JUEGOS DE SEDUCCIÓN. CAPÍTULO 10.
¿Estás seguro de que quieres saberlo? Otra semana. Otra extremadamente corta semana había pasado.
Después del evento de los veteranos habían descansado un par de días, si era que a hacer el amor hasta en la encimera de la cocina se le podía considerar descanso, pero para Rex seguía sin ser suficiente.
Luego de eso volvieron a retomar sus energías y sus paseos por la ciudad hasta que Abby encontró otro proyecto maravilloso con qué hacer una exposición, y durante algunos días estuvieron visitando la academia de arte Juliard, de donde la muchacha sacó una sesión impresionante con las bailarinas de danza contemporánea.
Parecía que siempre era así, ella tenía una habilidad especial para encontrar la belleza y fotografiarla, y él se maravillaba con lo hermosa que se veía la vida a través de sus ojos.
Todo era simple con ella, elemental. Rex incluso se había hecho un pequeño espacio para trabajar desde el departamento y la compañía Lanning también marchaba sin contratiempos. Descubrió que le encantaba jugar billar, la comida tailandesa y los barcos. Sabía mucho de fútbol americano pero prefería los deportes de riesgo. Era una experta fotógrafa, pero el dinero con que viajaba y vivía no salía de las exposiciones.
Más de una vez Rex se había preguntado cómo era que todavía no salía corriendo, jamás había vivido un mes con una mujer que no fuera Meli, su mejor amiga, pero ellos eran lo más alejado a una pareja. En cambio con Abby, despertaba y se dormía con la adrenalina a tope, como si todavía estuviera en medio de una temporada de Super Bowl.
Sin embargo a medida que se iba acercando el final de aquel mes, Rex sentía que aquella adrenalina se convertía en ansiedad, una que apenas lo dejaba dormir, al punto de que se levantó sobresaltado cuando escuchó el sonido seco y el “ay” ahogado de la muchacha.
–¡Maldición, Rex, deja de amarrarme a la cama! ¡Un día de estos me voy a lastimar en serio! – se quejó ella haciendo un puchero y Rex se lanzó de la cama para levantarla en sus brazos.
–¡Lo siento, lo siento! –murmuró besándola muchas veces en los labios y en las mejillas – Primero era broma y luego... no sé, siento que de verdad te me vas a desaparecer de un momento a otro.
– ¿Y eso sería muy malo? – preguntó Abby mirándolo a los ojos y por una vez él se puso serio. –Sí. Sí, sería muy malo, así que por favor, no lo hagas – le pidió. –OK.
-¡OK no! Prométemelo, Abby. Prométeme que cuando tengas que irte me lo vas a decir.
La muchacha asintió sin dejar de mirarlo, preguntándose una y otra vez qué tan cerca estaba del corazón de Rex Lanning. Era gracioso después de todo, que un hombre acostumbrado a huir fuera quien la amarrara a su cama, literalmente.
– ¿Sabes que acabo de recibir? – le dijo Rex más tarde esa noche. –Una invitación de Lennox. Firmó con Nike hace unos días, va a hacerle publicidad a sus prótesis para deportistas, así que le van a hacer un lanzamiento por todo lo alto en uno de los antros más exclusivos de la ciudad. Mañana. Código de vestir: negro como mi corazón. Quieres ir? 1
Abby asintió.
–¡Pero claro! Hemos hecho de todo menos bailar, y quiero saber qué tan bien te puedes mover – lo provocó. Rex la miró de reojo, divertido.
–Ven acá, chiquilla malcriada, ique yo te voy a hacer un baile horizontal digno de un monumento!
Al día siguiente, como dos nenes vanidosos cada uno se fue de compras y hasta se arreglaron en habitaciones separadas.
Él salió hecho un galán estilo James Bond, con un traje negro impecable, desde el saco hasta la corbata, y ella salió... con un vestido blanco que a Rex casi le desprendió la barbilla.
Mientras la veía caminar hacia él, Rex podía sentir cómo su corazón latía más rápido en su pecho. Nunca había estado tan emocionado por algo en su vida, y eso que solo la estaba mirando. Llevaba un vestido ajustado, largo hasta las rodillas, y con una discreta abertura sobre uno de los muslos. Tenía un escote suave y poco sugerente, el problema era que con esas curvas y esa actitud, toda ella era una mala sugerencia.
–El código de vestir decía de negro –murmuró Rex embelesado mientras veía la tela blanca y brillante relucir sobre su piel bronceada.
–Sí, bueno... quiero ver quién es el que no me va a dejar entrar. – Abby le hizo un guiño y él acabó de derretirse por completo. Y la verdad fue que no, a nadie se le ocurrió detener el paso de aquella mujer, y Rex pasó toda la noche con la mirada clavada en esa gota de luz en un océano de negro y luces de neón.
–¿Estás bien? ¿Por qué siento que están a punto de crecerte un par de alas?
–Será el Red Bull…
–¡Rex! –El exfutbolista se desperezó cuando Lennox se burló de él –– ¿Qué te está pasando, hermano?
Él solo señaló a Abby con un suspiro.
– No es como ninguna otra mujer que haya conocido antes –reconoció —. Es fuerte, apasionada y feroz. Pero es como yo, experta en escapar a la mañana siguiente.
– Pero lleva contigo más de una mañana, ¿no?
Los que estaban alrededor de ellos gritaron con entusiasmo y hubo hasta choque de copas mientras Abby se cruzaba de brazos y levantaba una ceja sugerente.
– ¿Qué haces? –murmuró Rex.
–Pues busco a ver dónde está esa novia tuya, porque yo no te he dicho que sí —respondió ella y Rex puso cara de susto.
–¿Y te lo tenía que pedir...? –La inocencia en aquellas palabras fue más que suficiente para que Abby estallara en carcajadas y Lennox se burlara de él por el resto de la noche, explicándole que su entusiasmo no era suficiente a las mujeres de verdad había que hacerles una propuesta de noviazgo ique ellas incluso podían llegar a rechazar! Abby veía a Rex al borde del colapso cada cinco minutos, pero increíblemente esa madrugada, cuando regresaron al departamento, él solo le hizo el amor con más convicción que antes. Al
día siguiente, apenas a las diez de la mañana, Rex la levantó con dos besos y la hizo prepararse para salir.
– ¿A dónde vamos? –¡Es sorpresa! ¡No puedes espiar! – le advirtió él mientras le vendaba los ojos en el taxi.
Un rato después Abby arrugó la nariz al oler la brisa salada y sonrió imaginando a dónde la llevaba. Cuando Rex le quitó la venda estaban en la North Cove Marina al suroeste de Manhattan. Él llevaba la cesta de picnic más impresionante del mundo y caminaron de la mano por los muelles.
– Pensé en rentar un yate de cincuenta pies – dijo él —, pero si quieres otra cosa... – La vio mirar embobada un pequeño velero y pasó una mano alrededor de su cintura––¿Sabes pilotarlo?
– Tengo una exposición impresionante sobre veleros en el Mediterráneo –respondió ella pensativa–. Así que tuve que aprender a pilotarlos. Me encantan.
Rex suspiró con nostalgia pensando en alguien más que amaba los veleros.
–Entonces rentemos ese – decidió y media hora más tarde estaban saliendo del muelle en aquel hermoso barco.
Rex no había olvidado para nada sus clases, pero era evidente que solo podía asistirla porque la experta era ella. Abby manejaba aquél velero con la seguridad de una vieja capitana y mientras la escuchaba darle órdenes desde el timón, él estaba otra vez que se derretía por ella.
Dieron una enorme vuelta por los enormes canales alrededor de Manhattan y disfrutaron al máximo, hasta que Rex no pudo aguantarse aquella pregunta, porque en cierto momento el rostro de Abby, como pasaba muchas otras veces, se convertía por algunos minutos en una pequeña máscara de tristeza y nostalgia. – ¿Me lo dirás alguna vez? – preguntó. – ¿Decirte qué? – lo increpó Abby. –¿Quién fue el cabrón que te rompió el corazón? –dijo él y la muchacha se quedó muda por un instante, impávida, antes de responderle: –¿Estás seguro de que quieres saberlo?
Comments
The readers' comments on the novel: La Novia Equivocada Novela de Day Torres