Capítulo 100
La voz del supuesto doctor resonó con una calma calculada, mientras sus ojos brillaban con un destello codicioso.
-No es fácil de tratar, pero claro que se puede curar. Solo harán falta algunos tamales especiales.
-¡Ay, qué alivio me da escuchar eso! -Margarita exhaló, llevándose una mano al pecho-. ¿Entonces solo son unos tamales?
-Estos tamales no son cualquier cosa -replicó él, inclinándose hacia adelante con aire misterioso-. Llevan ingredientes exóticos, muy costosos. El precio no es poca cosa.
Margarita soltó una carcajada breve, casi desafiante.
-¿Bromea, doctor? Mi hijo es dueño de una empresa que mueve millones. Tengo autos de lujo, mansiones… ¿Cree que no puedo pagar unos tamales?
-¿Está segura? -Los ojos del estafador se iluminaron con un brillo astuto, y levantó cinco dedos con deliberada lentitud-. Son cinco tamales en total, más o menos.
Jazmín dejó escapar un suspiro profundo, aliviada, y esbozó una sonrisa cálida.
-Cincuenta mil. Yo los cubro por usted, no se preocupe.
-Ay, Jazmín, no sé si debería aceptarlo… -Margarita le devolvió la sonrisa, pero antes de que pudiera declinar gentilmente, notó que el “Dr. Jáuregui” negaba con la cabeza, frunciendo el
ceño.
-¿No son cincuenta mil? -El tono de Jazmín perdió su chispa, reemplazado por una mezcla de duda y vergüenza-. ¿De qué están hechos esos tamales para que valgan cincuenta mil?
Margarita también se sobresaltó, pero al pensar en el dolor punzante que la atormentaba día tras día, decidió ceder.
-Cincuenta mil me parece razonable -dijo con firmeza-. Dr. Jáuregui, por favor, deme esos tamales. Eso sí, asegúrese de que funcionen de verdad.
Sin embargo, el hombre cerró los ojos con aire teatral y mantuvo los cinco dedos en alto.
-Cinco millones.
-¡¿Qué?!
-¡¿Cinco millones?!
Margarita y Jazmín exclamaron al unísono, sus voces resonando con incredulidad y espanto.
Esmeralda, recostada a un lado, chasqueó la lengua con una mezcla de burla y admiración. Este farsante tenía agallas, eso era innegable. Recordó cómo el verdadero maestro, con su humildad serena, había salvado al hijo de un acaudalado comerciante al borde de la muerte,
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cobrando apenas diez mil por todo: medicinas, viaje y esfuerzo. Cinco millones… con eso podría sanar a un pueblo entero.
-Margarita, ¿cierto? -El estafador la miró fijamente, su tono ahora más grave-. Si llegaste hasta mí, es porque tu pierna está más allá de cualquier cura común.
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