CORAZONES ATADOS. CAPÍTULO 18. ¿Qué es lo que está pasando?
James era un hombre de pocas palabras, pero cuando hablaba, todos lo escuchaban. Tenía un aire de fuerza y confianza tranquilas que pocas personas podían igualar, y bajo su comportamiento amable y gentil se escondía la mente despiadadamente calculadora de un rey. Mientras James miraba a Martin, con los puños apretados a los lados y la mandíbula marcada en una línea dura, nadie habría adivinado que debajo de la superficie había una furia sin igual. Era un hombre que no toleraba que nadie hiciera daño a sus seres queridos, y menos a Maddi.
-¡No te atrevas a amenazarme! -le escupió Martin con rudeza-. ¡No me importa que seas rico, no sabes las cosas que puedo hacer contra ti!
-Las estaré esperando con gusto -gruñó James antes de atraparlo por las solapas de la camisa.
—¡Espera, no estoy pidiendo mucho! ¡Solo quiero dinero, maldición! Para ti cinco millones no son nada! ¡Quédate con Maddi y con el mocoso, solo dame el dinero…!
¡Y te lo hubiera dado, infeliz! -espetó James-. Con tal de que te desaparecieras del mapa te lo hubiera dado, si hubieras venido conmigo directamente, pero no lo hiciste, ¡fuiste a amenazar a mi mujer, a mi mujer embarazada, le marcaste tus cochinos dedos en los brazos y la hiciste llorar!
El primer puñetazo dejó a Martin aturdido, intentó levantarse y responder, y James lo dejó encajar solo un golpe, uno solo, antes de pegarle en el estómago y darle otro puñetazo en la
cara.
-¿Por qué no me amenazas a mí ahora? ¿Eh? -dijo fríamente-. ¡Si tienes los huevos para lastimar a una mujer, más te vale estar preparado para las consecuencias!
James dio otro puñetazo en el estómago de Martin antes de lanzarle otro golpe a la cara. El hombre se tambaleó hacia atrás, con un hilillo de sangre goteando de su boca mientras James no le daba tregua.
En cierto punto le empezaron a sangrar los nudillos, pero no dejó de golpearlo hasta que escuchó el “crac” del hueso de la mandíbula al romperse.
Martin cayó al suelo gimiendo y retorciéndose de dolor, pero sin poder pronunciar una palabra, mientras James se alzaba con un gruñido de rabia y se sacudía la
ropa.
para
-Esperaré pacientemente de dos a tres meses a que puedas despegar los malditos labios que me acuses de agresión -sentenció escupiendo sobre él-… ¡si es que te atreves! 1 James salió de allí y ni siquiera se molestó en llamar a una ambulancia, podía soportar cualquier cosa, el hecho de que Martin Prescott lastimara a Maddi anteriormente era algo que no podía remediar, pero ahora estaba con él, y no iba a permitir que nadie le pusiera un dedo encima, mucho menos aquel remedo de hombre que era Martin.
Se subió al deportivo y se fue a casa, donde Maddi estaba durmiendo todavía, y lo primero que hizo fue llamar a John para contarle lo que estaba pasando.
-¿De verdad puede pelearnos la custodia del bebé? -preguntó James con preocupación.
-Pues puede intentarlo, pero tenemos la declaración de la madre, y la de la amante de Martin Prescott atestiguando cómo él la engañaba y que entre los dos la echaron de su casa.
-¿Y crees que Mirela Chow testifique contra su amante? -lo increpó James.
-Pues si llegamos a ese grado de desesperación, solo basta con que negocies con el señor Chow su campaña publicitaria por el testimonio de su hija, te garantizo que la hará cantar como un pajarito -replicó John.
James sonrió por lo bajo porque su abogado sí que no se andaba por las ramas.
-OK, ¿cuál puede ser el peor escenario? -le preguntó.
Mira lo peor que puede pasar es que tengas que sacar a Maddi del país antes de que dé a luz. Si ella está dispuesta pueden venir a Boston, el bebé nace aquí y de inmediato firmamos una adopción cerrada para que Martin Prescott no le pueda pelear al bebé. Pero no te preocupes, porque soluciones no es precisamente algo que nos falta. ¿De acuerdo? -lo tranquilizó el abogado.
James asintió conforme y se acostó al lado de Maddi a descansar. Se veía pequeña y frágil, y él no iba a volver a permitir que nadie la molestara nunca más. Para cuando Maddi volvió a abrir los ojos ya estaba atardeciendo y el hambre la aguijoneaba, en especial porque en la casa estaba oliendo delicioso.
Bajó a la cocina y se encontró a James, en pantalón de algodón y sin playera, cocinando algo que olía a comida para dioses.
Maddi se apoyó en la pared y se quedó mirándolo. Llevaba un delantal que apenas le cubría los músculos del pecho y le rodeaba las caderas estrechas. ¡Era tan guapo!
-Hay doble cena si la quieres–murmuró James sacándola de sus pensamientos y mirándola con coquetería.
-Mmmm ¿doble cena?
-La que yo estoy haciendo… —dijo él mostrándole sus cazuelas-, y la que soy.
Maddi hizo un puchero porque aquella era la insinuación más sexy de la historia, pero en cuanto se acercó sus ojos se fijaron en algo: James tenía los nudillos de la mano derecha cubiertos de una crema blanca.
-¿Te quemaste? -se asustó Maddi tomando su mano pero al acercarse se dio cuenta de que aquello no eran quemaduras y de que James tenía… tenía…- ¿Eso es un labio roto?
Vio cómo su mandíbula se tensaba y retrocedió.
-¡No me digas que hiciste lo que yo creo que hiciste!
-Pues depende de lo que creas que hice -murmuró él.
-¡Fuiste a buscar a Martin! -afirmó Maddi.
-Parece que crees bien.
-¡Y lo golpeaste!
-¡Como a pantalón de albañil en piedra de río! ¡Sí señora! -sentenció él y Maddi se llevó una mano a la boca sin saber si aquello le daba ganas de gritar o de reírse.
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