Isabel tiene un hermoso cabello largo y ondulado, ojos miel y gracias al frío tiene levemente la nariz roja. Es un poco bajita, pero es normal, yo soy muy alto por lo que su cabeza me queda un poco a la altura del pecho, aunque justo hoy trae botas con tacón lo que le hace ver mas alta.
Me quedo observándola por un minuto, mientras analizo su rostro, tan hermoso y expresivo que ahora sé que no podré borrar de mi mente y me acompañará por el resto del fin de semana y posiblemente más.
―Eres tan diferente como te imaginaba.― Abre la conversación.
―¿Diferente? ¿En qué manera?
―Pues, siempre te imaginé menos...
―¿Amargado?
―Guapo.― Murmura y sonrío ligeramente.
―Bueno, no sé qué decir al respecto sobre mi imagen pero si te puedo decir sobre la tuya... tu rostro va con tu nombre y con tu sonrisa.― Me atrevo a decir. Isabel se sonroja, supongo que jamás imaginó que yo le diría eso y mucho menos yo, tampoco sé porqué lo hice.
―Además de filósofo eres poeta... ¡Qué bien! Aunque tu ropa dice que no eres nada de los dos.
―No lo soy... pero ¿quién crees que soy?
Ella se queda pensando un minuto y sonríe.― Eres alguien que quiere un croissant tanto como yo... vamos, que muerdo de frío.
Ambos comenzamos a caminar hacia el café Du lait que se encontraba en uno de las esquinas de la boquera. A comparación de cuando yo había ido, esta vez estaba alumbrado con todo tipo de luces navideñas y había un conjunto de jazz al fondo tocando La vie en Rose que me hizo recordar a mi madre cuando la ponía en la casa.
Nos sentamos adentro, ya que el frío comenzaba a pegar un poco más fuerte y sabíamos que ni cinco chocolates calientes nos ayudarían a mantener el cuerpo a temperatura, además de que la única mesa se encontraba cerca del conjunto de jazz al fondo del lugar. Le recorrí la silla con cuidado y ella me sonrió en agradecimiento. En seguida un mesero nos trajo la carta y ella simplemente pidió, un chocolate caliente con mucha crema batida en la parte de arriba y un croissant relleno de chocolate, yo pedí igual pero en lugar de la crema batida pedí con malvaviscos, después nos vimos de nuevo y ella me sonrió.
―Es un placer conocerte Isabel.― Le dije a los ojos mientras ella sonreía.
―Igualmente... personalmente quiero pedirte disculpas por haberte dicho cabrón, no era mi intensión.
―No pasa nada... quiero pensar que en algún punto lo fui.
Ella se ríe.―No suelo expresarme así pero, estaba tan enojada que lo hice...― Sonrió y yo lo hice de nuevo, tan natural que me asusta.
Nos quedamos un momento en silencio mientras el chico nos pone los platillos sobre la mesa y luego un plato de crema batida extra al lado mío.
―De la casa Señorita Osher.― Le dicen y en ese momento sé que su nombre completo es Isabel Osher, y la conozco un poco más.
―Gracias.― Contesta y mientras con una cuchara le pone un poquito al lado del croissant.― Amo la crema batida.
―Veo que eres cliente frecuente.
―Te dije que vengo seguido probar los croissants para encontrar el ingrediente secreto de la masa para hacerlos... por eso me conocen tanto.
Veo mi croissant y estoy a punto de morderlo y ella me dice que no con la cabeza.― Primero, toma un sorbo del chocolate para que tus papilas gustativas entren en juego.― Indica y yo como si fuera su alumno lo hago.
Pruebo el delicioso chocolate y como uno de los pequeños malvaviscos que hay en la taza y siento esa sensación de calor sobre mi pecho que me reconforta por completo. Después, volteo a verla y me río porque veo que tiene crema batida sobre los labios y sé que yo igual tengo chocolate a la altura de los míos. Ella se limpia levemente con la lengua, pasándola lentamente removiendo la crema, y con ese simple movimiento llama enteramente mi atención.
―Ahora sí, prueba el croissant, sentirás como el chocolate dulce con el amargo se fusionan y hacen una explosión de sabores.
―Muy bien, tú eres la chef.― Comento y tomo el croissant y le doy una mordida. El paraíso de chocolate se rebela ante mí.
―Cierra los ojos, siente la combinación de chocolates, el calor del croissant recién horneado.― Me explica con su melodiosa voz a la que ya estoy acostumbrado por las infinitas pláticas que he tenido con ella.
Isabel tiene razón, la explosión de sabores me reconforta, revive de nuevo y se lleva todo el malestar del cuerpo que sé yo mismo me había provocado con tanta agua fría, caliente, la hambruna y al principio el alcohol y las pastillas para dormir.
―Delicioso.― Murmuro.
―Lo sé, mi hermana me lo enseñó cuando venía conmigo.
―¿Tu hermana? Dijiste que tenías un hermano.
―Sí, hermano y hermana, yo soy la menor.
―¿Y? ¿Cómo se llama tu hermana?
Ella toma otro sorbo y luego vuelva a limpiarse el chocolate.― Se llamaba Bettina o Betty. Murió hace unos años atrás... tenía cáncer en el cerebro. La última vez que vine con ella fue antes de que entrara al hospital para que la operaran.― Comenta y sonríe leve.
―Lo siento, fue imprudente de mi parte... yo.
―No pasa nada, es pasado, ahora ella está en un lugar donde no siente dolor y yo estoy aquí disfrutando todo por ella, para cuando me toque mi momento y me reencuentre con ella pueda decirle todo lo que hice.
―¿Crees que a ella le hubiera gustado que trajeras a otro aquí? ― Pregunto y ella asiente.
―Claro, porqué no, además su sabiduría de chocolate y croissant está pasando de discípulo, a discípulo... tu lo aprendes ahora, después lo pasarás a otros.― Contesta feliz y sin que ella lo sepa en este momento me acaba de dar una lección que deberá analizar en mi piso solo.
―No sabía que era tu discípulo ya...― Bromeo y ambos reímos.
―Si quieres... no es obligatorio Quentin.― Comenta y debo admitir que amo como pronuncia mi nombre, no sé si porque en su voz se escucha tan melodioso o porque ella hace un esfuerzo para pronunciarlo correctamente.― Sólo que cuando uno se mete a las artes de los croissants se vuelve adictivo.
―¿Al arte de los croissants? Hmmmm.― Contesto.
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