina y blanca, es decir, de una belleza típica. Además, tenía cabello largo, sedoso y liso; su blusa dorada y su falda entubada negra acentuaban bien su buena figura. No había algún defecto que esta mujer pudiera encontrarle, por lo que no pudo evitar lamentarse de lo injusto que podía ser el destino. Justo entonces, cuando se abrieron las puertas, Anastasia se apresuró en recoger a Alejandro, pensando: «Si esa señora me hacía otra pregunta, yo… ¡Aj!». Después de recogerlo, ambos se subieron a un taxi y se dirigieron a un centro comercial cercano para cenar. Eran alrededor de las 7:30 cuando salieron, por lo que el cielo ya había oscurecido. Anastasia llamó un taxi para volver a casa. Como había mucha gente volvía del trabajo cuando llegaron a la entrada de su vecindario, Anastasia decidió bajar del taxi y volver a casa a pie. Justo entonces, alguien exclamó detrás de ellos: —¿Señorita Torres? Volteó la mirada, sosteniendo la mano de Alejandro, cuando se encontró a Óliver acercándose con su mochila para láptop en la espalda. —¿Óliver? —Anastasia estaba sorprendida de verlo allí. —Vivo aquí, ¿también tú? —preguntó con una sonrisa. —Vivo en el bloque 8. —Yo en el 10. —Mami, ¿quién es? —preguntó Alejandro con curiosidad. —¡Es el buen hombre que me devolvió mi teléfono! —le contestó, cosa que le mencionó durante la cena. —¡Oh, es usted, señor amable! —sonrió con cortesía. —Acabas de salir del trabajo? —le preguntó Anastasia con interés. —Sí. De todas formas, estoy solo, así que no importa dónde esté —contestó y tocó el mando para entrar. Luego, sostuvo la puerta para la madre y el hijo; cada acción de Óliver era muy considerada y cortés. En ese momento, estaba examinando al niño que Anastasia tenía en las manos—. ¡Tu hijo es un pequeño muy apuesto! —¡Gracias! —Como somos vecinos, ten la confianza de venir conmigo si tienes un problema informático. Me gano la vida lidiando con computadoras, así que podré resolver cualquier problema que te surja. —¡De verdad te lo agradecería! Deja que te invite a comer algún día. —Cuando llegaron al bloque 8, Óliver se despidió de ellos con la mano. Después de volver a casa, durante los próximos dos días, Anastasia decidió ir a echar un vistazo a algunos coches. Era una solución mucho más económica que estar pidiendo un taxi adonde fuera. Con los ahorros que disponía, podía pagar un coche de doscientos mil con el pago completo. Era una decisión importante para ella. Por ello, decidió estudiar bien qué coche comprar, lo que se convirtió en algo muy serio durante los siguientes días. Como Elías estaba de viaje de negocios, no había ido a las últimas juntas. En un abrir y cerrar de ojos, pasaron cinco días; y, aquella mañana, Fernanda hizo un anuncio: el puesto de director adjunto se lo dieron a Alexis. Esto no sorprendió a Anastasia, pues Lizbeth no era competencia para ella. Alexis tenía amplias conexiones, así como familiares y amigos que también estaban bien, pues ayudaban a los comerciantes bajo la dirección de ella a ganar decenas de millones. Durante la junta, Alexis miró con arrogancia a Anastasia, pues se volvió su jefa, su superior.
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