Capítulo 61
Esmeralda se detuvo en seco, y un leve rubor trepó por sus mejillas. Con un movimiento torpe, casi instintivo, llevó una mano al cabello para acomodarlo tras la oreja.
-¿Tan lejos y aún así lo notaste? ¡Qué vista tan aguda tienes!
Una risa inquieta escapó de sus labios, como si las palabras se le hubieran enredado en la garganta. No sabía por qué, pero la mirada de Isaac siempre lograba desarmarla, envolviéndola en una mezcla de nervios y algo que no alcanzaba a descifrar.
Isaac entrecerró los ojos, y una arruga sutil se dibujó en su frente.
-¿Por qué estabas sentada junto a él?
Al oírlo, Esmeralda comprendió al instante el malentendido. Agitó las manos con rapidez, como espantando un mal pensamiento.
-¡No, no, no fue a propósito! Había un lugar vacío, me senté ahí y, bueno, qué mala suerte la mía, ¿no crees?
Torció los labios en una mueca juguetona y, sin darle tiempo a responder, desvió la charla con agilidad.
-Olvidémonos de eso, ¿sí? Hablar de él me crispa los nervios. Mejor te quito las agujas.
Para que Isaac pudiera sostenerse durante su discurso, Esmeralda había recurrido a la acupuntura, un recurso pasajero que estimulaba la circulación y le permitía mantenerse en pie un rato más. Pero no era una cura definitiva; las agujas de plata debían retirarse pronto. Con dedos hábiles, se inclinó hacia él, concentrada en su tarea.
Isaac asintió en silencio. La tensión en su rostro se desvaneció poco a poco, como si las palabras de Esmeralda, cargadas de hastío hacia Valentín, lo hubieran convencido de su sinceridad.
Minutos después, ella terminó con un gesto preciso.
-Listo. Esta noche, no olvides sumergirte en agua caliente un buen rato. Si no, mañana te va a
doler todo.
-¿No vienes conmigo a la casa de los Santana?
Esmeralda sintió un calor repentino en las orejas. Esa palabra, “vienes“, en la voz grave de Isaac, resonó con una calidez que la tomó desprevenida. Tosió suavemente para disimular.
-Tengo unos pendientes por resolver, pero en unos días, cuando toque aplicarle acupuntura a Úrsula, estaré ahí.
Isaac frunció el ceño otra vez, aunque esta vez su tono fue más suave.
-La abuela ya está grande, y la memoria le falla a veces, pero de ti siempre se acuerda.
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Cap
Esmeralda sonrió y asintió, pero algo en sus palabras la hizo detenerse. Entrecerró los ojos, pensativa.
-Pregunta por ti todos los días continuó Isaac-. Si no estás tan ocupada, estaría bien que pasaras más seguido por la casa. Le haces bien a ella… y Araceli también te necesita.
Esmeralda se quedó muda por un instante. ¿Cómo rechazar un pedido así, tejido con la ternura de una abuela y una niña? Isaac, al verla dudar, añadió con calma:
-Puedo pagarte por cada visita.
-¡No, no, para nada! -Esmeralda agitó las manos de nuevo, casi alarmada-. El señor Santana ya hizo demasiado por mí. Esto es lo menos que puedo hacer.
Más allá del dinero que Isaac le había dado o de su promesa de protegerla tras fingir su muerte, él era un pilar en su vida. Ambiciosa sí era, pero no desagradecida.
Isaac relajó el rostro, y una chispa de alivio brilló en sus ojos.
-Entonces, ¿tú…?
-Está bien, está bien lo interrumpió ella con una sonrisa-. Si no estoy ocupada, pasaré por allá.
Al escucharla, una leve curva se dibujó en los labios de Isaac, y Esmeralda dejó escapar un suspiro silencioso, aliviada de haber sorteado la conversación.
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