—¡Apuesto a que trabaja cerca! Yo soy de Empresa Cristalina, ¿y usted? —Trabajo en Estudio de Joyería Burgués. —¡Vaya! ¡Trabajamos al lado del otro! —exclamó el hombre. Anastasia se asomó por la ventana y miró el edificio de Empresa Cristalina justo afuera, por lo que sonrió. —¡Sí! ¡Desde aquí puedo ver su edificio! —En ese caso, la estaré esperando frente a su edificio de oficinas a eso de las 11:30. Solo tiene que bajar a esa hora. —¡Muchas gracias! —No se preocupe. Ante esto, colgó y volvió a la sala de juntas. Después de que se terminara, Fernanda se inclinó con una sonrisa. —Deberías invitarlo a comer, ¿no? —Ese es el plan —asintió. —¡Parece un joven guapo! Me pregunto si también lo es —comentó Fernanda. Anastasia también pensó que el joven parecía amable y apostaba que era del tipo ambicioso y trabajador. A las 11:20, bajó y esperó a que llegara el hombre, contenta de haberse encontrado con un desconocido que le devolviera su teléfono. Justo entonces, un taxi se detuvo en la entrada; Anastasia alzó la vista y miró a un hombre con camisa de cuadros saliendo, que medía casi dos metros, apuesto, con un temperamento puro y una mirada simpática. Cuando él levantó la vista y miró a Anastasia, se quedó perplejo por unos segundos. Luego, pestañeó y, con una sonrisa, preguntó: —¿Usted es la señorita Torres? —Sí, soy yo —asintió y sonrió de vuelta. Él sacó el teléfono de su mochila y se lo entregó. —Aquí tiene. Debería revisar si tiene algún daño. Estuvo en mi mochila todo este tiempo. Aunque ella estaba conmovida, por supuesto que no iba a revisarlo porque estaba agradecida con tener su teléfono de vuelta. —Muchas gracias. Si no lleva prisa, ¿por qué no lo invito a comer? —Por favor, llámame Óliver. Soy programador y tengo que volver corriendo a una junta, así que tendré que rechazar su oferta, pero espero que podamos ser amigos. —Óliver Rosales se rascó la cabeza al estar un poco nervioso por hablar con una hermosa dama. —Claro, intercambiemos números. Deja que te invite a comer algún día —dijo Anastasia con entusiasmo. Después de hacerse contactos, Anastasia lo acompañó al taxi antes de volver al mostrador. Tenía que admitir que Óliver le causó una gran impresión; además, desde pequeña le gustaban los chicos limpios y de aspecto fresco. En cuanto volvió a su oficina, sonó el intercomunicador y contestó: —Hola, habla Anastasia. —Ven a mi oficina —sonó una voz magnética propia de Elías. Sin embargo, ella no quería verla. —Estoy ocupada en el trabajo, presidente Palomares. Puede decírmelo por el teléfono. —Tengo que hablar contigo sobre algo en persona. —Dígame qué es, presidente —insistió Anastasia de manera cortante. —Iré a tu casa a cenar esta noche —dijo Elías sin rodeos. —Decidí llevar a cenar a Alejandro esta noche. —Entonces iré con ustedes. —Me gustaría ir sola con mi hijo. —Déjame invitarlos. —No, gracias —dijo, a punto terminar la llamada. —Quiero que sepas que voy a estar de viaje de negocios por una semana —la interrumpió. Sus palabras tomaron a Anastasia por sorpresa y pensó: «¿Se va a ir por una semana? ¡Grandioso! ¡Así no tendré que verle la cara durante ese tiempo!». —¿No debería estarle contando esto a Helen en lugar de a mí, presidente Palomares? Estoy seguro de que lo echará de menos —siguió indiferente. —¿Y tú no? —No —le contestó sin pensarlo dos veces. Después de todo, había decidido alejarse de él de una vez por todas. —Qué despiadada. —Colgó el teléfono, dejándola perpleja por varios segundos. A las 3:00 de la tarde, Anastasia decidió salir temprano del trabajo para recoger a su hijo. Cuando llegó a la escuela, las puertas aún estaban cerradas, así que espero al lado. Por desgracia, se encontró con la madre amistosa de aquella vez, la cual se le acercó. —Hola, señorita Torres. ¡Vino temprano! ¿Su esposo no está con usted?
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