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Había demasiado silencio.
Normalmente cada vez que le llevaban una loba a su macho reproductor durante la noche, solía haber sonidos saliendo de la celda, no muchos y en varias frecuencias, pero si había. Entonces era de suponer que algo raro estaba ocurriendo.
Uno de los cazadores que custodiaba el pasillo avanzó algo preocupado. Apretó la vara eléctrica en su mano cauteloso. Entraría en una celda con dos lobos en celo. Uno de ellos, un macho que intentaría proteger a la hembra con que se estaba apareando y con el carácter del lobo de seguro lo atacaría.
Tragó en seco y acercó la mano a la manigueta y la comenzó a bajar con cuidado creando un chirrido oxidado. Aun así, no sintió sonido dentro. Frunció el ceño, algo no estaba bien. Abrió la puerta con la vara en la otra mano y entró. La luz del pasillo inundó la habitación y su pie se posicionó en el suelo escuchando un leve chapoteo. Cuando miró abajo sus ojos se abrieron grandes de la impresión.
Sangre. Mucha sangre.
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