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La Falsa Muerte de la Esposa novel Chapter 33

Capítulo 33

La voz cortante de una mujer de mediana edad irrumpió en la calma de la cocina, mientras Esmeralda organizaba los ingredientes con cuidado sobre la encimera.

-No pierdas el tiempo aquí. La señorita Araceli solo come lo que yo le preparo. No acepta comida de desconocidos.

Alzando la vista, Esmeralda encontró los ojos de la mujer, que la escrutaban con un desprecio mal disimulado. Sus manos se detuvieron un instante, suspendidas sobre un ñame a medio pelar, antes de responder con una calma que escondía un destello de curiosidad.

-¿Y eres?

-Soy Sandra, vengo de la familia Salgado. He cuidado de la señorita Araceli desde pequeña -respondió ella, enderezándose con orgullo, como si su nombre fuera un título que exigiera respeto.

Esmeralda inclinó la cabeza ligeramente, digiriendo la información.

-Sandra -repitió, dejando que el nombre flotara en el aire.

-Ajá. ¿Y eres la nueva que contrataron para cuidar a la niña, verdad? -Sandra no esperó respuesta y siguió, su tono cargado de menosprecio-. Ya me lo imaginaba. La familia Santana no se esmera lo suficiente. ¿Cómo va a cuidar una muchacha tan joven e inexperta a alguien como Araceli?

Sin inmutarse, Esmeralda observó cómo Sandra se abría paso hacia el refrigerador, empujándola con un movimiento brusco para buscar algo entre los estantes.

-La señorita Araceli ha sido criada por -continuó Sandra, mientras sacaba un paquete de arroz-. Es delicada, selectiva con la comida. Jamás prueba lo que preparan extraños.

Esmeralda esbozó una sonrisa suave, casi maternal.

-Es normal que los niños sean un poco caprichosos con lo que comen.

-¿Normal? -Sandra giró la cabeza, sus ojos entrecerrados por la incredulidad-. Eso es porque no nacieron en nuestra época. Cuando yo era niña, no había ni qué comer. ¿Quién iba a andar de quisquilloso?

Esmeralda no contestó. En lugar de eso, retomó su tarea en silencio, seleccionando un cuchillo para seguir pelando el ñame con precisión. Sandra, por su parte, no dejaba de trajinar ni de hablar, moviéndose entre sartenes y especias con la seguridad de quien conoce cada rincón de

esa cocina.

-Los padres de esa niña nunca están presentes -siguió, su voz teñida de reproche-. Sobre todo la madre. ¡Vaya madre tan ausente!

Un leve fruncimiento cruzó la frente de Esmeralda al escuchar aquello.

Qué palabras tan conocidas, pensó, mientras un eco familiar resonaba en su mente.

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Capítulo 33

Recordó la voz de su suegra Margarita, afilada como un reproche eterno:

-Mi hijo no debería haberse casado con alguien así, siempre fuera de casa. ¿Qué anda haciendo por ahí quién sabe dónde?

-Las mujeres deberían ser más como antes -continuó Sandra, ajena a las reflexiones de Esmeralda-. Quedarse en casa, cuidar a los hijos, ocuparse de las tareas. ¿No sería todo más sencillo así?

Esmeralda dejó el cuchillo sobre la tabla y alzó la mirada, su paciencia finalmente resquebrajada.

-Sandra, dime una cosa: si todas las mujeres hicieran eso que dices, ¿entonces para qué te necesitaríamos a ti aquí?

-¿Yo? -Sandra se quedó muda, su rostro desencajado por la sorpresa.

No encontró respuesta y, tras un titubeo, masculló algo entre dientes.

-No se puede hablar así

Girándose con disimulo, Sandra vio a Esmeralda retomando su tarea y soltó una risita burlona.

-¿Qué? ¿Le vas a preparar ñame a la señorita Araceli? Ni lo intentes, es lo que menos le gusta. -¿De veras? -respondió Esmeralda, sin alterar su tono-. Bueno, igual lo voy a intentar.

—Es inútil, te lo digo desde ya. Solo vas a perder el tiempo.

Esmeralda levantó la vista y notó el arroz en las manos de Sandra.

-¿Y qué vas a hacer con eso?

-Bollos de arroz -respondió ella, con un dejo de satisfacción-. Son los favoritos de la señorita

Araceli.

—Esa niña tiene el estómago delicado -observó Esmeralda, casi para misma-. Tal vez no sea lo mejor que coma tanto de eso.

Sandra dejó caer el paquete sobre la mesa con un golpe seco, su rostro enrojeciendo de furia.

-Oye, muchacha, ¿no crees que te estás pasando de lista?

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