Capítulo 24
Araceli divisó a Isaac emergiendo del ascensor y, con la corona de flores ondeando en su mano como una bandera victoriosa, corrió hacia él, sus pasos resonando con la ligereza de la alegría infantil.
-¡Tío, mira qué preciosidad! ¿Verdad que es hermosa la corona de flores que me hizo la tía?
Esa palabra, “tía“, cayó sobre Esmeralda como una brisa inesperada que eriza la piel. Aceptar aquel papel frente a Isaac para despistar a Úrsula era una cosa, pero ¿enredar a una niña en esa farsa? Eso era un terreno más delicado, un juego que amenazaba con escapársele de las
manos.
-¡Tío, obsérvala bien! ¿Te gusta?
-Está muy bonita -respondió Isaac con un leve asentimiento, su voz calmada como un lago en reposo.
Araceli, radiante de orgullo, estiró su pequeña mano libre para tomar la de Isaac, sus dedos diminutos buscando refugio en los suyos.
-¿Entonces vendrás mañana con la tía al evento del jardín de niños?
-No–respondió él sin titubear, su rostro endureciéndose como arcilla al sol.
La chispa en los ojos de Araceli se apagó de golpe. Su labio inferior tembló, anunciando el llanto que pugnaba por salir, mientras su mundo parecía desmoronarse en un instante.
Teresa, con la agilidad de quien conoce los estallidos emocionales de su nieta, la alzó en
brazos.
-Araceli, mi vida, ¿qué tal si vamos tus abuelos contigo?
-Pero… -la voz de la pequeña se quebró, y sus ojos se humedecieron los otros niños irán con sus papás.
Lágrimas silenciosas rodaron por sus mejillas. Se las secó con el dorso de la mano, esforzándose por articular palabra.
-Esto…
Teresa lanzó una mirada cargada de incomodidad a Isaac. Sabía que, desde que la movilidad le fallaba, él apenas abandonaba la seguridad de aquellas cuatro paredes.
Isaac, tras un instante de reflexión, posó sus ojos en Esmeralda.
-¿Señorita, dispone de tiempo mañana?
-Tengo algo de tiempo, pero… -Esmeralda frunció el ceño con suavidad, atrapada entre la cortesía y la duda-. Araceli, ¿a qué jardín de niños vas?
-Aventuras Infantiles.
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Capítulo 24
Esmeralda guardó silencio un instante, lamentando haber preguntado. Conocía bien ese nombre: un reducto exclusivo donde las familias de abolengo depositaban a sus pequeños para forjar futuros brillantes y tejer alianzas desde la cuna. Un lugar de recursos impecables y oportunidades doradas.
-Lo siento mucho, Araceli -dijo con una mirada que destilaba ternura y culpa-. Acabo de recordar que tengo un compromiso mañana. No podré ir contigo.
Los ojos de la niña se inundaron otra vez, pero, con una madurez que desmentía su edad, se secó las lágrimas y asintió.
-Está bien. Iré con mis abuelos entonces.
Esmeralda, conmovida por esa resignación tan frágil, extendió una mano y acarició la cabecita de Araceli, sus dedos rozando mechones que parecían haber perdido algo de su brillo natural.
-Cuando termines tu actividad en el jardín, te prepararé algo bien rico, ¿te parece?
Teresa alzó la vista, a punto de declinar con gentileza, pero la chispa de entusiasmo en el
rostro de Araceli la detuvo.
-¡Sí, sí! ¡Quiero que la tía me cocine algo delicioso!
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