Tatiana
Sebastián lucía desesperado, tenía el cabello despeinado como si se hubiese pasado la mano varias veces por su cabeza, y notaba que tenía los ojos casi desorbitados viéndome. Yo empecé a dar varios pasos hacia atrás, mientras él avanzaba hacia mí.
No sabía qué hacer, podía escucharlo respirar fuerte y de repente recordé que los hombres lobos eran criaturas peligrosas. Mi cuerpo me lo decía, yo tenía miedo. Y cuando mi espalda chocó contra el tope de los lavamanos, mi respiración se ajetreó.
—¿Que... qué haces aquí?... este es el baño de... —
—¿Qué demonios tienes puesto?— me preguntó casi hablando entre dientes. Se veía increíblemente tenso como si intentara reprimir algo. A mí no me quedaba la menor duda de que era odio y disgusto.
—Yo... — empecé a decir y las palabras se quedaron en mi garganta, y sentí una extraña oleada de terror cuando vi que él se acercaba a mí y se inclinaba.
Quería salir corriendo como esos dibujos animados, donde quedaba la marca del cuerpo del personaje a través de la pared.
Pero creo que el pánico impidió que me moviera, casi ni respiraba cuando Sebastián se acercó más y más a mí, apoyando sus manos en el tope de los lavamanos, y acercando su cara a mi cuello.
Pensé que iba a susurrarme algo, posiblemente algo desagradable, pero no salió ninguna palabra, sino que escuchaba su respiración ajetreada, y ligeramente la punta de su nariz en mi piel.
Yo coloqué mis manos delante de mí intentando protegerme, y cuando me alejé involuntariamente, Sebastián pareció darse cuenta y reaccionaba.
—Respóndeme, ¿por qué tienes esa ropa?—l prácticamente me demandaba.
—Es mi uniforme... —
—No puedes salir así... de ninguna manera— decía firme y yo la miraba, perdida.
Él me detallaba, especialmente mi pecho que prácticamente no cabía en la camisa, apretado en este uniforme que no era de mi talla. De repente, suspiró como si hubiese tomado una decisión.
Y lo que hizo a continuación… fue aún más extraño de todo lo que había pasado en los últimos segundos. Vi prácticamente en cámara lenta como él se quitaba su chaqueta y luego iba a su camisa, desabotonando con precisión.
Yo ahora no sabía qué pensar, no había ninguna razón lógica para que este alfa que tanto me odiaba estuviera... desnudándose delante de mí en este baño. Podía ver sus tatuajes, su piel perfecta y bronceada, algunas cicatrices, y era perfecto.
Sus brazos tenían venas que le sobresalían, sus músculos marcados, sus tatuajes de lobos y otras figuras. Era alto y yo tenía su pecho casi en frente de mí. Y podía decir, con toda la seguridad, que era un espécimen increíble.
Y cuando terminó, me observaba, tenía la camisa abierta y abajo una camiseta. ¿Cuáles eran las intenciones de este hombre?
—Quítate tu camisa... — me dijo simplemente.
—¿Perdón?— pregunté escandalizada.
—Te dije que te quites tu camisa... — decía con una voz autoritaria. ¿Quería que me… desnudara? ¿Se querría reír de mí?
—Yo no…. — dije y la molestia crecía dentro de mí.
—La camisa no te queda, te dije que no vas a salir así... — decía y lo escuchaba gruñir.
—Es mi uniforme y yo... — empecé a decir cuando vi que rápidamente sus manos fueron al cuello de mi camisa, yo empecé a empujar sus manos, pero en segundos él había jalado la tela, abriendo mi camisa de golpe, rompiéndola y los botones salieron por los aires.
—¿Qué demonios?— grité y sentí como mi cara se enrojecía. Rápidamente, tapé mi cuerpo con mis brazos, mientras literalmente caían los pedazos de la camisa.
Quedé ahí como una tonta, totalmente expuesta y semidesnuda en mi ropa interior. Sentí frío y como mi cuerpo temblaba mientras él me observaba. Sentía que quería llorar. Él no me quitaba los ojos de encima y me detallaba, mientras yo cubría mi pecho y mi abdomen como podía.
—¿Por qué...?— le pregunté casi tartamudeando y volvía a verme a los ojos.
No me respondió, sino que se quitó su camisa, coloco una mano en mis brazos, y me ayudó a ponérmela mientras yo hacía todo lo posible para ocultar mi cuerpo.
Después la abotonó con dedos temblorosos, sin dejar de verme, hasta el último botón de la camisa, como si no quisiera que nada de mí se viera. Yo podía sentir el calor que irradiaba su cuerpo y un perfume que no podía describir.
Su camisa era grande y prácticamente me quedaba con un vestido, y cuando él procedió a bajar el cierre de mi falda, yo entré en pánico, él estaba cruzando un límite el cual yo no estaba dispuesta.
—¡Déjame!— le grité y él me observó sorprendido, pero volvió a ir a mi falda, y yo ahora golpeaba sus manos.
—¡Solo estoy tratando de ayudarte!— me dijo prácticamente ofendido.
—¡Yo no necesito de tu ayuda!— grité.
Parecía haberse molesto, pero igual seguía determinado. Prácticamente, me contuvo mientras habría el cierre de mi falda ligeramente y podía sentir sus manos colocando la camisa dentro. Yo forcejeaba peleando con él, sintiendo sus manos en mis caderas y levemente mis piernas, hasta que él volvía a acomodar la falda.
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