JUEGOS DE SEDUCCIÓN. CAPITULO 14.
Una mala noche Rex sintió que el corazón se le encogía, nueve años después era capaz de recordar esas palabras. Esas mismas que habían salido de su boca cuando le había propuesto sumarse a aquella orgía que ya tenía con otras tres mujeres
–¿Estás haciendo esto para vengarte de mí? — le preguntó mirándola a los ojos y ella negó con tristeza.
– No, si hubiera querido vengarme de ti hubiera dejado que me follaras la primera noche y luego te habría dicho quién era –murmuró ella–. Yo solo... necesitaba entender que era verdad.
–¿Qué cosa? –gruñó Rex.
–Que nunca podrías quererme –respondió Sophi–. Necesitaba asegurarme, ¿sabes? Uno nunca debería quedarse con la duda cuando hay sentimientos tan importantes de por medio. Pero al final me lo dejaste claro en ese velero: no me quieres, si tuvieras que montar la maldit @ orgía mil veces, mil veces lo harías, porque no puedes quererme.
Rex la escuchó suspirar con cansancio y aquel nudo en su garganta se hizo insoportable.
–Yo nunca quise lastimarte... – murmuró, porque él mismo se había repetido cientos de veces que quien le hubiera roto el corazón a Abby no podía ser más que un cabrón.
–Lo que queremos y lo que realmente logramos hacer, Rex, casi nunca van de la mano. Bien dicen que de buenas intenciones está pavimentado el camino del infierno – replicó ella—. Pero supongo que eso ya no importa. Tienes razón, soy una isla, mi corazón es una fortaleza amurallada y ya no estoy dispuesta a compartirlo. Lo bueno es que gracias a ti ya no tengo que hacerlo.
Le dio la espalda y se dirigió a la puerta con paso suave, sintiendo por primera vez en muchos años que una extraña paz se apoderaba de ella.
– Sophi...! Esto no tenía por qué ser así – murmuró él.
– Tienes razón respondió ella mientras sus ojos se llenaban de lágrimas –. Supongo que en esto saqué la mala sangre de mi madre, pasaron nueve años y aún no supe cómo rendirme contigo. – Se limpió las lágrimas antes de que cayeran y luego sonrió con una mezcla de resignación y cansancio–. Creo que ya es tiempo de que lo haga. Ya no tienes que preocuparte por mí, no voy a volver a molestarte. Abrió la puerta, pero Rex sentía como le estuvieran acuchillando un costado y solo quisiera gritar de dolor.
–¿De verdad te vas a casar con Will? – la increpó y unos segundos después la vio encogerse de hombros.
–Con él, con otro... ¿qué más da? Algún día tendrá que pasar –suspiró Sophi, y antes de irse se detuvo un instante-. Todavía creo que eres una buena persona, Rex, solo.... no tienes la culpa de no quererme. –Se agachó, bajándose la media de la zapatilla deportiva y desanudando ese diminuto cordel que él ataba a su tobillo cada mañana. Lo miró durante un largo segundo mientras Rex contenía la respiración y luego lo dejó sobre un mueble que tenía cerca–. Creo que ya es hora de que nos dejemos ir el uno al otro–declaró sin mirarlo y cerró la puerta con suavidad tras ella. 2
El rugido de impotencia que salió del pecho de Rex solo fue ahogado por el volumen de la música que había afuera. Golpeó la pared más cercana con los puños hasta que le dolieron los nudillos y se aguantó el sollozo que le subía a la garganta porque ni siquiera eso se merecía. ¿A quién iba a culpar, si él mismo la había hecho así? Las palabras de Abby en aquel velero mientras le reclamaba que fuera una mujer distante, un ave de paso, le volvieron a la mente:
“¿Y tú tienes alguna idea de la clase de mujer en la que convertiste a Sophia?”
Rex de verdad había querido creer que solo la había alejado, no tenía idea de que esa especie de monstruo destrozador de corazones que tanto había odiado en ese momento... era él mismo.
La noche siguió su curso y Rex bebió para olvidar, y finalmente terminó en un rincón de la casa, con la espalda apoyada contra la pared mientras observaba como todos los demás disfrutaban de lo que él mismo había creado. La fiesta era un éxito... pero para Rex era una tortura.
Se tapó la cara con un brazo, deseando que el dolor fuera lo suficientemente intenso como para arrastrarlo a ese lugar oscuro e insensible en el que no podía ser herido. Desmayarse otra vez, eso quería, pero la suerte no estaba de su parte. Por mucho que tratara de ahogar aquellos pensamientos, aquellos sentimientos, la imagen de Sophi sonriéndole tristemente mientras le entregaba el pequeño cordel, –que era más poderoso que cualquier anillo–, y le decía adiós seguía ahí, atormentándolo.
Así que finalmente se levantó, agarró la mejor botella que Nathan tenía en su bar y fue a sentarse a la mesa de los Bishop. Will ya era un hombre, pero comparados con él, con Nathan y con su padre, seguía siendo un niño a la hora de beber.
Sophi los vio mientras conversaba con Meli, pero no dijo ni una sola palabra, no tenía ni la más mínima intención de contarle nada a su madre, porque a fin de cuentas nadie podía comprender los sentimientos ajenos. Meli era la madre de su corazón, pero jamás se había cansado de decirle que aquello que sentía por Rex un día se le iba a pasar. 1
Mientras, Rex procuraba poner un trago tras otro en las manos de Will, incitándolo a beber: Whisky o cerveza, sin discriminación, y dos horas después todos en aquella mesa estaban perdidos de borrachos menos Rex, que era el mejorcito. 1 –¿Esssss mi impresiónnnn... o tú estás tratando de noquear a Willilllcito? – le preguntó Nathan en un susurro, arrastrando la lengua.
–¡Cállate que esto es por tu culpa! –gruñó Rex–.¿Cómo se te ocurrió dejarlos dormir solos? –¿Y qué te crees que hacccccccen en Europa? ¿Jugar a las casitasssssss...? – replicó Nathan y luego se quedó pensativo– . ¡Pues sí, eso justamente hacen! –¡Ya cállate, no digas babosadas! – lo regañó el exfutbolista con impaciencia–, Déjalo que se ponga como una cuba...
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