Capítulo 32
Daniela contempló a Sabrina con genuina perplejidad.
-¿Buscas algo que hacer? ¿En serio es esa tu motivación?
-Así es -respondió Sabrina con una sonrisa teñida de amargura-. De pronto me encontré con las manos vacías y la mente inquieta. Necesito ocuparme en algo tangible y, siendo sincera, también necesito ingresos propios.
Hizo una breve pausa, mientras sus ojos reflejaban una determinación creciente.
-André congeló mi acceso financiero sin previo aviso. Aunque conservo algunos ahorros, mi socio desea establecer un estudio y los gastos iniciales son considerables.
-¡Ese desgraciado de André! ¡Atreverse a cortarte los fondos! -exclamó Daniela, incapaz de contener su indignación-. Durante años entregaste tu vida a esa familia y jamás recibiste ni el más mínimo detalle. Ha derrochado más en un simple espectáculo de luces para Araceli que en toda una vida contigo.
Sabrina exhaló con resignación.
-Cuando cuido a los hijos ajenos, obtengo compensación económica. Pero al dedicarme a mi propia familia, lo único que recibo es un bloqueo financiero.
Daniela, aún soltera, sintió un escalofrío ante la perspectiva matrimonial que el testimonio de Sabrina pintaba con brutal honestidad. Y eso que su amiga se había unido a una dinastía adinerada donde las carencias materiales eran inexistentes.
“Si contrajera matrimonio con alguien de posición ordinaria“, pensó, “¿acaso no tendría que generar ingresos, mantener el hogar y criar a los niños simultáneamente? ¿Y por si fuera poco, soportar los reproches constantes tanto del padre como del hijo?”
Mientras estas reflexiones la absorbían, la voz de Sabrina resonó nuevamente, sacándola de su ensimismamiento.
-La verdadera fortaleza femenina radica en la autonomía económica y la autoconfianza. Sin esos pilares… incluso un hijo de tu sangre te mirará sin el menor atisbo de respeto.
Una verdad innegable y dolorosa.
Daniela asintió con convicción.
-Yo también estoy temporalmente desempleada. Si necesitas cualquier cosa, no dudes en contactarme, a cualquier hora.
-Daniela, te lo agradezco profundamente.
Con un gesto desenfadado, Daniela restó importancia a sus palabras.
-Con nuestra historia compartida, ¿cómo puedes dirigirte a mí con tanta formalidad?
16:08
Capítulo 32
Tras despedirse afectuosamente de su amiga, Sabrina emprendió el camino a casa con Romeo dormido en sus brazos.
La mañana siguiente, Sabrina acompañó a Romeo a su centro educativo.
Al descender por las escaleras del edificio, un elegante vehículo negro aguardaba junto a la entrada, atrayendo miradas curiosas y murmullos de los transeuntes.
Apenas los divisó, el conductor se aproximó con presteza y se presentó con deferencia.
-Señorita Ibáñez, le deseo un excelente día. Soy el conductor asignado al joven señor, responsable de su traslado hacia y desde el centro educativo. Puede dirigirse a mí como
Gustavo.
La súbita aparición del chófer en el umbral de su residencia no provocó la menor alteración en
el semblante de Sabrina.
-Agradezco tu dedicación, Gustavo -expresó ella con una sonrisa genuina.
Gustavo abrió la portezuela del automóvil con un movimiento fluido.
-La señorita Ibáñez posee una gentileza admirable.
Transcurridos aproximadamente veinte minutos, Sabrina percibió una inquietante familiaridad en la ruta que Gustavo había seleccionado.
Evocaba con precisión el trayecto hacia… la institución educativa de Thiago.
-Gustavo, ¿cuál es exactamente el centro educativo al que asiste Romeo? -preguntó Sabrina, incapaz de contener su curiosidad.
Romeo acababa de instalarse en Cartagena, y el expediente que Gabriel le había proporcionado el día anterior omitía el nombre de su institución académica.
-El Jardín Primero Real, ubicado a escasa distancia de nuestra posición actual -respondió Gustavo con una sonrisa cordial.
Un sutil pliegue de preocupación atravesó la frente de Sabrina.
Thiago también frecuentaba ese establecimiento.
El Jardín Primero Real constituía la institución preescolar más prestigiosa de Cartagena.
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