Capítulo 63
Al resonar la voz cálida y conocida de Manuel en el aire, las emociones que Esmeralda había contenido con tanto esfuerzo se desbordaron como un río tras una presa rota. Las lágrimas brotaron sin freno, deslizándose por sus mejillas en un torrente silencioso.
Volteó con lentitud, los ojos temblorosos y vidriosos, hacia el anciano de cabellos plateados. que la observaba desde el umbral.
-Profesor… -susurró, la palabra escapando entre temblores, mientras esquivaba
instintivamente aquellos ojos que tanto conocía, temerosa de hallar en ellos un destello de reproche o decepción.
-Ay, niña… -respondió Manuel con esa voz ronca que cargaba años de sabiduría y lamento-. Por lo menos todavía te acuerdas de regresar…
Se acercó con pasos firmes, sin despegar la mirada de ella. La recorrió de pies a cabeza, como si quisiera asegurarse de que la figura frente a él era real, y al final alzó una mano para darle un golpecito suave en el hombro.
-Chiquilla traviesa -murmuró, con un dejo de ternura que escondía el peso de los años perdidos.
Esmeralda, incapaz de contener el torbellino en su pecho, se lanzó a sus brazos y lo abrazó con fuerza. El llanto brotó desgarrador, un eco de culpas y añoranzas, mientras Manuel la envolvía con la calma de quien comprende el dolor ajeno. Hasta David, testigo silencioso a un lado, sintió que sus ojos se humedecían ante la escena.
Tomó un respiro hondo, tratando de disipar la emoción que lo embargaba.
“Si esta muchacha lograra volver de verdad, el viejo podría al fin descansar tranquilo“, pensó, mientras una chispa de esperanza se encendía en su interior.
El maestro y su alumna permanecieron abrazados, dejando que las lágrimas tejieran un puente entre el pasado y el presente. Luego, con el aire más ligero, se sentaron en calma.
-Manuel, ¿qué pasó con esa llamada que mencionaste? ¿La que no contestó Esme? -preguntó David, rompiendo el silencio con cautela.
Manuel frunció el ceño, sumido en recuerdos, y giró hacia Esmeralda con una mirada inquisitiva.
-Fue tu esposo -dijo al fin, con un tono que oscilaba entre la sorpresa y la indignación.
Esmeralda se quedó petrificada, el asombro abriendo un abismo en su mente.
-Cuando vi tus calificaciones tan altas y el plazo para la entrevista no llegaba, pedí a la universidad que te eximieran de ella. Pero cuando empezaron las clases, tú no apareciste. No pude evitar llamarte -explicó Manuel, su voz ganando firmeza con cada palabra-. Contestó un hombre. Dijo que era tu esposo. Me aseguró que solo habías hecho el examen por aburrimiento, que no tenías intención de estudiar y que estabas lista para dedicarte a ser ama
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Capitulo 63
de casa. Hasta me pidió que la universidad no te contactara más.
A medida que hablaba, la furia crecía en su rostro, como una tormenta que se avecina.
-Esa llamada me puso tan mal que mi presión se fue al cielo. Mi señora tuvo que llevarme a urgencias esa misma noche. Estaba tan furiosa que, con ayuda de una enfermera, tomó mi celular y puso tu número en la lista negra.
Esmeralda abrió la boca, incrédula. Todo encajaba: los mensajes de felicitación que enviaba cada año en las fiestas, esos que nunca obtenían respuesta, no eran ignorados por desprecio. Simplemente nunca llegaron.
Al notar la sombra de asombro en su rostro, Manuel se inclinó hacia ella.
-¿Qué te pasa, niña? -preguntó, con esa mezcla de curiosidad y preocupación que lo
caracterizaba.
David, que revisaba aún las calificaciones en el escritorio, titubeó antes de hablar.
-Esme, ¿es posible que no supieras tus resultados del examen?
-¿Qué? ¿No los sabía? -Manuel frunció el ceño aún más, y la comprensión lo golpeó como un relámpago-. Fue tu esposo…
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