Capítulo 38
La pequeña Araceli, con los ojos brillantes y las manos juntas en un gesto suplicante, insistió con una dulzura que desarmaba.
-No, no, tía, quédate aquí y duerme conmigo.
El rostro de Esmeralda se crispó en un instante, atrapado entre la ternura y una sombra de incomodidad. Isaac, que leía en un rincón con un libro entre las manos, alzó la vista, sus dedos deteniéndose sobre la página.
-Tranquila, puedes quedarte una noche -dijo con calma, su voz como un hilo de agua serena-. Si necesitas algo, los empleados lo arreglarán para ti.
Esmeralda abrió la boca, buscando una excusa gentil para escapar, pero las palabras se le
enredaron en la garganta.
-Por favor, tía, duerme conmigo -suplicó Araceli, inclinando la cabecita con una mueca tan enternecedora que parecía sacada de un cuento-. Mis papás no están, y me siento tan solita.
Esa carita, esos ojitos vidriosos, derritieron las defensas de Esmeralda como cera bajo el sol. Tal vez era su instinto de madre, ese cariño que brotaba sin esfuerzo ante los niños, lo que la hacía tan débil ante esa petición.
-Bueno, está bien -cedió al fin, con un suspiro que era casi una rendición-. Esta noche dormiré contigo.
—
-¡Y quiero que el tío también duerma con nosotras! – exclamó Araceli, su vocecita cargada de
entusiasmo.
-¿Qué? -Esmeralda no pudo contener el grito que se le escapó, agudo y sorprendido.
Tiró de la comisura de sus labios en una mueca nerviosa, rehuyendo la mirada de Isaac. Unas bromas con la niña eran tolerables, pero que la situación la arrastrara a un malentendido tan grande… eso era otra cosa. Araceli, sin embargo, no cejaba en su empeño; combinaba súplicas con gestos adorables, un torbellino de ingenio infantil. Aunque era pequeña, su mente danzaba con ideas traviesas. Había captado perfectamente las indirectas del abuelo en la cena: él quería que el tío y la tía formaran una familia. Y ella, astuta como pocas, recordaba lo que sus padres le habían contado: que los bebés llegaban cuando dos personas dormían juntas. Si lograba que el tío y la tía compartieran cama, tal vez pronto tendría un nuevo compañero de juegos.
“Una hermanita estaría bien… los hermanitos son un fastidio“, pensó, imaginando a un pequeño como Pablo, todo caos y travesuras.
-Araceli, ¿de qué estás hablando? -preguntó Esmeralda, desconcertada-. ¿Qué hermanitos?
La niña sacudió la cabeza con rapidez, disimulando su plan con una risita emocionada.
-Tía, ¿podemos ir a dormir al cuarto del tío? -propuso, los ojos chispeantes-. La abuela dice que hay tesoros ahí, y casi nunca me dejan entrar.
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Isaac, con su manía por el orden, siempre había mantenido su habitación como un santuario intocable. Lo de los “tesoros” no era más que una artimaña para alejar a Araceli de su espacio sagrado.
-No, Araceli, no podemos ir a la habitación del tío -respondió Esmeralda, firme pero suave.
-¡Sí podemos, sí podemos! ¿Verdad, tío? -insistió la pequeña, girándose hacia Isaac con un guiño tan evidente que casi parecía un parpadeo exagerado.
“¿Qué estará tramando esta niña?“, se preguntó Esmeralda, entre divertida y alarmada.
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