JUEGOS DE SEDUCCIÓN. CAPÍTULO 4.
“Ella” (Antes de comenzar a leer el capítulo, por favor busca la canción “Ella” de Ricardo Ariona. Tenla lista, ya sabrás cuándo pasarla) 3 Treinta y siete años, dueño de un equipo de fútbol, sexy, amable, con una herramienta poderosa con la que trabajar y una sonrisa moja bragas que ya había conquistado a cientos de mujeres... 2
“¡Es que soy un partidazo!“, rezongó. ¿Entonces por qué ella no lo miraba más de dos veces seguidas en la misma noche?
¡Dios era testigo de que Rex Lanning jamás en su vida había correteado tanto a una mujer!¡Y mucho menos era tan amante del arte como para ir a una exposición siete días seguidos...! Pero
ahí fue al tercero, y al cuarto, y al quinto...
Verla cada noche y hablar con ella al menos unos pocos minutos era demasiado agradable, pero más lo era verla desenvolverse entre otros artistas y compradores de arte. Su exposición era un éxito, casi todas las piezas se vendieron en los primeros días y Rex se aseguró de comprar la fotografía de las orcas. Era un regalo para Sophi que le enviaría apenas Meli viajara a Europa a verla. 3
Por supuesto que le molestaba ver al greñudo de Connan Bergman ahí, pero lo cierto era que ninguno de los dos se robaba demasiado su atención. Cuando estaba en la galería, Abby era totalmente una profesional y Rex se encontraba sonriendo más a menudo de lo que esperaba, mientras observaba cada uno de sus movimientos.
– ¿Quieres ir a tomar algo cuando salgamos de aquí? —preguntó una voz tras ella y Abby sonrió de medio lado mientras se volvía.
– Te lo agradezco en el alma, Connan, pero hoy es la última noche de la exposición – dijo con suavidad–. Mientras todos celebran yo tengo que sentarme con el director comercial de la galería a hacer cuentas y no sé a qué hora termine.
—Entiendo –respondió él amablemente besando su mano-. Solo quiero aclarar que me acuesto muy tarde, y si cuando sea que termines, todavía estás de ánimo, solo tienes que llamarme y paso por ti. ¿De acuerdo? 1
– De acuerdo. Gracias – respondió Abby, despidiéndose, pero cuando se dio la vuelta se topó con el rostro satisfecho de Rex.
– Muy buena estrategia para deshacerte del greñas–sonrió él—. ¿Nos vamos?
Abby se puso en punta de pies y le dio un beso suave en la mejilla.
– Lo siento, cariño –suspiró con cansancio—. De verdad me tengo que quedar, no era una estrategia.
–¿Vas a demorar mucho? – No sé, quizás una hora más o dos, no depende de mí – dijo Abby y Rex asintió, pero la verdad era que no tenía ni la más mínima intención de irse de aquella galería sin ella.
Abby entró en las oficinas, resolvió su pago en quince minutos y luego se sentó a reírse de cuanto meme le salía en su facebook. Una hora después por fin decidió que lo había hecho
esperar lo suficiente y salió de allí para encontrar exactamente lo que había pensado: a Rex apoyado en el capó de su convertible, pensativo, y aguardando por ella.
–Te quedaste – le dijo con una sonrisa y él se acercó despacio, envolviéndola en un abrazo suave antes de besar sus labios con delicadeza. Abby ronroneó ante aquella inesperada dulzura, sabía a champaña y olía delicioso, cruzó los brazos detrás de su cabeza y enseguida aquel beso subió de tono hasta convertirse en un huracán. Las manos de Rex apenas se movían sobre ella, pero podía sentir la enorme tensión con que estrujaba su vestido, intentando no levantarlo allí mismo.
– Ven conmigo –murmuró Rex con acento seductor–. Ven conmigo esta noche. Quédate conmigo, déjame consentirte.
Abby sintió su cuerpo estremeciéndose de anticipación, y él se dio cuenta en ese mismo momento. Le apretó las nalgas con urgencia y la arrastró hacia su auto, cerrando la puerta con decisión. Solo quería llevarla a su departamento y hacerle el amor como ningún maldito hombre se lo había hecho en su vida..
La besó en cada semáforo en el que se detuvieron, la vio cerrar los ojos y gemir mientras la tocaba. La besó en el ascensor mientras subían. La besó en el corredor frente a su departamento mientras trataba de meter el código en el panel de la puerta.
Con un hormigueo de excitación, Abby siguió a Rex hasta el interior de su departamento. No se detuvo a ver la elegante decoración y el lujoso mobiliario. Todo lo que podían ver y sentir era sus dos cuerpos enredados en un mar de caricias. Abby gimió mientras él besaba cada centímetro de su suave piel, empujándola hacia el dormitorio, pero apenas aquellas puertas se abrieron cuando Abby se tenso, y sostuvo con fuerza aquella mano que pretendía subirle el vestido, deteniéndolo. 2
–¿Qué pasa...? Abby no respondió, pero Rex siguió su mirada y se puso lívido. Sobre su cama había dos mujeres dormidas... y desnudas.
– ¡Giulia... Giselle! –murmuró azorado y las gemelas levantaron las cabezas, bostezando. –¡Hola, cariño, el vuelo se atrasó y vinimos directo a quedarnos! Esperamos que no te moleste –dijo una de ellas con una sonrisa somnolienta y Rex cerró los ojos, queriendo que la tierra se lo tragara.
A su lado Abby estaba en silencio y él ni siquiera sabía cómo comenzar a explicarle.
Giulia y Giselle eran azafatas, se quedaban quizás un par de veces por mes y él les había dado el código de la puerta por si llegaban de madrugada. Estaba esperando que alguien empezara a gritar, pero las gemelas volvieron a dormirse como si nada les importara y Abby solo retrocedió buscando su bolso, que se había caído en la sala.
–¡Abby..! ¡Lo siento, te juro que lo siento, no tenía idea de que iban a llegar! Sin embargo ella no le estaba reclamando, en su expresión no había enojo ni rabia, solo una profunda decepción. Rex solo había visto esa decepción una vez antes, en los ojos de Sophia, y había esperado que nadie volviera a mirarlo nunca de aquella forma, pero allí estaba. Solo que a diferencia de Sophia, Abby ni siquiera se molestó en llorar.
– ¡Abby, por favor...! –dijo tratando de detenerla.
—Cariño, tranquilo, no te estoy reclamando nada –suspiró ella–. Pero yo no hago tríos y menos cuartetos.
Se encamino a la puerta y Rex apretó los puños con impotencia cuando la vio tomar aquel corredor. Quería justificarse de cada manera posible pero sabía que no tenía cómo, porque había dos mujeres desnudas en su cama.
–¡Maldición, Abby, lo siento! –exclamó desesperado mientras ella esperaba el ascensor, y la muchacha se giró para mirarlo a los ojos.
– No te disculpes. Tú eres como eres... a nadie tiene que gustarle más que a ti — respondió, pero Rex jamás había visto en la mirada de nadie tanto asco y lástima juntas. Y por primera vez en su vida, no le gustó como era ni lo que hacía, simplemente porque odiaba que ella lo mirara así.
La vio subirse en el ascensor sabiendo que no podía detenerla, y le dio la espalda para volver a su cuarto cuando algo lo detuvo. Mientras las puertas de aquel ascensor se cerraban la escuchó hablando quedamente por teléfono.
–¿Connan? ¡Sí? ¿Sigues despierto? Bien... ¡está bien si te tomo la palabra? ¿Pasas por mi?
Rex se giró como un rayo para detenerla, pero las puertas del ascensor ya se habían cerrado. Corrió a las escaleras, pero cuando salió a la entrada del edificio ya ella no estaba por ningún lado.
–¡Maldición! ¡Maldición! –gritó exasperado porque no soportaba la idea de que ella se fuera con el greñas a ningún lado, pero lo peor era saber que no podía impedirlo iporque no tenía ni una maldit @ idea de dónde podía encontrarla, ni de cuál era su hotel, ni nada de nada!
Se subió a su auto y trató de calmarse, pero muy pronto se dio cuenta de que aquello no se le iba a pasar, tenía que encontrarla, así que lo único que se le ocurrió fue meterse en las redes. Ella no tenía ni una, era un fantasma social... ¡Aaaaaah, pero el greñas era otra cosa! 1
Le tomó una hora, una de las más amargas de su vida, encontrar por fin uno de sus puñeteros amigos que lo había etiquetado en uno de los mejores bares de la ciudad, y condujo hacia allá como si el diablo le pisara los talones.
El lugar estaba animado a aquella hora de la madrugada, las mesas de billar estaban llenas, las dos barras movidas y las tarimas llenas de chicas bailando.
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