Capítulo 121
Valentín respiró hondo, intentando apaciguar el torbellino que se arremolinaba en su pecho, y guardó silencio. Sacó el celular del bolsillo con un movimiento casi automático y marcó el número de Esmeralda. La línea sonó una, dos veces, hasta que el tono frío y mecánico de “en llamada” lo golpeó como un recordatorio cruel: ella lo había bloqueado hacía meses.
Pablo, con la nariz casi pegada al cristal de la ventana, seguía girando la cabeza hacia atrás, como si el puente aún estuviera a la vista.
“¿Y si no me equivoqué? Esa mujer… esa tenía que ser mamá“, pensó, mientras sus pequeños dedos tamborileaban inquietos contra el marco.
Valentín apartó la mirada del niño y dejó que su mente regresara al presente, al bullicio inminente de la conferencia de prensa. Al llegar al edificio, descendió del auto con paso firme y comenzó a dar órdenes precisas a sus subordinados, quienes se movían a su alrededor como piezas de un reloj bien aceitado.
Uno de ellos, un joven de traje impecable, se detuvo un instante y lo miró con cautela.
-Señor Espinosa, ¿su esposa aún no llega?
Para calentar el ambiente del evento, apenas diez minutos atrás habían soltado la bomba: el esquivo presidente Espinosa presentaría por fin a su esposa, esa figura misteriosa con la que llevaba siete años de matrimonio. La noticia, como era de esperarse, se había propagado como pólvora en redes sociales. Años atrás, Valentín había brillado en un programa de finanzas; su carisma y su imperio económico lo habían convertido en una figura casi mítica. Su cuenta, repleta de publicaciones serias sobre trabajo, acumulaba más de un millón de seguidores. Todos sabían que estaba casado, pero la identidad de su esposa era un enigma que alimentaba teorías y suspiros. Hoy, la promesa de verla en carne y hueso había desatado una fiebre de especulaciones en línea. Si no aparecía…
El subordinado carraspeó, visiblemente nervioso ante la posibilidad de un traspié.
-Debe estar en camino -respondió Valentín, con una calma que no delataba el nudo que empezaba a apretarse en su interior.
-Eso espero. La conferencia arranca a las once en punto. Quedan treinta y cinco minutos.
Valentín asintió con un leve movimiento de cabeza.
-Lo sé.
En el backstage, Pablo, que rara vez pisaba eventos como este, exploraba todo con ojos brillantes y manos inquietas, tocando cables, sillas, cualquier cosa que captara su atención. Quería salir corriendo a cada rato, y Jazmín, con un suspiro contenido, no tuvo más remedio que seguirle los pasos como una sombra agotada.
-Pablo, por favor, quédate quieto un momento, ¿sí? -le dijo, sujetándolo del brazo con suavidad pero firmeza, mientras lanzaba una mirada fugaz hacia Valentín.
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En ese instante, sentía que el niño era una carga agotadora. Si no estuviera atada a él, podría estar al lado de Valentín, charlando, recuperando el terreno perdido. Desde aquella noche en que Esmeralda los había encontrado juntos en la cama, una grieta invisible se había abierto entre ella y él. La distancia de Valentín era un eco que resonaba en su mente, y al recordarlo, una chispa de resentimiento brilló en sus ojos.
“Todo esto es por culpa de Esmeralda. Si tan solo desapareciera de una maldita vez, todo sería perfecto“, murmuró para sí misma.
Con una mano aún sosteniendo a Pablo, sacó el celular con la otra y tecleó con rapidez.
[Si Esmeralda aparece, no la dejen pasar. Hagan lo que sea necesario.]
La respuesta llegó casi al instante.
[Tranquila, estamos varios en la entrada. No pondrá un pie aquí.]
Jazmín dejó escapar un suspiro de alivio, como si un peso se deslizara de sus hombros. Se agachó hasta quedar a la altura de Pablo y suavizó la voz.
-Pablo, ¿te gusta estar conmigo?
-Sí–respondió él, asintiendo con una mezcla de inocencia y desconcierto en la mirada.
No entendía a qué venía esa pregunta tan repentina. Jazmín le acarició el cabello con una sonrisa cálida.
-¿Sientes que te cuido como lo hace tu mamá?
-Sí.
-¿Entonces, si mamá no llega, crees que podría acompañarte al escenario?
Pablo ladeó la cabeza, pensativo.
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