Capítulo 115
En la mansión de los Santana, Esmeralda, con la destreza de sus manos expertas, terminó de aplicar las agujas y comenzó a masajear con suavidad las extremidades de Úrsula, trazando círculos que parecían danzar sobre la piel marchita.
-Siete dijo la anciana de pronto, su voz rasposa rompiendo el silencio, mientras sus ojos se clavaban en los dedos de la joven.
-¿Qué pasó con el anillo que te di? No lo traes puesto.
Esmeralda bajó la vista hacia sus manos, un leve rubor tiñéndole las mejillas, y respondió con
rapidez:
-La verdad es que me estorba un poco para trabajar. Por eso lo guardé con cuidado.
Recordó cómo la última vez no había logrado quitárselo en todo el día, llevándolo consigo hasta casa. Apenas llegó, se lo entregó a Isaac con un suspiro de alivio, pensando que la memoria frágil de Úrsula lo olvidaría. Pero, contra todo pronóstico, la anciana lo tenía grabado
en su mente.
-Niña, es solo un anillo, no debería molestarte tanto -replicó Úrsula con un dejo de reproche-. Si te incomoda, deja que otro lo haga. ¿Isaac? Que ese muchacho se encargue.
Esmeralda soltó una risa cristalina, incapaz de contenerse. El imponente señor Santana, siempre tan solemne, reducido a un simple “muchacho” por la abuela.
-¿Qué tal si prueba cómo se siente su cuerpo ahora? -sugirió, guiándola con delicadeza.
Úrsula, absorta en la conversación, no había notado que sus piernas, inertes durante días, comenzaban a responder.
-¿Eh?
Con el apoyo de Esmeralda, se incorporó lentamente, el asombro pintándose en su rostro. Al ejercer un poco de fuerza, ¡milagro!, logró ponerse de pie.
–
-¡Ay! exclamó, su voz temblando de emoción.
-¿Estoy… estoy curada?
Esmeralda le dedicó una sonrisa serena, sosteniéndola mientras daba unos pasos vacilantes. Las lágrimas brotaron de los ojos de la anciana, rodando como perlas por sus mejillas arrugadas.
-Bien, bien… -susurró entre sollozos-. Es un privilegio tener a alguien tan extraordinario como tú en la familia Santana. Ahora podría irme en paz, sin nada que lamentar.
Justo entonces, el bullicio atrajo a Isaac y Diego Santana, quienes entraron con paso apresurado. Sus rostros reflejaron una mezcla de sorpresa y tensión, un instante de
incomodidad flotando entre ellos. Todos, menos la abuela, sabían que la supuesta unión entre Esmeralda e Isaac no era más que una fachada.
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Capítulo 115
Teresa, alertada por la expresión de Esmeralda, se acercó con premura.
-Mamá, ¿ya puedes levantarte?
-¡Sí, sí! -respondió Úrsula, radiante. ¡Mira qué maravilla ha hecho Siete!
Diego, a un lado, asintió con vigor, su semblante serio incapaz de esconder la alegría que le burbujeaba por dentro.
Tras ayudar a la anciana a recostarse de nuevo, Esmeralda detalló el siguiente paso del tratamiento. Aunque Úrsula había mejorado, sin estabilizar su energía y circulación, el deterioro regresaría como tormenta tras la calma.
-En las próximas dos semanas, prepararé cinco baños de hierbas -explicó con calma, mientras entregaba una receta escrita con precisión a Teresa-. Uno cada dos días, media hora por sesión, siempre después del mediodía.
Teresa la recibió, parpadeando con sorpresa.
-¿Entonces no vendrá usted a supervisar, señorita Siete?
Esmeralda abrió la boca, buscando palabras para excusarse, pero Isaac intervino con voz firme: -El doctor Jáuregui la reclamará para consultas en otro lugar durante esos días.
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