Capítulo 39
En aquellos días, Esmeralda saboreaba la dulce certeza de ser profundamente valorada. El amor de Valentín había sido un torrente apasionado que ella percibía en cada gesto, en cada palabra. Pero el matrimonio, con el tiempo, se transformó en una jaula de barrotes invisibles, y los hijos llegaron como un candado que selló su destino. Valentín, inquieto, soñaba con alzar el vuelo y dejar atrás las cadenas que lo ataban.
Esmeralda cruzó el umbral del dormitorio de Isaac por primera vez, y el espacio la sorprendió por su austeridad. Apenas había muebles: una cama sencilla, un escritorio despejado y unas pocas estanterías con libros ordenados. Todo respiraba un minimalismo que contrastaba con la opulencia de la villa.
-No paso demasiado tiempo aquí -dijo Isaac, como si adivinara su curiosidad y quisiera llenar el silencio con una explicación.
Esmeralda sintió el impulso de preguntar por qué, pero una punzada de cautela la detuvo. Tal vez era por Úrsula, confinada a su lecho, o por las dificultades que él enfrentaba para moverse. Recordó cómo se había hablado de un envenenamiento que dejó sus piernas inservibles. Por eso, cuando lo vio levantarse de la silla de ruedas con un esfuerzo contenido, sus ojos se
abrieron en un destello de asombro.
-El veneno está bajo control con medicinas -explicó él, con voz calma-. Estas piernas todavía responden, aunque sea a medias.
Esmeralda inclinó la cabeza ligeramente.
-Ya veo–respondió, mientras permanecía cerca de la puerta, con una mezcla de incomodidad
y reserva.
Araceli aún no terminaba su baño, y estar a solas con Isaac en ese cuarto le resultaba extraño, como si el aire mismo contuviera una pregunta sin formular. Por fortuna, el sonido de pasos ligeros anunció la llegada de Sandra, trayendo a la pequeña envuelta en una toalla.
-¡Tía, abrázame!
–
exclamó Araceli, extendiendo los brazos con una sonrisa tan radiante que sus ojos se curvaron como lunas crecientes.
Esmeralda sintió una oleada de ternura. “Qué alegría“, pensó, “pronto tendré una hermanita para ella“. Con esa idea danzando en su mente, la tensión se deshizo como niebla al sol. Abrió los brazos y recibió a la niña con un cariño que le brotaba natural.
-A ver, a ver, déjame oler si ya estás bien limpiecita -dijo, hundiendo la nariz en el cabello
húmedo de Araceli.
Mientras Sandra le pasaba a la pequeña, sus ojos se deslizaron de Esmeralda a Isaac con una curiosidad mal disimulada. ¿Qué estaba ocurriendo ahí? Había interrogado a los sirvientes, y todos coincidían en que no eran pareja. Entonces, ¿por qué Araceli insistía en llamarla “tía” y ahora compartían ese espacio?
Esmeralda captó la mirada escrutadora de Sandra, y su rostro se endureció un instante.
1/2
16:52 D
-Sandra, ¿tienes algo que decir? -preguntó, con un tono que invitaba a la claridad.
-Ah, no, nada -respondió Sandra, soltando una risita nerviosa-. Solo que, señorita Jáuregui, Araceli a veces no duerme tan fácil, y quizás no sepa cómo calmarla. ¿No quiere que me quede yo con ella?
Al oír eso, Araceli frunció el ceño, claramente molesta. Se aferró al cuello de Esmeralda y apretó los labios en un mohín.
-No es cierto, yo duermo requetebién -protestó. En el kínder, la maestra siempre dice que soy la más obediente.
Isaac giró la cabeza y clavó en Sandra una mirada gélida.
-Puedes regresar con la familia Salgado -dijo, cortante-. Aquí no te necesitamos.
Sandra se quedó paralizada, como si las palabras no terminaran de asentarse en su mente.
-¿Señor Santana, quiere decir que…? -balbuceó tras un silencio torpe.
-Araceli, ¿necesitas que ella te cuide? -preguntó Isaac, sin apartar los ojos de Sandra.
La pequeña negó con la cabeza, decidida.
Comments
The readers' comments on the novel: La Falsa Muerte de la Esposa