Capítulo 161
-¿Insinúa algo con ese comentario? Me pregunto si hay alguna intención oculta tras sus palabras.
Ante el prolongado silencio de Valentín, Noé dejó escapar una risa sutil, casi calculada.
-No malinterpretes mis intenciones, solo bromeaba. Algunos de mis colaboradores comentan que el secretario del presidente Espinosa posee un talento extraordinario, tanto en asuntos corporativos como culinarios. Simple curiosidad profesional por conocer a alguien tan versátil. El rostro de Valentín se transformó en un lienzo de emociones contradictorias, imposible de descifrar para los presentes.
-Presidente Galindo, está confundiendo las cosas. Ella es meramente una asistente administrativa, nada más.
-¿Solo una asistente? Permítame diferir. Tengo entendido que comparten un vínculo desde la infancia, ¿no es así?
Valentín percibió súbitamente cómo todas las miradas convergían en él, como reflectores sobre un escenario no deseado. El murmullo colectivo parecía dar por sentada una inevitable unión entre él y Jazmín, tejiendo un futuro que él no había autorizado.
Rehuyendo exponer su intimidad, Valentín aprovechó hábilmente para redirigir la conversación hacia terreno empresarial. Comenzó a desarrollar meticulosamente su discurso sobre potenciales sinergias corporativas que había preparado con antelación.
Sin embargo, Noé evidenció desinterés absoluto. Alguien desde otra mesa captó su atención; sonrió diplomáticamente, asintió con un gesto que prometía retomar la charla posteriormente, y se alejó con estudiada naturalidad.
A su alrededor, el bullicio de risas y conversaciones triviales continuaba, mientras Valentín permanecía estático, sintiendo una incómoda sensación ardiente recorrer su nuca hasta la
base del cráneo.
La última vez que experimentó semejante desvalorización y desdén fue exactamente seis años atrás, cuando su compañía apenas despuntaba. Tras extenuantes jornadas de esfuerzo constante, solo recibía miradas impregnadas de frialdad e indiferencia.
Fue Esmeralda quien permaneció inquebrantable a su lado, infundiéndole valor y determinación para perseverar cuando todo parecía derrumbarse.
“¡Maldición! ¿Por qué ella invade nuevamente mis pensamientos?”
Valentín sintió una opresión angustiante en el pecho que dificultaba su respiración, como si un peso invisible lo aplastara gradualmente.
Con un sutil gesto de cortesía hacia los comensales, giró sobre sus talones y abandonó el recinto buscando desesperadamente aire fresco que aliviara su sofoco emocional.
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Capitulo 161
Aun sin distanciarse significativamente, las risas mordaces y murmullos despectivos seguían alcanzándolo como dardos envenenados.
-Este Valentín resulta verdaderamente peculiar. ¿Observaron sus intentos desesperados por congraciarse? Y anteriormente, cuando requeríamos su colaboración, se escudaba en principios intachables.
-Evidentemente tropezó con la piedra más inesperada: su propia esposa.
-¿Consideran posible… una infidelidad por parte de ella?
-Difícil aseverarlo con certeza. Personalmente, intuyo que su secretaria alberga ambiciones más elevadas que simplemente desplazar a la esposa; aspira también a mancillar irremediablemente su reputación…
La puerta se cerró herméticamente, amortiguando instantáneamente todas las voces del interior. No obstante, Valentín continuaba percibiendo un persistente zumbido que reverberaba en sus tímpanos.
Desde el descubrimiento de aquellas cartas y fotografías en su residencia, su reacción primaria fue de absoluta incredulidad. Tras incontables años de matrimonio, conocía con precisión la profundidad del amor que Esmeralda le profesaba.
Pero existía un contrapeso llamado Isaac… aquel hombre cuya sombra jamás logró superar completamente. Su orgullo herido y el resentimiento habían nublado su juicio, impidiéndole analizar la situación con claridad y serenidad.
Valentín cerró los párpados, sumergido en un torbellino caótico de pensamientos contradictorios que lo atormentaban sin tregua.
Repentinamente, el inconfundible sonido mecánico de una silla de ruedas deslizándose interrumpió el silencio del corredor.
Abrió los ojos justo a tiempo para encontrarse con la mirada penetrante de Isaac, quien también había acudido al restaurante y acababa de concluir su cena, disponiéndose a partir.
Ninguno esperaba este encuentro fortuito e incómodo.
La nuez de Adán de Valentín osciló visiblemente, debatiéndose internamente sobre la pertinencia de emitir algún saludo.
Súbitamente, bajo la iluminación artificial, los gemelos de obsidiana en los puños de la camisa de Isaac resplandecieron con un brillo casi etéreo.
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