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El CEO se Entera de Mis Mentiras novel Chapter 206

Capítulo 206

Alberto alzó la mirada y vio una silueta esbelta y etérea. ¡Raquel había llegado!

Frunció los labios con seriedad. -¿Qué haces aquí? ¿Quién te dejó venir?

Raquel camino hacia la sala y se detuvo frente a él.

-¡Secretario Francisco! -llamó Alberto. -Secretario Francisco, ¿dónde está la persona que te pedí que prepararas? ¿Por qué aún no ha llegado?

Silencio.

Nadie respondió.

Raquel tampoco dijo nada.

Con impaciencia, Alberto se desabrochó el primer botón de la camisa y le ordenó con voz firme: —¡Sal de aquí!

Raquel bajó la mirada, y sus largas pestañas proyectaron sombras delicadas sobre su rostro. Entonces, me voy de verdad.

Se dio la vuelta y comenzó a marcharse.

Pero, en el segundo siguiente, una mano grande y firme se extendió hacia ella, sujetando con fuerza su delgado brazo. La voz del hombre, impregnada de furia contenida, resonó con gravedad:

¡Raquel!

Estaba tan enojado que pronunció su nombre con los dientes apretados.

Raquel giró la cabeza y, con un destello travieso e inteligente en los ojos, preguntó: -¿Por qué me llamas?

Alberto la atrajo hacia con más fuerza.

Su cuerpo ardía, como si su temperatura estuviera al nivel del magma. Los efectos de la Fragancia Afrodisíaca lo habían afectado por demasiado tiempo, y solo su férrea voluntad lo mantenía en pie.

Desde que había regresado a Villa Cielo Claro, sus ojos estaban inyectados en sangre y su

conciencia comenzaba a desvanecerse.

Ahora, con la suavidad y calidez del cuerpo de Raquel en sus brazos, hundió el rostro en su cabello sedoso y comenzó a besarla. Sus manos firmes se deslizaron bajo la tela de su ropa.

Raquel se estremeció ligeramente ante su contacto.

-¿Por qué tiemblas? ¿Nunca has estado con un hombre?

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Raquel lo miró fijamente. En los ojos del hombre danzaban dos llamas rojas. El disfraz de autocontrol que siempre llevaba puesto se había desvanecido. Ahora la miraba con una intensidad cruda y desenfrenada, descarada y lasciva.

¿Acaso siempre había creído que ella tenía una vida privada caótica? ¿Que había estado con muchos hombres?

Tal vez por eso la trataba con tanta indiferencia.

Raquel mordió sus labios rojos con sus pequeños y blancos dientes. Alzó la mano y se dispuso a

abofetearlo.

Pero esta vez no lo logró. Alberto atrapó su muñeca en el aire y, con un empujón, la hizo caer

sobre el sofá.

Su cuerpo caliente y musculoso la inmovilizó bajo él. Su voz sonó baja y peligrosa: -¿Te has enviciado con abofetearme? Atrévete a intentarlo de nuevo.

Solo Raquel se atrevía a levantar la mano contra él, Alberto.

Raquel forcejeó. -Suelta mi mano.

Alberto la soltó, pero en su lugar comenzó a desabrochar su ropa.

-Alberto, espera. Puedo ayudarte.

Mientras hablaba, Raquel deslizó la mano hasta su cintura y rozó la aguja plateada que llevaba escondida. Con un rápido movimiento, intentó clavársela en un punto vital.

Pero Alberto no era alguien fácil de engañar. Antes de que pudiera tocarlo, él le apartó la mano de un golpe. -¿Qué intentas hacer?

La aguja cayó sobre la alfombra. Raquel se apresuró a recogerla. -Mi aguja

Alberto la observó mientras se inclinaba para recogerla. Su largo cabello negro caía como una cascada de seda, enredándose delicadamente en su brazo delgado. Su perfil era puro y suave como la porcelana. Una belleza imposible de ignorar.

Alberto la miró fijamente, con la intensidad de un hombre que analiza a una mujer. Cada hombre tenía su propio tipo de mujer ideal, pero hasta conocer a Raquel, él nunca había sabido cuál era el suyo.

Ana siempre había sido su consentida, y todos asumían que le gustaban las mujeres ardientes y apasionadas, como una rosa roja. Él mismo lo había creído.

Hasta que apareció Raquel.

Ella parecía encajar perfectamente en su ideal de belleza. Su rostro de diosa era algo de lo que no podía apartar la vista.

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Los ojos de Alberto se clavaron en su pequeño y níveo rostro en forma de huevo. Su mano grande y fuerte alcanzó la faja negra que ceñía su cintura y, con un rápido movimiento, la desató. Con su ardiente y pesada figura, la atrapó en su abrazo.

Se inclinó sobre ella, su respiración se entrecortaba. Susurró su nombre con voz grave: Raquel

La mano de Raquel ya había alcanzado la aguja en la alfombra. Casi la tenía.

Pero en ese momento, sintió cómo su ropa se levantaba.

Su cuerpo se tensó al instante, y comenzó a forcejear desesperadamente. -¡Alberto, no!

Alberto la abrazó con más fuerza y la empujó de nuevo contra el sofá. Entonces, sin más preámbulos, capturó sus labios con los suyos.

Ella luchó con todas sus fuerzas. Pero ese estímulo solo provocó que Alberto perdiera aún más el control. En su arrebato, golpeó un florero, que cayó al suelo con estrépito. Periódicos y revistas se esparcieron por todas partes

Los ojos oscuros del hombre se llenaron de incredulidad mientras la miraba con asombro. —¿ Cómo es posible que todavía seasvirgen?

Él había asumido que no lo era.

Nunca se le había pasado por la cabeza que ella aún conservara su pureza.

Raquel hundió los dientes en su hombro con fuerza.

Lo mordió con tanta intensidad que casi le arrancó un pedazo de carne.

Parecía querer destrozarlo con esa mordida.

Alberto la sujetó por el rostro y la obligó a soltarlo.

Usó su mano izquierda. Raquel notó la larga cicatriz en su palma, la marca que había quedado de aquel momento en que él la salvó.

Pero eso no era suficiente para borrar todo el daño que le había hecho antes.

Con los ojos nublados por las lágrimas, lo miró fijamente, su mirada húmeda y penetrante.

Alberto sintió que algo dentro de él se quebraba. Un vacío profundo se abrió en su interior.

-Lo siento, me equivoqué-Su voz sonó ronca al disculparse.

Se había equivocado.

Se había equivocado de la peor manera.

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Ella nunca había estado con otro hombre. Él era el primero.

Pero antesantes la había humillado de esa forma.

Raquel no aceptó su disculpa. Desvió la mirada, apartando el rostro.

Alberto tomó su pequeña mano y la llevó con firmeza hacia su propio rostro.

¡Pa!

El golpe resonó con fuerza.

Raquel se quedó atónita.

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