Capítulo 52
-Papá, no fui yo, te juro. Es Esme la que anda armando un drama por nada.
-¡Hum! No me vengas con cuentos, Valentín. Yo creo que el que está equivocado eres tú. Desde que Jazmín entró a trabajar contigo, el carácter de Esme se ha ido amargando. ¿De verdad me vas a decir que no lo has notado?
-Papá, ya te lo expliqué, es pura cosa de trabajo. Entre Jazmín y yo no hay nada, ¡nada!
Rubén frunció el ceño, guardando un silencio pesado. Eran hombres, padre e hijo, unidos por un entendimiento tácito que no necesitaba palabras. ¿Cómo no iba a descifrar lo que rondaba la cabeza de Valentín? Tal vez no había cruzado la línea de la infidelidad, pero eso no lo absolvía del todo. El amor entre dos no se sostiene solo con evitar traiciones. Cuando el alma de una mujer se quiebra de verdad, no hay remiendo que la restaure.
-Ese sigue siendo tu problema, hijo. Yo pienso que deberías…
-¡Ay, ya basta, Rubén!
Margarita irrumpió desde un rincón, soltando un resoplido cargado de hartazgo.
-¿Cómo va a ser culpa de mi muchacho? Valentín dirige una empresa enorme, ¿qué esperabas? Claro que va a haber mujeres a su alrededor, ¡es lo normal!
-¿Y eso qué tiene que ver? -replicó Rubén, alzando una ceja.
Margarita agitó la mano con desprecio, como espantando una mosca.
-No voy a seguir peleando contigo. Me quedo unos días con Valentín para cuidar a Pablo, y punto.
Sin darle chance a réplica, tomó del brazo a su hijo y se encaminó a la salida, dejando a Rubén con la palabra en la boca.
-Tu padre no tiene remedio -le murmuró a Valentín mientras avanzaban-. Nunca vi a nadie tan empeñado en señalar a su propio hijo para defender a cualquiera.
Valentín no respondió. Una duda le arañaba el pecho: ¿había metido la pata sin darse cuenta? No lo creía. Se deslomaba día tras día por su familia, ¿y qué recibía a cambio? Esmeralda se la pasaba en casa sin mover un dedo, incapaz siquiera de atender bien a Pablo. En vez de valorar su esfuerzo, solo le echaba más leña al fuego. Todo porque no tenía nada mejor que hacer.
Al subirse al auto, Margarita empezó a masajearse la rodilla con un gesto casi mecánico, como si el dolor fuera un viejo conocido.
-¿Qué pasa, mamá? ¿Otra vez te está doliendo la pierna?
Ella dejó escapar un suspiro hondo, teñido de resignación.
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Capítulo 52
-Sí, hijo. No sé qué me pasa, pero estos días ha vuelto a molestarme.
-¿Y las medicinas? ¿Todavía te quedan?
-Ya se me acabaron -admitió, con voz apagada.
Valentín arrugó la frente, pensativo, y tras un instante de cavilación, prometió:
-Mañana saco un par de horas y te llevo al hospital, ¿sí?
-Ay, mi hijo sí que es un tesoro -sonrió Margarita, con un brillo cálido en los ojos.
“Claro, solo un hijo de verdad te cuida así“, pensó para sí misma. No como esa nuera, que por más dulce que se hubiera mostrado antes de la boda, al final no valía la pena. No llevaba su sangre; nunca iba a quererlos de corazón.
A la mañana siguiente, el dolor de Margarita se volvió un grito imposible de ignorar. Había comenzado a punzarle en la madrugada, pero ella, terca como era, aguantó hasta que los primeros rayos del sol la encontraron vencida.
-Mamá, resiste un poco más. Te llevo al hospital ahora mismo, ya casi llegamos.
-Ay, ay… -se quejaba ella, con un hilo de voz.
Eugenia la ayudó a trepar al auto, mientras Margarita dejaba escapar lamentos que llenaban el aire. Valentín, al volante, apretaba los dientes. Una chispa de fastidio le quemaba por dentro. Había traído a su madre para que cuidara a Pablo, pero ni siquiera había puesto un pie en esa tarea y ya estaba él corriendo al hospital. ¿Por qué con Esmeralda en casa todo parecía fluir
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