CAPÍTULO 30. ¿Está vivo? Meli no sabía exactamente que le aleteaba dentro. “Quiero que te quedes conmigo… pero no así”.
Sentía que aquella poceta era demasiado pequeña para palabras tan grandes.
-¿Entonces cómo? Nathan negó mientras cerraba los ojos. – No lo sé… ¿queriéndome? ¿Sería demasiado pedir? – murmuró, pero luego se dio cuenta de lo que había dicho-. Por Dios, no puedo obligarte a quererme… ¿ por qué siempre se me olvid…?-pero no pudo terminar de hablar, porque Amelie cortó los pocos centímetros de agua que los separaban y se acercó a él.
Lo miró despacio, como si necesitara reconocerlo. Jamás lo había visto sin camisa y era… un espectáculo difícil de asimilar, parecía que tenía cada músculo en el lugar justo para estremecerla a pesar del calor que había.
Puso una mano pequeña sobre su pecho y sintió el corazón de Nathan acelerarse en un segundo, él tenía razón, había cosas que no se podían fingir.
—No lo sé – murmuró-. Por qué quiero quedarme contigo… no sé por qué. Lo que siento por ti, no sé qué es… No podría poner nada de eso en palabras. ¿Tengo que hacerlo?
Pero cuando levantó los ojos hacia él supo que no. No necesitaba hablar, era como si él entendiera perfectamente su silencio. Nathan la rodeó lentamente con sus brazos y la miró pensativo, con los ojos llenos de emoción mientras consideraba lo que ella decía. Podía percibir la intensidad de todas sus dudas y sabía que, fuera lo que fuera lo que había entre ellos, no podía expresarse fácilmente con palabras.
– ¿Cómo puedo hacerte entender? -susurró ella en voz baja, pero la tensión en el cuerpo de Nathan le dijo que él tenía su propia forma de averiguar las cosas.
Meli sintió su nariz en la mejilla, el roce suave cerca de su boca y estaba a punto de besarla hasta que ella tomó un pequeño impulso y lo hizo antes. El beso empezó lento y dulce, como si estuviera probando cada milímetro de sus labios mientras se abría paso en su boca. Sintió un calor abrasador que ascendía desde su vientre y abarcaba todo su cuerpo; sus pezones duros presionaban contra la tela y los muslos se tensaron, prácticamente temblando de necesidad.
Mientras sus lenguas danzaban juntas en un ritmo lento y sensual, Meli’ temblaba de deseo y sus caderas se movían contra él en un esfuerzo por
acercarse. Podía sentir la dura erección de Nathan presionando contra su muslo en un instante, mientras se apretaba contra ella, y la fricción provocaba oleadas de placer que recorrían su cuerpo. Su contacto parecía encender un fuego dentro de ella, gimió suavemente en su boca mientras sus besos se hacían más urgentes, y sus manos exploraban cada curva del cuerpo del otro.
Cuando sus labios se separaron por fin, tanto Meli como Nathan respiraban con fuerza por la excitación. Sus corazones latían con fuerza en sus pechos mientras se miraban a los ojos, sus respiraciones calientes rozando su piel.
– Te necesito -dijo él lentamente-. Más de lo que nunca había deseado a nadie. Debo estar loco pero no hay forma en que pueda dejar de pensar en ti. Meli sonrió ligeramente, sintiendo su propio deseo ardiente creciendo con cada palabra que escuchaba.
-Se te nota. – murmuró ella, casi sin aliento—. Mucho.
Su mano se deslizó dentro de aquel bóxer y lo acarició lentamente, viendo cómo se mordía los labios para no gemir. Meli jamás había hecho algo como aquello, pero siempre había una primera vez. Lo rodeó con su mano y sintió que Nathan se estremecía ante el contacto, echando la cabeza hacia atrás y dejándose llevar mientras empezaba a masturbarlo. Meli trató de seguir sus instintos, y por suerte Nathan era bastante evidente cuando se trataba de placer, su mano se movió con un ritmo firme y apasionado, sintiendo como todo su cuerpo se estremecía mientras lo observaba en silencio.
Empujaba hacia arriba y hacia abajo sobre sus dedos, sintiendo cada centímetro de su miembro contra su mano mientras gemía con fuerza. Nathan se acercó para besarla de nuevo mientras la tocaba salvajemente, necesitaba tenerla más de los que necesitaba respirar, y cuando sintió que se liberaba simplemente le dio la vuelta, haciendo que apoyara las manos en el borde húmedo de roca. Se pegó a su espalada y besó su cuello y su hombro mientras la sentía vibrar, tensa como una cuerda de violín… y él sabía perfectamente como sacar música de su boca. Acarició sus pechos, metiendo los pulgares bajo su brasier, y la sintió contener el aliento. Sus manos bajaron despacio hacia su vientre y exploraron suavemente sus cederas mientras ella se estremecía. Nathan estaba disfrutando cada segundo de tocarla, cada suspiro que salía de sus labios era una promesa de placer, y cuando por fin sus manos llegaron a sus bragas… y luego más abajo, hasta llegar a su sexo. Sintió alquel primer instinto suyo de apretar las piernas, pero sus dedos comenzaron a moverse lentamente sobre su clítoris, provocándole unos escalofríos y gemidos que casi lo volvieron loco. Era tan hermosa… y él quería ser el único en hacerla sentir así.
Nathan estaba casi tan loco de deseo como Meli. Pudo ver cómo su mano se contraía sobre la roca, como sus pezones se endurecían con el placer… y saber que era él quien le estaba provocando aquello casi lo hizo explotar. Nathan quería estar dentro de ella, quería sentirla apretándose a él mientras gemía su nombre… pero también quería alargar aquel momento todo lo posible y sabía que aquel no era el lugar.
La penetró despacio y se sorprendió de lo mucho que apretaba un simple dedo, dos ya eran una invasión profunda, pero a medida que los movía más rápido podía escucharla casi gritando mientras sus manos aferradas a la roca mientras Nathan susurraba palabras excitantes en su oído.
-¡Quiero que te corras…!¡Quiero que te corras ya…! ¡Quiero escucharte! Y entonces, finalmente, sintió que el orgasmo se apoderaba de ella… una ola de placer que la inundó por completo haciéndola gritar y temblar. Nathan no pudo aguantarse mucho más y se liberó contra sus bragas, sintiendo como los últimos espasmos recorrían todo su cuerpo.
Meli permaneció inmóvil durante unos minutos, incapaz de pensar o respirar siquiera, antes de que él le diera la vuelta y la besara lentamente.
– No quiero que te vayas —susurró él, escondiendo el rostro en la curva de su cuello—. No quiero que me dejes. Amelie lo rodeó con sus brazos y negó.
– No voy a ir a ningún lado. ¿Cómo era que todo había terminado en relativo control? Solo Nathan lo sabía. Aquel era un lindo lugar para el recuerdo, pero no para uno donde pudiera darle todo lo que ella necesitaba para una primera vez que no olvidara jamás.
Tuvieron un largo regreso en coche hasta Geosea, compartieron unas hermosas vacaciones con Sophia y el abuelo, vieron las ballenas, pero entre Nathan y Amelie no pasó nada más allá de algunos besos compartidos en la oscuridad. Regresar a la rutina fue un poco inquietante después de eso, como si ya no hubiera forma de liberar la tensión que había entre ellos que no fuera estar juntos, pegados, besándose en algún rincón escondido de la casa.
Para Meli no había desaparecido la preocupación de lo que sus tíos podían hacer contra ella, pero Nathan insistía en que lo dejara lidiar con ese problema en particular y que ella se dedicara solo a estudiar y ser feliz. Y precisamente en eso estaba, en una de sus clases, cuando su celular comenzó a vibrar y Amelie frunció el ceño al darse cuenta de que era el número del abuelo King. Salió inmediatamente del salón y contestó la llamada.
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