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La Guerra de una Madre Traicionada novel Chapter 23

Capítulo 23

André ejercia una fuerza descomunal, y el dolor en la muñeca de Sabrina se tornaba agudo, como si diminutas agujas se clavaran en su piel.

Ella resistió el tormento, alzó la vista hacia aquel hombre imponente y, con una calma gélida, pronunció:

-Te escuché, André. ¿Y ahora qué?

Fabián, incapaz de captar la intención tras sus palabras, levantó la voz con indignación:

-¿Cómo que y ahora qué? ¡Pues disculpate con Araceli, qué más!

Jorge dejó escapar un suspiro quedo, casi imperceptible.

Si Sabrina tuviera la menor intención de ceder, no habría soltado esa pregunta con tal desprecio. Lo que en verdad dejaba entrever era que había oido la orden de André, pero no pensaba doblegarse.

Los ojos de André, fríos como el acero, se clavaron en el rostro de Sabrina, escrutándola sin piedad.

-Te lo digo por última vez: disculpate con Araceli.

Sabrina alzó la mirada hacia los rasgos finos y severos del hombre que tenía enfrente.

-André, ¿sabes cuál es la frase que más me has repetido en todo este tiempo? Disculpate con Araceli. Si no te cansas de decirlo, yo ya estoy agotada de cirlo.

-¿Qué tal si a ti y a Araceli les gusta tanto escuchar disculpas? Podria contratar a alguien para que se las recite todo el día, ¿te parece?

Fabián, rojo de furia, estalló al instante:

-¡Sabrina, te comportas como una niña y ni siquiera te disculpas! ¿No te da vergüenza?

Ella respondió con una indiferencia que cortaba como el viento:

-Si tan convencido estás de que hice algo malo

llama a la policía y que me arresten.

Fabián, apuntándola con un dedo tembloroso, estaba tan furioso que las palabras se le atoraron en la garganta.

-¡Tú!

De pronto, Sabrina sintió un latigazo de dolor en la muñeca, tan intenso que parecía que los huesos crujirían bajo la presión.

El sufrimiento le arrugó el ceño, y su rostro, ya pálido, perdió aún más color.

André, sin embargo, parecia ajeno a su agonía, sus ojos penetrantes fijos en ella, inmóviles.

-Señor Carvalho -dijo Sabrina, consciente de que enfrentarlo solo la lastimaría más-,estás a

punto de fracturarme la muñeca.

André no relajó su agarre ni un ápice.

-¿Entonces? ¿Aún no piensas disculparte?

Fabián, desde un lado, avivó las llamas con deleite:

-¡Así se hace, André! ¡Que esta mujer aprenda a medir sus palabras y sus actos!

El sudor frio perlaba la frente de Sabrina, y su rostro estaba blanco como la porcelana.

El dolor hacía que sus pestañas temblaran con delicadeza, como hojas al viento.

-Si el señor Carvalho de verdad me rompe la muñeca, no dudaré en llamar a la policía y denunciarte por agresión. Aunque, pensándolo bien

Una sonrisa tenue, cargada de sarcasmo, asomó en sus labios.

-Lo que me estás haciendo podría no ser solo agresión. ¿Violencia doméstica, tal vez?

-Imaginate los titulares: el gran presidente del Grupo Carvalho, un hombre que golpea a su esposa. Eso que captaría la atención de los medios y del público, ¿no crees?

La presión en su muñeca cedió de golpe, y Sabrina alzó la mano para inspeccionarla.

La piel, antes tersa y clara, ahora lucía un moretón que se extendia como una sombra sobre su delicadeza.

Un destello fugaz cruzó los ojos de André.

Fabián, al ver la escena, no pudo contener su descontento:

-¡André, no le hagas caso! ¿Amenazarte así? ¡Esta mujer es insoportable! Seguro es otro de sus trucos para manipularte

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