Capítulo 116
Esmeralda entornó los ojos, dejando que una sombra sutil cruzara su rostro, y murmuró con suavidad:
-Estos días voy a resolver algunos asuntos que tengo pendientes.
-¿Y dónde piensas quedarte mientras tanto?
-Volveré al monasterio por unos días.
Isaac frunció los labios, guardando silencio por un instante antes de añadir con voz contenida:
-Si te incomoda, podrías quedarte con la familia Santana. O, si prefieres, puedo ayudarte a encontrar otro lugar.
-No es necesario, gracias, señor Santana.
Esmeralda esbozó una sonrisa cálida y declinó con cortesía. Extrajo de su bolso una caja pequeña, envuelta con esmero, y la depositó con delicadeza sobre el escritorio de Isaac.
-La última vez usted prometió ayudarme, y no había tenido oportunidad de agradecérselo como es debido. Escogí esto para usted, espero que lo acepte de buen grado.
Isaac contempló la caja con una chispa de sorpresa en los ojos, alzando la vista hacia ella con desconcierto. Esmeralda, sin más, le dedicó una sonrisa serena, inclinó la cabeza en despedida
y abandonó la estancia.
La biblioteca se sumió en un silencio profundo, roto solo por el leve crujir de la madera bajo los pasos ya lejanos. Tras unos minutos, Isaac extendió la mano hacia la caja y, con cuidado, la abrió. Dentro reposaban unos gemelos de obsidiana, de líneas simples pero exquisitas, tallados con una precisión que delataba su exclusividad.
Por un instante, la dureza de sus ojos oscuros se deshizo en un destello de ternura.
…
Faltaban dos días para el “falso funeral“.
Esmeralda, aún bajo su identidad vigente, ultimó con Yeray los documentos para transferir la propiedad de dos locales. Al mismo tiempo, con la discreta asistencia de Isaac, movió cada centavo de su cuenta al nombre de “Siete“. En ese momento, ella no era más que un eco de sí misma, una figura despojada de todo vínculo, el misterioso número siete.
Tomó un taxi hacia la casa de Estefanía, aferrando en sus manos los pocos billetes que le quedaban, con los que compró un racimo de plátanos maduros. Al cruzar el umbral, el gesto torcido de Estefanía la recibió como un latigazo.
-Estoy a dieta, ¿para qué diablos me traes plátanos?
-Oye, ¿no acabas de sacarle una fortuna a ese imbécil? ¿Y lo único que se te ocurre traerme son plátanos?
Capitulo 116
-Тacaña yo, y eso que quería invitarte a un festín digno de restaurante Michelin almuerzo.
para el
Esmeralda soltó una risita suave, escondiendo tras ella el peso de su propia farsa.
-Fue algo improvisado. La próxima vez te traeré algo mejor, te lo prometo.
-Bah. -Estefanía le tendió un vaso de agua, frunciendo los labios en un mohín de reproche-. Olvídalo, no me hace falta nada. Mejor guarda ese dinero para ti.
Se dejó caer junto a Esmeralda en el sofá, mirándola de reojo.
-¿En qué has estado metida estos días? Siempre me da la sensación de que me escondes algo.
Esmeralda, con el alma ya cargada de culpa, esquivó esos ojos inquisitivos. Tomó un sorbo de agua y tejió una excusa con voz tranquila.
-¿Qué más podría ser? Ando ocupada cazando infieles y tramitando el divorcio.
Los ojos de Estefanía se iluminaron con curiosidad.
-A ver, cuéntame todo. ¿Ya tienes un plan? Cuando llegue el momento, te ayudo a divorciarte y a quedarte con hasta el último centavo.
-Has visto demasiadas novelas, amiga.
Estefanía infló las mejillas en un puchero teatral.
-¿Qué novelas ni qué nada? Yo misma podría ser la estrella de una. Así es como se escriben los guiones, ¿sabes?
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