[Isabel]
Abro los ojos lentamente al escuchar por fin un ruido afuera de la habitación, no sé si están quitando la nieve o si es el camión de la basura, pero éste ha ayudado para que pueda dar el paso de despertarme después de una noche bastante intensa y, no lo digo por lo que pasó con Quentin y conmigo en la sala, si no por todo lo que me confesó en la madrugada mientras trataba de sobrellevar ese ataque de ansiedad.
Me levanto lento, ya que el yace dormido a mi lado, lo observo. Comienzo a recorrer su rostro con mi mirada, veo sus hermosos ojos enmarcados con esas hermosas pestañas, la barba siempre tan bien cuidada y el cabello castaño obscuro sin ninguna cana aún. En este momento tiene los labios pálidos, pero siempre llevan un color rojizo que me hace desearlos más, además de que son extremadamente carnosos dándole un volumen los hace muy "antojables". Su piel blanca contrarresta con el castaño obscuro de su cabeza y el rojo de sus labios y con esos ojos claros casi verdes que se notan cuando los abre. Básicamente es perfecto o al menos yo le veo así.
Su cuerpo, bien trabajando, se impone ante mí con esa altura que lo caracteriza y que, cuando se acerca me pone tan nerviosa que tengo esa sensación de salir corriendo, pero no puedo, siempre decido. Sin embargo, lo que más me gusta de él son sus manos. Estas manos suaves, grandes, con dedos largos que parecen de pianista, que me toman y me acarician con tanta ternura, me vuelven loca, a veces parece que tienen personalidad propia, a veces son hielo, otras tantas fuego, a veces son suaves y a veces fuertes, todo eso atado a un montón de sensaciones que no puedo controlar.
Me quedo ahí, por un momento, mientras duerme tranquilo. Me alegro que lo haga creo que lo necesita, ya que su rostro delata los insomnios, las tristezas, las despedidas y el desamor. Así que me levanto con cuidado, bajo de la cama y me pongo los zapatos para salir de la habitación y caminar hacia la cocina. Recorro el pasillo que va hacia las escaleras de madera, las bajo con cuidado para después caminar hacia la hermosa sala donde se encuentra la chimenea, ésta aún sigue con un poco de brasas que dan un poco de calor a la habitación. Veo el sofá y me sonrojo, sólo de pensar lo que pasó ahí me desconozco. Yo no soy así, suelo ser en verdad más tímida pero parece que con Quentin soy otra.
Camino hacia el pequeño sofá que está pegado al ventanal y me siento un momento, por fin la nieve ha dejado de caer y ahora sólo se ve el paisaje blanco que abarca todo el jardín que no se nota lo grande que es por la cantidad de nieve sobre el pasto.
―Me hubiera encantado haber venido en primavera.― Murmuro mientras lo observo. Me cubro bien con la bata para calentarme más, me recargo sobre el respaldo y cierro los ojos.
«Tal vez pienses que esto es muy rápido y que posiblemente esté bromeando, pero, no puedo equivocarme con esto que te digo, me gustas, te quiero y deseo que te quedes».
Me viene a la mente esa frase y sonrío. Si alguien me preguntara ¿cómo es que Quentin Valois llegó a decirme que me quería? No te tendría la respuesta. Simplemente pasó y no lo puedo creer, sobre todo después de la decepción amorosa que pasé un año atrás con el "cabrón" ese que me engañó, estafó y rompió el corazón ¿será que Quentin es mi recompensa por todo lo que pasé?
―¿Isa? ― Escuchó su voz en la planta de arriba.
―¡Aquí! ― Exclamo fuerte para que me escuche.
Expectante veo hacia las escaleras esperando a que baje, de pronto su alta y bien formada silueta se aparece envuelta en una hermosa bata de franela de color negro y el cabello arreglado, como si se hubiera peinado en este momento para poder bajar.
―Buenos días.― Me dice con su hermosa y sensual voz que tantas veces me acompañó en mi día.
―Buenos días ¿descansaste?
―Sí, pero después de un tiempo comencé a sentir frío, así que me desperté y me percaté que te habías ido ¿no fue mucho tiempo o sí?
Quentin entra a la sala, con una pequeña pala comienza a mover las cenizas y unos minutos después prende la chimenea para volver a calentar el lugar. Se acerca a mí y se siente en el sofá conmigo, me ve a los ojos y sonríe mostrando esos hoyuelos que tanta ternura me dan.
―¿Dormiste bien? ―Me pregunta.
―Sí, gracias. ― Respondo nerviosa ya que esa mirada intensa se centra en mi boca.
Quentin acarician mi cabello y luego baja su mano hacia mi trenza la recorre hasta la punta y juega con ella. Cada vez que hace, mi cuerpo se pone en alerta es cuando quiere salir huyendo pero a la vez quiere quedarse. Siento una revolución enorme en mi estómago entre emoción, ansiedad y alegría. No quiero que me vea así, pero me encanta.
―Perdón por lo de anoche Isabel.― Murmura.
―No, no tienes nada porque pedir perdón... no hay nada que perdonar.― Me muevo los labios ese tic que siempre sale cuando estoy con él.
Quentin sonríe.― Te agradezco por apoyarme y por estar. Te confieso que fue delicioso que durmieras conmigo, tenía años que no sentía el cuerpo de otra persona a mi lado en la cama. Con este clima fue... muy placentero tu calor.
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