Capítulo 85
Esmeralda sintió un nudo en la garganta, un peso que le robaba el aliento y la dejaba sin palabras. La incredulidad la envolvía como una brisa helada ante lo que acababa de escuchar de labios de Valentín. Inspiró profundamente, cerrando los ojos con fuerza, como si así pudiera contener el torbellino que se agitaba en su interior.
Los recuerdos de aquellos dos años sombríos tras el nacimiento de Pablo emergieron con una claridad dolorosa. Su pequeño llegó al mundo frágil, con un llanto que parecía no tener fin, desgarrándole el alma noche tras noche. La niñera, incapaz de calmarlo, dejó todo en sus manos: las madrugadas interminables, el agotamiento de amamantarlo cada dos horas, las fiebres repentinas que la llenaban de angustia. Pablo, su tesoro, había sido también su cruz, una prueba de resistencia que enfrentó sola.
Con voz pausada, casi temblorosa, Esmeralda desgranó esos días de sacrificio, mientras Valentín la observaba con un rostro impasible, casi ausente. Por un instante, sus cejas se fruncieron, como si intentara descifrar algo en su mente, pero no había empatía en sus ojos.
Ella dejó escapar una risa seca, cargada de ironía.
-¿De verdad no lo recuerdas? -dijo, con un filo de incredulidad-. Siempre estabas “ocupado” con la oficina, llegaba un milagro si te veía en casa. Y cuando por fin aparecías, el llanto de Pablo te sacaba de quicio y te ibas a dormir al estudio. ¿Cómo pudiste borrarlo todo, Valentín?
-Yo…
Valentín entreabrió los labios, desconcertado, como si las palabras de Esmeralda lo hubieran golpeado por sorpresa. En verdad, esos días se habían desdibujado en su memoria, relegados a un rincón olvidado bajo el peso de sus ambiciones.
-Admito que me equivoqué antes -concedió, con un tono que buscaba redimirse-. Pero, Esme, dime con sinceridad, ¿no les he dado una vida mejor a ti y a Pablo con todo mi esfuerzo
estos años?
Él, como hombre, siempre había creído que su deber era construir un imperio, que el trabajo lo justificaba todo. No alcanzaba a ver qué había de malo en sacrificar su tiempo por una existencia más cómoda para ellos.
Esmeralda lo miró en silencio, atónita, hasta que una risa amarga brotó de sus labios, frágil y
cortante.
-Si de verdad me conocieras, sabrías que nunca quise esto cuando decidí estar contigo.
Valentín se quedó mudo, su mirada vagando hacia algún punto lejano mientras las promesas
de su boda resonaban en su cabeza.
-Valentín, quiero que estés conmigo todos los días, ¿sí? -había dicho ella, con aquella sonrisa
radiante.
-Cuando nazca el niño, los tres deberíamos salir a divertirnos seguido.
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Capítulo 85
-Crecí en las montañas, me encantaría que tú y nuestro hijo me acompañaran a visitarlas.
Él había asentido con entusiasmo, prometiendo el mundo entero. Pero luego, entre reuniones y pretextos, esas palabras se convirtieron en ecos vacíos. Los fines de semana, cuando ella sugería salir, él solo quería hundirse en el sofá, agotado, culpándola en silencio por no entender su cansancio. Ahora, por fin, veía cuánto le había fallado.
Con un suspiro profundo, como si intentara ahogar la culpa que lo inundaba, Valentín habló.
-Antes no tenía tiempo, lo sé. Pero cuando la empresa salga a la bolsa, me encargaré de estar más contigo y con Pablo.
Esmeralda apretó los labios, conteniendo el impulso de alzar los ojos al cielo. ¿Eso era todo lo que tenía que ofrecerle? Después de tanto, él seguía ciego, perdido en su propio mundo.
No le faltaba tiempo para organizar una fiesta por el cumpleaños de Jazmín, pero para ella siempre había una excusa. No era cuestión de agendas; era cuestión de prioridades.
-Hablando de otra cosa -añadió él-, las dos casas que me pediste ya están en trámite. Esta semana serán tuyas.
Esmeralda alzó una ceja, midiendo sus palabras antes de responder con calma.
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