Capítulo 69
Era un detalle diminuto, apenas una chispa en el vasto lienzo de su vida. Pero, como un susurro que se cuela entre las rendijas del alma, logró rozar su corazón con una intensidad inesperada. Mientras se desvivía por los Espinosa, nadie jamás se detuvo a preguntarle si sus manos temblaban de cansancio o si su espíritu añoraba un respiro. Recordaba el día en que volvió a casa, febril, con el pinchazo de una inyección aún fresco en su brazo; Valentín solo frunció el ceño y gruñó por la cocina apagada, como si las llamas ausentes fueran un delito imperdonable. O aquella vez, encorvada por los dolores menstruales, cuando Pablo, con lágrimas en los ojos, le reclamó entre sollozos por no llevarlo al jardín, como si su cuerpo no gritara en silencio.
Ella era esposa, era madre, un pilar tallado en sacrificio. Pero, ¿quién veía a Esmeralda, la mujer detrás de los títulos? Sus ojos se nublaron, traicionados por un brillo húmedo que no pudo contener. Con un gesto rápido, se frotó la nariz y giró el rostro, justo cuando los ojos inquisitivos de Isaac la encontraron.
-¿Qué pasa? —preguntó él, frunciendo el ceño con una mezcla de desconcierto y suavidad.
Esmeralda esbozó una sonrisa fugaz. -Nada, solo un bostezo. Ya voy a preparar la comida.
Sin más, dio media vuelta y se refugió en la cocina, donde el aroma de las especias prometía ser un bálsamo. Araceli, con esa ternura que solo los niños saben tejer, se acercó dando
saltitos.
-¡Tía, déjame ayudarte!
-No hace falta, pequeña. Anda, ve a jugar.
-¡No! —insistió la niña, con una determinación que desarmaba-. El abuelo y la abuela dicen que debo ser responsable.
Esa pequeña era un tesoro, demasiado sabia para su edad. El corazón de Esmeralda se ablandó, como tierra seca que recibe la lluvia, y tomó un puñado de apio para colocarlo en la cesta que Araceli extendía con orgullo.
-Está bien, ¿me ayudas a quitarle las hojas?
-¡Sí! -respondió ella, radiante, aferrando las ramitas con sus manitas.
La imagen de ambas, una alta y otra menuda, afanadas entre verduras y risas, arrancó una sonrisa a Isaac. Hacía tanto que no saboreaba una alegría tan pura, tan desprovista de artificios. El bullicio suave de la cocina llenaba el aire, hasta que un zumbido insistente rompió el encanto. Isaac sacó el teléfono con un dejo de fastidio y, tras unos minutos de murmullos tensos, se acercó a Esmeralda.
-Disculpa, surgió algo en el trabajo.
-Oh… -La decepción tiñó el rostro de Esmeralda, como una sombra pasajera-. ¿Entonces no comerás con nosotras?
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Capitulo 69
-Voy a resolverlo rápido. Si termino a tiempo, regreso.
No había terminado de hablar cuando Araceli, con ojitos tristes y un juguete colgando de su mano, se plantó frente a él.
-¿Tío, ya no vas a jugar conmigo?
Isaac guardó silencio, atrapado entre la promesa que le había hecho y el deber que lo reclamaba. Sabía que los padres de Araceli apenas pisaban casa, siempre perdidos en sus viajes, y que ella había crecido entre niñeras y abuelos, con un hueco que ni el lujo podía llenar. Ahora, con Esmeralda, esa pequeña empezaba a encontrar un refugio cálido, un eco de lo que tanto había anhelado.
Suspirando, le dio una palmadita en la cabeza. -Pídele al señor Silva que juegue contigo.
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