Capítulo 50
-¿Todavía quieres algo más? -preguntó Valentín, con un dejo de impaciencia que apenas lograba disimular.
-Mi tarjeta sigue congelada -respondió Esmeralda, su voz firme, casi desafiante.
Si no fuera por la tarjeta que Isaac le había prestado para sobrevivir estos días, habría tenido que ingeniárselas de alguna forma, como una náufraga buscando refugio en una isla desconocida.
Valentín dejó escapar una risa breve, teñida de burla, como si el apuro de Esmeralda le resultara un chiste privado.
-Lo sé, tranquila, hoy mismo la desbloqueo. Vamos, regresa a casa conmigo.
-No he dicho que vuelva ahora mismo -replicó ella, sosteniendo su mirada sin titubear.
Valentín frunció el ceño, y una sombra de fastidio cruzó su rostro.
-Mi paciencia tiene un límite, Esmeralda.
-En medio mes, regresaré -sentenció ella, con la calma de quien ya ha trazado su camino.
El Centro de Servicios de Muerte Fingida había marcado su “fallecimiento” en menos de un mes, y no estaba dispuesta a volver solo para soportar veinte días más de tormento. La sola idea de enfrentar a esa familia le revolvía el estómago.
Valentín apretó las cejas, y su voz salió más dura de lo que pretendía.
-¿Entonces en este medio mes no piensas ocuparte de Pablo?
-Pablo ya está grande, ¿no? Siempre decías que lo sobreprotegía, que eso no le hacía bien -respondió Esmeralda, con un brillo irónico en los ojos.
Ella siempre había sido una madre de mano firme. En casa, su voz resonaba como un eco constante, guiando a los niños con una mezcla de autoridad y cariño. A veces, Valentín llegaba agotado del trabajo y encontraba a Pablo lloriqueando en sus brazos, lo que lo sacaba de quicio. Con el tiempo, él empezó a culparla por su propio mal humor, convencido de que ella controlaba demasiado. Ahora, sin ella, tendría exactamente lo que tanto había pedido.
-Me da igual -masculló Valentín, entre dientes, con el rostro tenso por el enojo.
-De todos modos, el niño no te necesita tanto. Medio mes está bien.
-Perfecto, entonces quedamos así -dijo Esmeralda, girándose con gracilidad y señalando el
ascensor con un gesto elegante de la mano.
-Entonces no te acompaño -añadió, despidiéndose sin mirarlo.
Valentín apretó los dientes con tanta fuerza que parecía a punto de quebrarlos. Había esperado
en la puerta durante largo rato, y ella ni siquiera había tenido la cortesía de invitarlo a pasar.
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Estaba claro que algo había cambiado en Esmeralda; una nueva seguridad la envolvía como un manto invisible. Seguramente Estefanía tenía que ver con eso. Pensaba que con su apoyo podía plantarle cara. Qué ilusa. ¿Qué podía hacer una mujer sola contra él?
En fin, eran solo quince días. Cuando volviera, con el orgullo aplacado, regresaría a su lugar, suplicando reconciliación. Entonces él aprovecharía para pedirle que hablara con la familia Santana. Con ese plan en mente, Valentín tragó sus palabras y se dio la vuelta para marcharse.
Esmeralda se quedó en el pasillo un buen rato después de que él se fue. En otro tiempo, tras una discusión así, habría sentido un vacío oprimiéndole el pecho, una tristeza que la devoraba por dentro. Pero ahora no. Solo había ligereza, como si un viento fresco hubiera barrido las nubes de su alma. Antes, su mundo giraba en torno a Valentín, cada decisión, cada suspiro. Desde que entendió que él no merecía tanto, todo se volvió más claro, más suyo.
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