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La Falsa Muerte de la Esposa novel Chapter 76

Capítulo 76

Esmeralda se puso de pie con un brinco, el eco de la puerta aún resonando en sus oídos.

-¡Vaya, qué rapidez! exclamó mientras se dirigía a la cocina para buscar otro juego de cubiertos, sus pasos ligeros sobre el suelo.

Isaac la siguió con la mirada, escrutando cada movimiento como si quisiera asegurarse de que el mundo no la había lastimado en su ausencia. Al fin, un suspiro suave escapó de sus labios, un alivio que apenas se atrevía a mostrar. Se acercó a la mesa, tomó asiento con una postura firme y dijo:

-Hace un rato, Valentín estuvo aquí.

Esmeralda asintió lentamente, su rostro tensándose por un instante, como si el nombre fuera una piedra arrojada a un lago sereno.

Araceli, con la confianza de quien sabe que tiene un aliado, se aproximó a Isaac con un puchero que destilaba inocencia y preocupación.

-Tío, hace un rato vinieron Pablo y su papá. Le dijeron cosas horribles a la tía. Ojalá hubieras estado aquí para defenderla.

La pequeña hablaba con los ojos brillantes, las manos apretadas en pequeños puños de indignación. Isaac frunció el ceño, una sombra cruzando su semblante.

Todo esto es mi culpa, pensó, mientras una punzada de remordimiento le apretaba el pecho. Si no hubiera salido antes, si hubiera estado aquí

Con un gesto tierno, acarició la cabeza de Araceli, despeinando sus rizos oscuros.

-El tío ya está al tanto, pequeña.

-¡Entonces, tío, vas a vengarte por la tía! exclamó ella, su voz cargada de entusiasmo infantil.

-Sí, lo haré -respondió Isaac, con una certeza que resonó como promesa.

-¡Qué bueno, tío, eres el mejor! celebró Araceli, dando un saltito de alegría.

Esmeralda alzó la vista, sorprendida, buscando los ojos de Isaac. Él, al encontrarse con esa mirada curiosa, desvió la suya hacia la mesa y explicó con calma:

-Araceli es parte de la familia Santana, al fin y al cabo. Y en esta familia no toleramos que nos pisoteen.

Ella no respondió. En silencio, sirvió una sopa humeante que había preparado con esmero, pensando en la salud de Araceli y en las piernas cansadas de Isaac. Él tomó el cuenco con un murmullo de gratitud, y mientras lo hacía, sus ojos se deslizaron una vez más hacia el rostro de Esmeralda, deteniéndose en la curva suave de su mejilla.

Tras la comida, el sueño comenzó a pesar en los párpados de los niños. Carmelo se ofreció a

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lavar los platos, el sonido del agua acompañando sus movimientos mientras Esmeralda llevaba a Araceli al cuarto. La niña se acurrucó entre las sábanas, y pronto su respiración se volvió lenta y profunda. Con cuidado, Esmeralda cerró la puerta tras de y regresó al salón. Allí estaba Isaac, sentado en el sofá, la mano izquierda cerrada en un puño sobre la rodilla, como si intentara contener algo más que el dolor físico.

-¿Te duelen las piernas? preguntó ella, su voz suave pero cargada de atención.

-Un poco admitió él, sin rodeos-. Están algo resentidas.

Había llegado con prisa, los pasos firmes pero descuidados, dejando la silla de ruedas atrás en su apuro por estar presente. Esmeralda se volvió hacia el gabinete y sacó un puñado de moxa y agujas de acupuntura, sus movimientos precisos como los de una artesana.

-Déjame intentar con un poco de acupuntura

propuso, ya inclinándose hacia él.

-Está bien aceptó Isaac tras una breve pausa, asintiendo con un leve movimiento de cabeza. En verdad, no era gran cosa; con un rato de reposo, el dolor cedería. Pero si ella lo ofrecía, ¿cómo podía negarse? El aroma cálido y terroso de la moxa se alzó en volutas delicadas, impregnando la habitación con una calma que contrastaba con la tormenta que ambos llevaban dentro.

Mientras Esmeralda trabajaba con concentración, las agujas encontrando su lugar con destreza, Isaac rompió el silencio:

-Antes fui impulsivo. Valentín, después de todo, es tu esposo.

-¿Ah, qué? Esmeralda alzó la cabeza de golpe, la moxa casi rozándole los dedos con su calor.

Isaac apretó los labios un instante antes de continuar:

-Cuando Araceli me preguntó, noté que parecías dudar.

Ella entendió al fin de qué hablaba: la venganza contra Valentín. Con una sonrisa tenue, cargada de resignación, respondió:

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