Capítulo 120
Valentín frunció el ceño con sutileza, atrapado en un silencio que pesaba como el aire denso del mediodía. Sus dedos rozaban inquietos sobre los documentos que sostenía, mientras su mirada se perdía en las líneas borrosas del papel.
-Es comprensible que Esme esté molesta, pero hay momentos para todo, y este no es uno para caprichos. ¿Por qué tiene que ponerse así justamente ahora?
Pablo, encorvado en su asiento infantil, deslizaba los dedos con desgana por la pantalla de su celular, absorto en su pequeño mundo de luces y sonidos.
-Que no venga si no quiere -murmuró sin alzar la vista, su voz cargada de indiferencia-. Jaz puede tomar su lugar, ¿no?
-¡Ay, pequeño! -Jazmín soltó una risita fingida, aunque sus ojos brillaron con un destello de satisfacción. ¿Qué cosas dices? Tu mamá es la jefa del Grupo Espinosa, no cualquiera puede estar en sus zapatos.
“En el fondo, hasta un niño sabe que yo podría brillar en su lugar“, pensó con una chispa de triunfo, mientras su sonrisa se curvaba apenas un poco más.
Valentín mantenía la cabeza gacha, los documentos como un escudo entre él y las palabras de Jazmín. Su voz emergió grave, casi un gruñido.
-Ya, tranquilos.
Jazmín titubeó, su ímpetu frenado por un instante. Asintió con un gesto torpe, como si tropezara consigo misma.
-Está bien, no te preocupo más.
El auto se deslizaba con lentitud por las calles abarrotadas del centro, el ronroneo del motor apenas perceptible bajo el bullicio lejano. A las diez en punto, el Puente del Río Verderón se alzó ante ellos, imponente y gris contra el cielo despejado.
-¿Qué pasa allá adelante? -preguntó el conductor de pronto, rompiendo el murmullo del viaje.
Todos giraron hacia las ventanillas, curiosos. Una muchedumbre se agolpaba en el puente, un caos de voces y movimientos. Entonces, entre el gentío, una figura se lanzó al vacío.
-¡Dios mío! -Jazmín dejó escapar un grito agudo, su cuerpo buscando instintivamente la cercanía de Valentín.
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apenas reaccionó, su mano volando con rapidez para cubrir los ojos de Pablo.
-¡Mamá! -chilló el niño, su voz temblorosa.
Valentín frunció el ceño aún más, la irritación crispando su tono.
-¿Ahora sí te acuerdas de tu madre porque tienes miedo?
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-No, papá, es que… esa persona se parecía a ella.
El auto ya había avanzado cuando Valentín giró la cabeza, justo a tiempo para ver cómo las aguas del Río Verderón se estremecían en círculos concéntricos. La figura había desaparecido bajo la superficie. El puente era un hervidero de murmullos y cláxones atrapados en el atasco.
-No digas disparates -replicó, retirando la mano con un gesto seco. Su rostro era una máscara de seriedad-. Eso no puede ser tu madre.
Jazmín lo escuchó, y aunque por fuera asintió, en su interior una chispa de deseo danzó fugazmente. “Ojalá fuera cierto“, pensó, antes de volverse hacia Pablo con voz melosa.
-Ay, pequeño, seguro extrañas a tu mamá, pero no hay forma de que esa persona fuera ella.
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