Capítulo 44
El aire vibraba con la tensión de palabras afiladas y miradas cargadas de reproche, mientras los niños y la maestra permanecían atrapados en un torbellino de emociones encontradas.
-¿Cómo pudo pasar esto? -preguntó la señora Carrera, con la voz teñida de incredulidad, mientras sus ojos saltaban de un rostro a otro.
-¿Ella es tu tía? -inquirió Pablo, girándose hacia Araceli con una ceja arqueada y un dejo de
burla.
-¡Sí! Mi corona la hizo mi tía -respondió Araceli con firmeza, su pequeña barbilla alzada en un gesto de orgullo herido.
Pablo soltó una carcajada mordaz y torció el gesto en una mueca despectiva.
-No te creo. Una niña como tú, sin papás, seguro está inventando todo.
El color huyó del rostro de Araceli, dejando tras de sí una palidez que delataba su dolor.
-Tú… mientes. Yo sí tengo papás -replicó, con la voz temblorosa pero decidida.
-Claro que no, nunca los hemos visto insistió Pablo, cruzando los brazos con aire triunfal.
La señora Carrera, testigo silenciosa hasta ese instante, abrió los ojos de par en par. ¿Cómo podía un niño soltar algo así sin el menor asomo de empatía? Iba a intervenir cuando una voz firme y cortante rasgó el aire.
-¡Pablo! -espetó Esmeralda, con un tono que destilaba autoridad y una furia contenida.
El pequeño dio un respingo y la miró con asombro. Esa voz… era inconfundible. Pero, ¿cómo podía ser ella? Sus ojos se alzaron lentamente hasta encontrar los de Esmeralda, y la certeza lo golpeó como un relámpago.
-¿Mama? -balbuceó, con la duda y la sorpresa peleando en su expresión.
La boca de la señora Carrera se abrió en un gesto de estupefacción. ¿Qué estaba diciendo ese
niño?
Al ver que Esmeralda no respondía, Pablo se acercó a ella con pasos ansiosos.
-¿Mamá, eres tú? Sabía que no me abandonarías, ¿verdad? ¡Vamos, saca la corona de flores roja que hiciste para mí, es mía!
Las manos de Esmeralda temblaban de rabia contenida. Por un instante, el impulso de alzar la mano y corregirlo cruzó su mente, pero la presencia de tantos ojos en la entrada del jardín la frenó. Apretó los dientes y lo encaró con una mirada que ardía.
-¡Cállate ya! -ordenó, su voz un látigo que cortó el aire.
Luego, su atención se volcó hacia Araceli, cuyos ojos brillaban con lágrimas que rodaban silenciosas por sus mejillas. La ternura de esa niña, tan vulnerable y pura, le estrujó el alma.
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Capítulo 44
Esmeralda suavizó el gesto y se inclinó ligeramente hacia ella.
La señora Carrera, al fin, ató cabos y dejó escapar una exclamación.
-¡Oh, es cierto! Usted es la mamá de Pablo.
Esmeralda giró el rostro hacia la maestra, con una mueca de disculpa que no lograba ocultar su incomodidad.
-Lo siento mucho, señora Carrera, por todo este lío -dijo, con un suspiro que cargaba el peso de mil explicaciones no dichas.
-No se preocupe, pero… señora Espinosa, ¿qué está pasando? ¿No ha estado en casa con el niño estos días? -preguntó la maestra, con una mezcla de curiosidad y preocupación.
Esmeralda apretó los labios hasta que formaron una línea fina.
-Tuve algunos problemas con su padre. Por ahora, Pablo está con él -respondió, escueta, mientras su mirada se endurecía al posarse de nuevo en el pequeño.
Pablo, ajeno a la tormenta que había desatado, seguía obsesionado con su capricho. Pisoteó el
suelo con furia infantil.
-¡Quiero mi corona! -exigió, con la voz cargada de berrinche.
-Te dije que te callaras -replicó Esmeralda, fulminándolo con ojos que chispeaban de exasperación.
Pablo frunció el ceño y refunfuñó, desafiante.
-No quiero. No puedes mandarme. Le voy a decir a papá que se divorcie de ti y que Jaz sea mi nueva mamá.
Esmeralda sintió que algo se quebraba dentro de ella. La furia que había estado conteniendo se transformó en una calma gélida, una resolución que la envolvía como un manto. Inspiró profundamente y asintió con una lentitud deliberada.
-Está bien, tú lo pediste. Desde hoy, no me llames mamá -sentenció, con una voz que no admitía réplica.
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