CORAZONES ATADOS. CAPÍTULO 31. ¡Nunca voy a volver a tener hijos!
Maddi estaba que no cabía en ella de la alegría. Aquel era un hermoso sueño hecho realidad, y por esas cosas buenas que tiene la vida, Sabrina y su conde se habían marchado sin que tuviera el malestar de
cruzarse con ellos.
Pronto los niños se fueron a dormir, y Maddi y James se aseguraron de que todos estuvieran cómodos en sus dormitorios. Apagaron las luces y James la llevó a la terraza de una de las torres, desde la que se podía ver la ciudad.
-¡Mira lo que escondi aquí! -dijo James con picardía enseñándole una botella de champaña y Maddi se echó a reír, porque él a veces parecía más niño que todos lo que estaban cuidando en ese momento.
-¡Uy, celebración privada! ¡Me gusta! -exclamó Maddi y los dos levantaron las copas, se abrazaron y brindaron por el éxito del proyecto.
Era un momento perfecto y Maddi no quería que terminaran nunca aquellos días en los que todo era tan intenso y maravilloso.
James, por otro lado, parecía tan emocionado como nervioso. Había planeado una gran propuesta de matrimonio, pero aquellas palabras venenosas de Sabrina no dejaban de repetirse en su cabeza.
“Ella es una mujer fértil, que podría tener hijos propios si quisiera… pero tú solo eres un madito egoísta que se lo va a impedir“.
Sabía que Sabrina era una arpía que solo quería joderle cualquier felicidad, pero eso no significaba que estuviera mintiendo, o que él no hubiera pensado antes en eso, o más bien, hubiera tratado de no pensarlo.
-Maddi… creo que tenemos que hablar -murmuró en un tono tan sombrío que ella se estremeció.
-James, romper con una mujer en una torre de veinte metros no es lo más recomendable, ¿sí lo sabes, verdad? -replicó pasando saliva. 2
-No… no voy a romper contigo, no es eso, de hecho… si te traje aquí fue con intenciones muy muy alejadas de eso pero… 1
-¿Pero qué, James?
-Hablé con Sabrina.
-¡No me jodas! ¿A qué diablos fuiste a buscarla!? -lo increpó Maddi, molesta.
-¡No fui a buscarla, ella vino con el conde Westerfield, pero los saqué antes de que te molestaran…! – respondió James.
-Todo lo que sale de la boca de esa mujer es veneno, James, y tú eres demasiado inteligente como para dejarte manipular ¿no es cierto?
James asintió con cansancio, pero Maddi pudo ver la determinación en su mirada cuando levantó los ojos.
-Tienes razón, no voy a dejar que me manipule, pero no soy lo suficientemente estúpido como para no saber lo que estoy haciendo o mejor dicho… lo que estoy siendo.
-¿Y qué estás siendo, James? -murmuró Maddi con el corazón en un hilo.
-Egoísta -respondió él-. Estoy siendo egoísta, Maddi, yo no puedo tener hijos.
La muchacha abrió mucho los ojos y se cubrió la boca con una mano.
-¡No me digas! No tenía ni idea… )
-¡No te burles, Maddi! -rezongó él.
-¡Pues a menos que me expliques por qué me hablas de tu esterilidad como si fuera noticia de último minuto, perdóname pero me tengo que burlar! -exclamó ella- ¿Crees que estaba un poco idiota antes y
no lo entendi?
-¡Antes ibas a tener un bebé, un bebé tuyo, Maddi! Y podrías tenerlo de nuevo -dijo él tomando sus manos-. Soy un egoísta porque no quiero perderte, pero me siento un asco de persona cuando pienso en todo lo que te estoy quitando. No quiero quitarte la posibilidad de ser madre, de tener un bebé…
-No me estás quitando nada… -murmuró ella con un nudo en la garganta mientras intentaba soltarse de sus manos.
-¡Maddi, por favor, escucha…!
-¡No me estás quitando nada, nunca voy a volver a tener hijos! -exclamó ella y James se quedó paralizado.
Había esperado cualquier cosa de parte de Maddi menos una declaración como aquella.
Maddi sintió una abrumadora sensación de tristeza y culpa.
-A lo mejor soy yo la que está quitándote algo que quieres -murmuró con los ojos llenos de lágrimas-. Yo te amo, quiero estar contigo, y podemos adoptar todos los bebés que quieras pero no… no voy a volver a cargar uno en mi vientre, James, nunca más.
A James se le cayó el corazón al suelo, porque entendió que ese dolor que había estado intentando curar durante meses, ese que creía un poco aliviado al menos, seguía siendo más profundo de lo que imaginaba.
-Maddi… no puedes pensar así.
-Esto te va a sonar muy cruel -murmuró ella mientras las lágrimas rodaban inevitables por sus mejillas –, pero el hecho de que seas estéril es una de las tantas cosas que hace que seas el hombre perfecto para mí. Yo quiero tener hijos contigo, tantos como quieras… pero no quiero volver a embarazarme nunca más… nunca más, James. Lo siento. 2
Le dio la espalda y un segundo después la veía alcanzar las escaleras y desaparecer. James respiró profundo mirando al cielo, si era un poco cruel escuchar aquello pero después de todo el destino se la había traído a ella, y él era capaz de ser padre hasta de un león si tenía que serlo. A propósito, ¿qué tal le iría a un pobre leoncito con Maddi?
Recogió su frustrado intento de propuesta de matrimonio y bajó, pero para cuando llegó al gran salón le dijeron que Maddi ya se había ido.
Su padre le dirigió una mirada que significaba: “arréglalo“, y James llamó a uno de los choferes para que lo llevara a casa. Quitarse todo el cansancio con un baño le tomó cinco minutos y luego se metió en la cama, acurrucándose contra su espalda.
-Pocos, lentos y feos -murmuró en su oído y ella se limpió aquellas lágrimas silenciosas para girarse boca arriba y mirarlo.
-¿Quiénes? -preguntó.
-Mis nadadores -replicó James-. El informe de esterilidad decía que son pocos, lentos y feos, así que tampoco servirían mucho para una fertilización así que…
-¿Adoptamos? -preguntó Maddi con una pequeña esperanza en la voz.
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