Capítulo 22
Pablo frunció el ceño, su pequeño rostro arrugado por la duda.
-Papá dijo que Jaz vendría a ayudarme. Ella es tan bonita y lista, seguro que lo hará perfecto.
-Jazmín, claro… -Margarita suavizó su gesto, y una sonrisa leve se dibujó en sus labios-. Por
supuesto.
Jazmín siempre la llenaba de pequeños detalles: un cariñoso “tía” por aquí, un regalo bien pensado en Navidad o cumpleaños por allá. Atenta, considerada, brillante. Y, sobre todo, trabajadora. Ahora, como asistente inseparable de su hijo, era un orgullo, no como Esmeralda, que solo sabía derrochar y revolverlo todo.
Apenas diez minutos después, Jazmín cruzó la puerta..Con unas pocas palabras cálidas, el semblante de Margarita se iluminó por completo.
-Jaz, ayúdame con la corona de flores -pidió Pablo, sus ojos brillando de ilusión-. Quiero que mañana todos en la guardería me miren con envidia.
-Tranquilo, pequeño, yo me encargo -respondió ella con una seguridad que parecía inquebrantable.
Pero la realidad pronto se impuso como un trazo torpe sobre un lienzo. Jazmín se puso manos a la obra, y en poco tiempo había armado dos coronas de flores. Pablo, sin embargo, los observó con desprecio.
-No es así -dijo, empujando una de las corona de flores con la punta de los dedos, como si temiera mancharse-. Esto no está bonito. Ni siquiera llega a la mitad de lo que hace mamá.
Jazmín recogió la corona de flores con un movimiento brusco. Apretó los dientes, conteniendo el fastidio que le trepaba por la garganta. ¿Cómo que no se comparaba ni a la mitad de lo que hacía Esmeralda? Imposible. Los niños y sus caprichos eran un torbellino: hace un instante, Pablo la había llenado de halagos; ahora, solo había quejas.
-Jaz, ¿de verdad sabes hacerlo? -insistió él, cruzando los brazos. Así solo van a reírse de mí
los otros niños.
-Eh… -Jazmín dejó escapar una risa seca, tomó aire y recompuso su sonrisa-. Claro que sé, Pablo, pero ya llevamos un buen rato en esto. ¿Qué tal si descansas un poco? ¿No quieres jugar a la consola?
Los ojos de Pablo se abrieron como platos, chispeando de emoción al instante. Pero, tan rápido como vino, la chispa se apagó.
-Es
que
mamá dijo que solo puedo jugar una vez al mes -murmuró, bajando la mirada.
Margarita no pudo contenerse y puso los ojos en blanco, un gesto cargado de hastío.
-¿Y eso qué? Demasiado estricta, esa mujer. La consola la compró tu papá, ¿y ella va a poner las reglas? Aquí mando yo, y tú puedes jugar cuando se te antoje.
03:00
Jazmín esbozó una sonrisa cómplice.
-Exacto, juega lo que quieras. Yo te acompaño -añadió con un guiño.
-¡Genial! ¡Viva la abuela! ¡Viva Jaz! -gritó Pablo, transformando sus lágrimas de minutos antes en saltos de pura alegría mientras corría a encender la consola.
Margarita, al ver a su nieto radiante, sintió que el peso del día se desvanecía. Se volvió hacia Jazmín con una mirada expectante.
-Jaz, ¿tienes alguna idea para esa corona de flores?
-No se preocupe, tía. Ya lo tengo resuelto -respondió ella, serena, mientras sacaba su celular y tecleaba con rapidez un mensaje a un subordinado:
[Consigue una corona de flores de papel artesanal, bien bonito y que llame la atención.]
En otro rincón de la ciudad, otra pequeña enfrentaba su propio dilema manual. Araceli Salgado irrumpió en la casa de la familia Santana, su vestido de princesa ondeando con cada sollozo, la mochila rebotándole en la espalda como un eco de su desconsuelo.
-Buaaa, abuelito, abuelita… -gimió, las lágrimas resbalándole por las mejillas.
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