Capítulo 35
Esmeralda alzó la vista con un dejo de inquietud hacia el pasillo que conducía al estudio. -¿lsaac? -murmuró, su voz teñida de una sombra de duda.
No podía precisar por qué, pero las últimas charlas con él habían dejado un regusto amargo, como si algo entre ellos se hubiera torcido sin que ella lo notara.
-¡Vamos, tía, subamos juntas! -insistió Araceli, sus pequeños dedos aferrándose a la mano de Esmeralda con una mezcla de entusiasmo y ternura.
La niña tiró de ella hacia las escaleras, y Esmeralda, sin más remedio, dejó que la corriente de su energía la arrastrara.
Abajo, Sandra llamó con disimulo a una de las sirvientas que pasaba por el pasillo.
-Oye, dime algo -susurró, bajando la voz-. ¿Esa chica es la señora de la casa?
La sirvienta esbozó una sonrisa suave, casi divertida.
-No, para nada. Es la doctora Jáuregui, viene a revisar a la señora mayor.
-¿Entonces por qué la señorita Araceli le dice tía?
-Ay, cosas de niños -respondió la sirvienta con un encogimiento de hombros-. Ya sabes cómo son, inventan lo que sea.
Sandra asintió, relajando los hombros aliviada.
Así que solo eran fantasías infantiles… Por un instante, había temido que esa mujer fuera realmente la esposa joven de los Santana.
Araceli, se plantó frente a la puerta del estudio y dio unos golpecitos con sus nuditos. Fue Teresa quien abrió, su rostro iluminándose al verla.
-¡Abuelo y abuela, qué sorpresa encontrarlos aquí! – exclamó la pequeña con una chispa en la voz-. Vine a buscar al tío para que bajemos a cenar todos juntos.
-Claro, pequeña, ahora mismo bajamos -respondió Teresa, dedicándole una cálida inclinación de cabeza a Esmeralda.
Esta tomó la mano de Araceli y comenzaron a descender las escaleras. Pero justo antes de girar, una sombra fugaz cruzó su semblante. ¿Había oído mal o realmente habían pronunciado el nombre “Valentín” tras la puerta entreabierta?
En el comedor, la mesa rebosaba de aromas y colores. A los platillos que Esmeralda y Sandra habían preparado se sumaban las creaciones de los cocineros de la familia Santana, un festín que parecía desafiar el espacio mismo.
Araceli, con su entusiasmo infantil, jaló a Esmeralda para que se sentara a su lado.
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Sandra, con un tono que destilaba sarcasmo, comentó al pasar:
-Dicen que los Santana son muy estrictos con sus reglas. Creo que los invitados no tienen lugar en esta mesa.
Araceli, sin captar la pulla, giró la cabeza y miró a Sandra con esos ojazos brillantes que parecían guardar un universo entero.
-¡Pero la tía no es una invitada! -protestó, su voz cargada de certeza.
Sandra abrió la boca para replicar, pero en ese instante Teresa y los demás bajaron las escaleras. La matriarca sonrió ampliamente al posar los ojos en Esmeralda.
-Doctora Jáuregui, por favor, siéntese con nosotros -invitó con calidez.
-Sandra dijo que los invitados no pueden sentarse aquí -soltó Araceli, inocente y directa.
Sandra se quedó petrificada, deseando que la tierra la tragara en ese mismo instante. ¡Esa niña y su lengua suelta!
La sonrisa de Teresa se apagó apenas un instante, su mirada deslizándose hacia Sandra con una frialdad cortante.
-Sandra, te trajimos de los Salgado para que Araceli se sienta en casa, no para que te metas en las decisiones de los Santana —dijo, su tono sereno pero afilado como una advertencia.
Sandra palideció y asintió con rapidez, tragándose cualquier excusa.
Justo entonces, Isaac apareció en el umbral. Pero antes de que pudiera avanzar, Araceli corrió hacia él y, con una risita traviesa, comenzó a empujar su silla de ruedas.
-¡Jeje, el tío y la tía tienen que sentarse juntos! -declaró, orgullosa de su ocurrencia.
Isaac guardó silencio, un leve fruncimiento en su ceño traicionando sus pensamientos. Esa pequeña era demasiado lista para su propio bien. Sin embargo, no podía contarle la verdad; Araceli solía charlar con su bisabuela, y un desliz podría llegar a oídos menos comprensivos.
-Siéntense todos a comer -dijo Teresa, suavizando el ambiente con una sonrisa-. Doctora, no haga caso a las caras largas de Isaac y mi hijo. Así son ellos, siempre serios.
Esmeralda asintió con una leve inclinación, mostrando que entendía.
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