CORAZONES ATADOS. CAPÍTULO 19. Te lo suplico
James sentía como si de repente le hubieran quitado hasta el último aliento de vida. Se apoyó en la pared que tenía detrás y trató de respirar pero parecía imposible.
-¿Cómo…? ¿Cómo puede ser…? ¿Qué hicim…?
-No hicieron anda mal, señor King, si eso era lo que iba a preguntar–le aseguró el médico. En estos casos los padres tienden a culparse, pero no es culpa suya y tiene que transmitirle eso a su esposa. No es culpa de ninguno de los dos.
Los ojos de James se llenaron de lágrimas sin que pudiera evitarlo.
-Es que… ¿cómo puedo decirle esto a Maddi? ¿Cómo se supone que le diga que no… que no podremos tener a nuestro bebé? -murmuró con voz ahogada-. ¡Tiene que haber algo que podamos hacer!
-Solo hay dos posibilidades en estos casos señor King -dijo el médico llamando su atención-, pero me temo que ninguna de las dos será fácil para ustedes. La primera es interrumpir el embarazo, intervenir ahora que todavía es temprano, y que hagan su duelo como todos los padres necesitan. Y la segunda es permitir que lleve el embarazo a término, pero los bebés con esas características no suelen vivir más que unas pocas horas. Podrán despedirse de él, pero como doctores que ya hemos visto esto antes, no lo recomendamos. Le aseguro que los meses que vienen serán profundamente dolorosos para ustedes y la recuperación será mucho más difícil.
James se cubrió los ojos con las manos. Lo entendía, pero entenderlo y aceptarlo eran dos cosas diferentes.
-Ella no va a querer interrumpir el embarazo -murmuró.
-Lo imaginamos, por eso usted tiene que estar más preparado y ayudarnos a convencerla -le dijo la doctora Llevar a término este tipo de embarazo también conlleva otro gran riesgo: que el feto muera dentro de la madre antes del nacimiento, y eso pondría en gran peligro la vida de Maddi.
James se llevó las dos manos a la cabeza mientras intentaba controlarse.
-¿Qué tengo que hacer? -sollozó con desesperación. Sabía que la situación era imposible, pero no podía poner en peligro la vida de Maddi.
-Solo estar con ella, consolarla, ayudarla. Lo que viene no será fácil -dijo la doctora.
Pero James no tenía idea de lo difícil que sería cuando volvió a entrar en aquel consultorio y la sonrisa de Maddi se borró por completo.
-¿Qué está pasando? ¿James…?
Sus ojos iban desde él hasta los médicos, que la miraban con seriedad.
-Maddi… a James se le quebró la voz pero se olvidó a seguir-. Está pasando algo con el bebé murmuró tomando su mano y sentándose junto a ella.
-¿Algo…? ¿Es malo? Es malo ¿verdad? -murmuró y los galenos asintieron.
-Por desgracia, sí -dijo la doctora y James pasó sus brazos alrededor de ella mientras le explicaban qué era lo que estaba sucediendo.
La primera reacción de Maddi fue un shock, como si alguien hubiera chasqueado los dedos frente a ella hipnotizándola y ordenándole llorar en silencio porque ya no fue capaz ni siquiera de hablar.
Las palabras “deformación“, “no viable“, “intervención“, “incompatible con la vida“, todas seguían repitiéndose en su cabeza como un largo martilleo hasta que los doctores abandonaron aquella
habitación. Su mirada se levantó hacia James, que tenía los ojos llenos de lágrimas y solo entonces
estalló en sollozos, porque ella sabía que él había querido a ese bebé desesperadamente, incluso antes de que ella lo quisiera.
-¡Lo siento! -sollozó llena de dolor-. ¡Lo siento mucho…!
-¡No, Maddi, no! -James acarició su rostro con suavidad mientras la besaba-. Nada de esto es tu culpa, ya oiste al doctor, amor. Es solo… mala suerte, eso es todo.
-¿Por qué nos está pasando esto, James?! -exclamó estrujando las sábanas de su cama entre los dedos ¿Por qué a nosotros!? ¿¡Por qué a mí!?
-No lo sé, Maddi -respondió él con voz ahogada-. Todos sufrimos y perdemos a personas que amamos, pero aún estás aquí conmigo, y yo estoy contigo, vamos a superar esto juntos, ¿de acuerdo?
Maddi se derrumbó entre sus brazos mientras lloraba sin poder contenerse.
-No hay forma de superar esto! ¡No la hay! ¡No la hay…!–gruñó desesperada y James la abrazó con fuerza mientras las lágrimas inundaban sus ojos y, aunque sabía que algún día se sentirían mejor, no podía dejar de llorar de tristeza.
Sin embargo él tenía que ser fuerte por los dos y estaba allí para consolarla y ayudarla a enfrentar cada momento difícil, hasta el final.
-Maddi, nena escúchame. Tienes que aceptar la intervención.
-No…
-Maddi, tienes que hacerlo, por favor, esto puede poner en peligro tu vida…
-¡No puedo, James! ¿Y si pasa un milagro? ¡En cinco meses pueden pasar muchas cosas! ¿No? ¿Y si estos médicos se equivocaron? -exclamó ella desesperada-. ¡Busca otros, James! ¡Te lo suplico, busca otros médicos! 2
James pasó saliva, apesadumbrado, pero asintió. Levantó el teléfono y el primer número que marcó fue el de su madre. Ahora más que nunca necesitaba a su familia y su familia no lo decepcionó, porque varias horas después la familia King entraba por las puertas de aquel hospital.
A James se le hizo un nudo en la garganta.
-¿Un nombre?
-Después de las veinte semanas ya no lo consideramos aborto sino óbito fetal, ya lo consideramos bebé, entonces podemos bautizarlo antes de que vaya a patología. Pueden reclamarlo y darle sepultura si lo desean. 1
James tuvo que apoyar las manos en las rodillas mientras sentía el escozor de aquel mar de lágrimas en los ojos, pero finalmente se levantó y asintió con un gesto mecánico.
-¿De… niño o de niña? -preguntó.
-De niño -murmuró la doctora y a James le temblaron los labios.
-Einar susurró-. Se llama Einar King. 1
La doctora asintió antes de salir y James se dio la vuelta, abrazando a su padre con desesperación mientras lloraba. Nathan intercambió una mirada con Rex y este respiró profundamente. 2
-Yo me ocupo de todo -le dijo antes de salir.
Las horas que siguieron, mientras esperaban a que Maddi despertara, fueron largas y terribles. La familia entera esperaba allí, lista para consolarla incluso cuando ellos mismos no tenían consuelo. Pero cuando Maddi por fin despertó lo hizo en medio de una bruma de sedantes, lágrimas y sueño.
Ni siquiera supo cómo pasaron la misa y el pequeño funeral, solo que sin darse cuenta estaba otra vez en la casa, con muchas personas diciéndole cuánto la querían y que no estaba sola.
Era lindo tener una familia cuidando de ella, pero por desgracia nada de eso podía borrar que no sabía cómo despertarse. Sentía que la pesadilla se extendía y se extendía, y que solo estaba allí, siendo llevada de un lado a otro mientras el dolor palpitaba en el lugar más vacío de su cuerpo.
-James, tiene que comer… -escuchó la voz de Meli junto a ella. ¿Que no había comido ya-. Hace dos días que no come, se está lastimando.
-Lo sé, pero no puedes obligarla -murmuró James-. Y tampoco he comido en dos días…
-Pero tú estás hablando -replicó su madre.
-Y ella habla conmigo -dijo James-. No importa que tú no la entiendas, ella habla conmigo y eso basta. Meli asintió con preocupación y cerró la puerta de la habitación para dejarlos solos. James levantó a Maddi en brazos y la acostó en la cama, acurrucándose con ella y tomando su cara entre las manos. -Tú hablas conmigo, ¿no es verdad, nena? -murmuró con los ojos llenos de lágrimas y ella asintió. -Tengo mucho sueño -susurró y él la estrechó con fuerza.
-Entonces duerme, amor, duerme, mañana todo será mejor -dijo James besando su cabeza, sin saber que a partir de ese momento, por desgracia, las cosas solo iban a empeorar.
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