Capítulo 25
El lunes, el Jardín Aventuras Infantiles desplegó un festín de risas y colores con su actividad para padres e hijos.
Desde el amanecer, Pablo, al enterarse de que Valentín no lo acompañaría, desató una
tormenta de protestas que resonó por toda la casa.
-Tranquilo, pequeño -intervino Margarita, con una voz dulce que intentaba apaciguar las olas-. ¿No te basta con que Jaz y yo vayamos contigo al jardín?
-¡No! ¡Quiero que venga papá! -replicó Pablo, cruzando los brazos con furia infantil.
Valentín, ajustándose la corbata frente al espejo con dedos precisos, lanzó una mirada cargada de fastidio.
-Papá tiene trabajo, Pablo. Jaz se tomó el día libre solo para estar contigo, así que no seas desagradecido.
Jazmín se acercó con pasos suaves y, con una sonrisa cómplice, tomó la corbata de Valentín para anudarla con destreza.
-No le hables tan duro al niño. Solo quiere compartir más contigo -dijo, suavizando el aire tenso.
El rostro de Valentín cedió un poco, como si una brisa hubiera aliviado su severidad.
-Tienes razón, pero no podemos dejarlo hacer lo que se le antoje. Si no, terminará como su madre, sin rumbo ni medida.
Jazmín respondió con una risa ligera, dejando las palabras flotar sin contestarlas.
Margarita, desde un rincón, contemplaba la escena con una sonrisa tibia. “Qué cuadro tan entrañable“, pensó, saboreando la calma doméstica. Mejor no mencionar a Esmeralda, esa mujer que siempre traía tempestades consigo.
…
En el camino al jardín de niños, el auto vibraba con la energía inquieta de Pablo. De pronto, sus ojos se abrieron como platos al recordar algo crucial.
-Jaz, ¿dónde está mi corona de flores? ¿Por qué no lo trajimos?
-No te preocupes, pequeño, ya está en camino -respondió Jazmín, acariciándole la cabeza
con ternura.
-¿Segura que será el mejor? ¡No quiero que sea menos que los de los demás! ¡Que todos lo miren con envidia!
-Claro que sí. Todo lo que es de nuestro Pablo siempre destaca -aseguró ella, con un tono que destilaba orgullo.
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-¡Sí, sí!-gritó Pablo, dando saltitos en el asiento, incapaz de contener su emoción.
“Jaz es increíble“, pensó, con un brillo en la mirada. No como su mamá, siempre regañándolo por presumir, apagándole la alegría incluso cuando ganaba algo. Qué aburrida era. Si Jaz fuera su madre, cada día sería una fiesta sin fin.
Al llegar al jardín y tomar asiento, Pablo paseó la vista por el salón. Los otros niños cargaban cajas y bolsas repletas de proyectos, mientras él permanecía con las manos vacías. Una chispa de inquietud le recorrió el pecho.
-Jaz, ¿dónde está mi corona de flores? -preguntó, con la voz temblando de impaciencia.
-No te alteres, ya casi llega.
-¿Qué? ¿No lo hiciste? ¡Quiero mi corona de flores ahora! -estalló, pateando el suelo en un berrinche desenfrenado.
La maestra, alertada por el alboroto, se acercó con paso firme pero sereno.
-¿Qué pasa, Pablo? -inquirió, observando la escena.
Al ver a Jazmín y Margarita desbordadas, intentando calmar al pequeño, arqueó una ceja.
-¿Ustedes son…?
-Soy su abuela -respondió Margarita, con una sonrisa amable pero tensa.
-¿Y usted? -preguntó la maestra, girándose hacia Jazmín.
Jazmín titubeó, sintiendo un nudo en la garganta, pero finalmente esbozó una sonrisa forzada.
-Soy la señora de Pablo -dijo, con un dejo de incomodidad.
-¡Jaz, mi corona de flores! ¡¿Dónde está mi corona?! -siguió gritando Pablo, ajeno a las
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