Capítulo 303
Ana alzó la vista y un rostro apuesto y distinguido se agrandó en su campo de visión. ¡Alberto había llegado!
Ana se quedó paralizada. ¿Cómo es que Alberto había venido?
-¿Alberto? ¿Qué haces aquí?
Alberto la miró con frialdad, sin decir una sola palabra.
Raquel curvó los labios en una sonrisa. -Ana, fui yo quien llamó al presidente Alberto.
¿Qué?
Ana quedó pasmada; no imaginó que Raquel hubiera llamado a Alberto con antelación.
Raquel se acercó a Ana, con sus ojos claros brillando intensamente. Curvó los labios con una sonrisa ambigua. -Hoy tú y Elena montaron todo un espectáculo, así que, por supuesto, tenía que llamar al presidente Alberto para que lo viera con sus propios ojos.
-Sabías perfectamente que Alarico es el prometido de Camila, pero aun así incitaste a Elena a seduciño, lastimando los sentimientos de Camila. Y no solo eso, hoy Alarico le declaró su amor a Elena en público, y ustedes dos, con toda desfachatez, distorsionaron los hechos para hacer creer a todos que llamándola fea! Ana, tú y Elena tienen intenciones retorcidas y corazones maliciosos. ¡Sería una verdadera lástima que el presidente Alberto no presenciara su verdadera cara!
Camila no está a la altura de Alarico. ¡Provocaron que todos la insultaran,
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Las palabras de Raquel cayeron con fuerza, como cuchillas afiladas que laceraron sin piedad el rostro de Ana, dejándola completamente pálida.
Ana jamás imaginó que Raquel se hubiera guardado una jugada final para este momento.
Estaba claro
que Alberto ya llevaba un buen rato allí, y había presenciado todo lo ocurrido.
Camila era su prima adorada, la Sofía de la familia Guerrero.
Ana miró a Alberto, presa del pánico. No es así, Alberto, déjame explicarte…
—
La mirada de Alberto era profunda y gélida, como un estanque helado. Fríamente, apartó la muñeca de Ana.
Ana retrocedió un paso,
nerviosa.
En ese momento, los ojos claros y decididos de Raquel se posaron en el rostro de Alberto. – Presidente Alberto.
Alberto la miró.
Capítulo 303
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Raquel lo sostuvo con una mirada firme y pronunciando cada palabra con claridad, dijo: Presidente Alberto, le pido que controle a su novia. La próxima vez que se cruce en mi camino, si usted no la corrige, lo haré yo en su lugar.
Dicho esto, Raquel se dio media vuelta y se marchó.
Al pasar junto a él, lo empujó deliberadamente con el hombro.
Un gesto de advertencia.
De desafío.
Alberto, alto y esbelto, permaneció de pie en el mismo lugar, divertido por la actitud desafiante de Raquel.
Tan pronto como Raquel se fue, Ana se aferró a la manga de la chaqueta de Alberto. -Alberto, por favor, escúchame…
—¿Qué más tienes que decir? ¡Lo vi todo! —dijo Alberto fríamente. Su mirada reflejaba una decepción que no podía ocultar-. Sabías perfectamente que Camila es Sofía, y aun así tú y Elena hicieron esto. ¿Así es como dices que estás luchando por nuestro matrimonio? ¿Así pretendes volverte amiga de Sofía?
Estos días él había estado acompañando a Ana, con la intención sincera de casarse con ella. Incluso deseaba de verdad que Sofía y Ana pudieran llegar a ser amigas.
Pero Ana lo había decepcionado profundamente.
Las duras palabras de Alberto la hicieron entrar en pánico. -Sí quiero ser amiga de Sofía, pero tú lo viste… jella me echó de la familia Guerrero! ¡Claramente no le agrado! En su corazón, solo reconoce a Raquel como su cuñada.
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