Capítulo 257
El cuerpito delicado de Raquel comenzó a deslizarse hacia el suelo, pero afortunadamente los brazos de Alberto la rodearon por la cintura, sosteniéndola.
Estaba a punto de derretirse en ese beso abrasador de él.
Alberto extendió la mano para desabrocharle el vestido, y con voz ronca le preguntó: -¿ Tienes condones aquí?
Raquel negó con la cabeza; no tenía.
-Voy a hacer que mi secretaria los traiga.–Él iba a tomar su celular para llamarla.
Raquel lo detuvo rápidamente. Él pensaba que era algo completamente normal pedirle a su secretaria que trajera los condones, pero ella sentía que después nunca podría mirar a esa mujer a la cara.
-No…
Los labios finos de Alberto cayeron sobre su cuello rosado, descendiendo hacia su pecho. -¿No qué?
Su cabello corto le rozaba la piel, haciéndole cosquillas y dolor al mismo tiempo. Raquel, con ambas manos, metió los dedos en su cabello y lo empujó hacia afuera. -Alberto, mejor no.
Su mente estaba completamente confundida; no había planeado volver a estar con él, y todo lo que estaba sucediendo esa noche era un caos.
Alberto la besó en los labios, susurrando: -Dame por favor lo que tanto quiero, Raquelita.
Raquelita.
Así la había llamado esa noche, Raquelita.
Raquel sintió su rostro arder de vergüenza, y las manos que antes sujetaban su cabello se aflojaron lentamente, dejándolas caer sin fuerza sobre sus hombros. Luego, las abrazó alrededor de su cuello.
Alberto extendió una mano, buscando su celular.
-No, ahora… estoy en mis días seguros, no voy a quedar embarazada…—su voz temblaba, a punto de quebrarse.
Alberto esbozó una sonrisa y la besó nuevamente, cerrándole los labios con suavidad.
La noche avanzaba, y en el pasillo del dormitorio de chicas se escucharon pasos; las
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compañeras de al lado habían regresado de sus citas.
-¿Escucharon algo?
-¿Qué cosa?
-Parece que se escucha el ruido de una cama… crujir.
–No, no es nada. Seguro que te has equivocado. ¡Rápido, entra!
Las muchachas rieron y entraron en sus habitaciones.
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Sobre las sábanas color rosa pálido con corazones, Alberto llevaba una camisa blanca, recién puesta, con un solo botón abrochado, dejando ver sus abdominales. En sus ojos brillaba el reflejo del rojo de la pasión. La joven estaba sobre él, y sus grandes manos, de dedos marcados, apretaban su delicada cintura, susurrándole en voz baja:—Tranquila, ya entraron.
Su largo cabello negro, desordenado, caía sobre la piel suave de Raquel, rozándola de manera ardiente. Ella se apoyaba en el hombro del hombre, sintiéndose rota, a punto de llorar:– Alberto, alguien…
Alberto la besó en los labios y le susurró:-No temas, yo estoy aquí.
No temas, yo estoy aquí.
Los labios rojos de Raquel ya estaban entumecidos por sus besos. Durante todo el tiempo, él había mantenido el control, y ella no tenía más opción que rendirse.
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