Capítulo 54
La voz de Teresa irrumpió con un matiz de angustia mientras tomaba a Lucrecia por el brazo y le susurraba al oído con urgencia:
-¡Lucrecia, por favor! -Su tono era suave, pero firme-. No tienes que preocuparte por esto, tu hermano ya lo ha verificado todo.
Lucrecia giró el rostro hacia Isaac, sus ojos brillando con una mezcla de asombro y desconfianza.
-¿Mi hermano lo confirmó? -preguntó, antes de alzar la voz con un dejo de indignación-. ¡Entonces seguro sabe quién es ella de verdad! Su apellido es Loyola, estudió desarrollo farmacéutico. ¿Cómo puedes dejar que alguien así toque a la abuela con esas agujas?
Isaac alzó la mirada hacia su hermana. Sus pupilas destilaban una calma gélida, como un lago en invierno, mientras respondía con voz contenida:
-Están siendo engañados por esta mujer -insistió Lucrecia, señalando a Esmeralda con un gesto cargado de reproche-. Hasta Araceli la llama tía. ¡Hermano, esta mujer no trae nada bueno!
-¡Basta! La palabra escapó de Isaac como un latigazo seco, su paciencia al borde del quiebre.
Lucrecia lo miró con los ojos abiertos de par en par, incrédula.
-¿Hermano?
-Sal de aquí -ordenó él, su tono implacable.
-¿Hermano? -repitió ella, con la voz temblándole como vidrio a punto de romperse.
¿De verdad su hermano la estaba echando? ¿Por qué? ¿Acaso había caído tan rápido bajo el influjo de esa extraña?
-Sal de aquí -repitió Isaac, cortante-. No me hagas decirlo otra vez.
Lucrecia sintió cómo las lágrimas se agolpaban en sus ojos, ardientes y rebeldes. Ella, la menor de la familia, siempre había sido el tesoro consentido, envuelta en mimos y atenciones. ¿Por qué ahora su hermano la hería así por una desconocida? ¿Y por qué su madre no decía nada en su defensa?
-¿Por qué? -insistió, con el alma en vilo-. Hermano, ¿de verdad confías tanto en ella?
-Sí–respondió Isaac sin titubear, su voz tan firme como una roca.
Esmeralda, al escucharlo, sintió una chispa de sorpresa encenderse en su pecho. “¿Él confía en mí?” Apenas habían compartido algunos momentos, pero en ellos había percibido la profundidad de sus pensamientos, esa barrera invisible que lo hacía inalcanzable. ¿En qué instante se había ganado su fe?
Las lágrimas de Lucrecia finalmente se desbordaron, rodando por sus mejillas en silencio. Teresa, con el corazón apretado, se acercó para envolverla en un abrazo tibio.
-Tranquila, Lucrecia -le murmuró con dulzura-. Vamos afuera, mamá va a hablar contigo.
Dicho esto, Teresa inclinó la cabeza hacia Esmeralda en un gesto breve de disculpa antes de guiar a su hija fuera de la habitación con pasos apresurados.
Úrsula yacía en la cama, inmóvil, su respiración pausada ajena al torbellino que acababa de desatarse a su alrededor.
Isaac, desde su silla de ruedas, rompió el silencio con una pregunta serena:
-¿Vas a quedarte aquí?
-Sí -respondió él mismo, afirmando su presencia con naturalidad. Luego, con un leve titubeo, añadió-: ¿Te molestará?
Comments
The readers' comments on the novel: La Falsa Muerte de la Esposa