Capítulo 214
Él quería humillar a alguien, y para eso necesitaba despojarlo de su dignidad y hacerlo pasar por la peor vergüenza posible.
Ella no permitió que Camila lo llamara.
A lo sumo, si hubiera permitido que Camila lo llamara, ¿qué habría pasado?
¡Él no usó protección!
-Ya entiendo lo que quiere decir el presidente Alberto, tranquilo, no lo llamaré más. Puede
irse.
Raquel levantó los ojos con esfuerzo, tratando de evitar que las lágrimas brotaran. No quería llorar frente a él.
Alberto vio que sus ojos estaban rojos, y en su interior despertó una sensación de venganza, fresca y placentera. Sabía que la odiaba.
La odiaba por no haber ido esa noche.
Él había llamado deliberadamente a su secretario, porque sabía que el secretario Francisco iría
a buscarla.
Pero ella no apareció.
La odiaba aún más por haberse desmayado y llamarlo a él.
¿Acaso lo había considerado a él, Alberto, como alguien en quien podía confiar de esa manera?
Alberto levantó ligeramente sus labios, y las palabras que salieron de su boca fueron aún más frías y despiadadas: -Divorciémonos pronto. Podemos ocultárselo a mi abuela, lo importante es que vayamos a obtener el certificado de divorcio primero…
No había terminado de hablar cuando Raquel tomó una almohada y se la arrojó con fuerza. —¡ Lárgate!
Le estaba pidiendo que se fuera.
La almohada golpeó su hermoso rostro y cayó al suelo. Alberto se inclinó de repente y la empujó contra la cama.
Raquel intentó resistirse, pero Alberto sujetó sus manos, que se movían desordenadamente, presionándolas contra el costado de la cama. Con voz fría y dura, le gritó: —Raquel, ¿quién te dio permiso de tocarme? ¿Crees que te estoy haciendo un favor?
Raquel no quería dejar que las lágrimas cayeran, pero no pudo evitarlo. Grandes lágrimas
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comenzaron a caer rápidamente, como perlas caídas de un hilo roto.
Sus ojos se nublaron al instante.
Ella lloró.
Alberto sintió un retorcijón en su pecho. Al principio, deseaba verla llorar, pero ahora le molestaba verla llorar.
Ella siempre hacía eso, lo desconcertaba y lo irritaba…
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Raquel aspiró entrecortadamente, con las fosas nasales sonrojadas, y su voz se quebró al decir: -Alberto, te odio… te odio mucho, mucho…
Lo repitió varias veces para enfatizar lo mucho que lo odiaba.
Llorando, le dijo que lo odiaba.
Alberto sabía que ella sabía cómo atraer a los hombres, y en ese momento lo estaba haciendo con él. Tragó saliva, y su voz se volvió áspera: -¿Por qué me odias?
Era ella quien había cometido el error.
¡Ella seguía siendo su señora Díaz!
El rostro pálido de Raquel estaba cubierto de lágrimas, y una sensación de injusticia la invadió por completo: -Porque no me quieres… porque siempre te aprovechas de que te quiero para
hacerme daño…
Él había dicho que la querría, pero no lo había hecho.
Durante todos esos años de matrimonio, nunca la trató bien. Siempre la había maltratado.
Ella realmente lo odiaba mucho.
¿Por qué tenía que tratarla así?
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