Capítulo 81
Gabriel esbozó una sonrisa cargada de doble intención.
-¿Sabe, señor Carvalho? Como esposo de Sabrina, debería conocer sus preferencias
culinarias, ¿no le parece? Cualquiera esperaría que supiera qué disfruta comer su propia
esposa.
André permaneció en silencio unos instantes antes de ordenar varios platillos para Sabrina con su caracteristica voz grave y melodiosa.
Gabriel arrugó sutilmente el entrecejo al escuchar la selección.
-Señor Carvalho, ¿está completamente seguro de que esos son los platillos que Sabrina disfruta, y no simplemente los que usted prefiere?
André dirigió su mirada hacia Sabrina.
Ella mantuvo su semblante impenetrable, evitando deliberadamente cualquier contacto visual con él.
La mirada de Gabriel hacia André destilaba una evidente provocación.
-A Sabrina le apasiona la comida picante, apenas puede disfrutar algo si no lleva chile. Detesta los mariscos, aborrece cualquier alimento crudo, y el pescado le resulta especialmente desagradable.
Gabriel lo observó con una sonrisa apenas perceptible en sus labios.
-Ninguno de los tres platillos que ha seleccionado el señor Carvalho coincide con los gustos de Sabrina.
Los tres platillos que André había ordenado consistían en una entrada cruda, un plato principal de mariscos y una guarnición de pescado.
Su elección había sido un completo desacierto.
La atmósfera se tornó instantáneamente opresiva y glacial.
Incluso el mesero que tomaba la orden no pudo evitar lanzar una mirada indiscreta hacia André.
Que un esposo ni siquiera recordara las preferencias culinarias de su mujer ya era bastante lamentable.
Pero ordenar precisamente lo que ella aborrecía resultaba tan vergonzoso que hasta el mesero experimentó incomodidad ajena.
El camarero carraspeó discretamente, interrumpiendo aquel incómodo silencio.
-Señor, estos platillos… ¿desea mantenerlos?
-No–intervino Gabriel, señalando tres opciones diferentes, todas con abundante chile.
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El mesero las anotó rápidamente y se alejó con premura de aquella mesa de comensales tan peculiares.
Ante el persistente silencio de André, Araceli, temiendo que se sintiera humillado, intervino rápidamente.
-André casi nunca come en casa, es comprensible que desconozca las preferencias de la
señorita Ibáñez.
Sabrina escuchó aquello y una amarga sonrisa interior atravesó su pensamiento.
“¿No es esa una forma sutil de presumir que André siempre comparte sus comidas con ella, y por eso conoce perfectamente sus gustos?”
Si a André realmente le importara, incluso sin compartir la mesa, se habría interesado en conocer sus preferencias.
Al final, simplemente ella nunca le había importado.
Gabriel asintió con naturalidad.
-Es cierto, Sabrina siempre ha priorizado la salud de su esposo e hijos, adaptándose completamente a sus hábitos y descuidando los propios, hasta el punto que incluso los
demás la han invisibilizado.
-Ahora, ya es momento de que comience a pensar en sí misma.
Al pronunciar estas palabras, Gabriel miró directamente a Sabrina, sus ojos oscuros desprendían un brillo cálido y reconfortante.
-Conmigo, Sabrina, nunca necesitas contenerte. Siempre puedes ser fiel a tus verdaderos
deseos.
Sabrina comprendía que Gabriel expresaba todo aquello únicamente para respaldarla.
Sin embargo, aunque era consciente de que se trataba solo de palabras, al encontrarse con la profunda mirada del hombre, una inesperada sensación de inquietud se agitó en su interior.
De pronto, la voz de Araceli cortó abruptamente el momento.
-Señorita Ibáñez, últimamente la señora Fernanda ha vuelto a sufrir sus habituales migrañas. Tengo entendido que siempre eras tú quien le proporcionaba su medicamento. En esta ocasión, si prefieres no llevárselo personalmente, ¿podrías facilitárnoslo?
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