Capítulo 259
Raquel extendió la mano, con la intención de acariciar el apuesto rostro de Alberto.
Sin embargo, sus delgados dedos fueron detenidos de inmediato, y Alberto abrió los ojos
somnolientos.
Él tomó su pequeña mano y la besó suavemente en los labios, luego giró la cabeza hacia ella. ¿Ya despertaste?
Su voz, aún adormilada, sonaba grave y rasposa.
Con la mirada baja, la observaba con ternura.
Raquel, con su carita redondeada y ligeramente sonrojada, dijo: -Ya es tarde, es hora de
levantarse.
–
Alberto la abrazó suavemente, apretándola contra su pecho. -Duerme un poco más conmigo.
Quería seguir durmiendo.
Pero Raquel se sentó en la cama. —No, estamos en el dormitorio. En un rato todas se van a
despertar y nos van a ver. Mejor vete rápido.
Alberto levantó las cejas, sus ojos rasgados brillando con picardía, y le sonrió con un aire travieso. —¿Dormimos juntos anoche y ahora me echas? Raquel, ¿qué tan realista eres?
Raquel, molesta, guardó silencio.
Lo miró ferozmente y se levantó de la cama, apartando las cobijas.
Pero, tan pronto como se puso de pie, su cuerpo delicado resbaló hacia el suelo.
-¡Ah!
Exhaló un pequeño suspiro.
No llegó a caer al suelo, ya que un brazo fuerte se extendió en el último momento, rodeando su delicada cintura y levantándola en el aire.
Alberto la sostuvo en sus brazos. -¿Estás bien?
¿Estar bien?
Raquel apretó el pequeño puño y le dio un golpe con fuerza.
Golpéate el pecho.
Raquelita, aún sin maquillaje, mostraba un inocente leve rubor en su piel blanca. Un pequeño
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clip de colores brillantes, de esos que se caen con facilidad, estaba torcido en su cabello. La pequeña queja juguetona de la joven no podía ser más encantadora.
Bah.
Alberto dejó escapar una risa baja y rasposa, complacido por su gesto. Siempre le había gustado esa pureza y frescura juvenil que ella desprendía.
La dejó suavemente en la cama y se inclinó sobre ella, con una sonrisa burlona. -¿Tienes energía? Vamos a hacer algo de ejercicio matutino.
Bajó la cabeza y la besó.
¿Ejercicio matutino?
Raquel se apartó rápidamente. -Alberto, no.
Los dos se enredaron en la cama, riendo y jugando.
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El aire a su alrededor era dulce, como si pudiera estirarse en hilos. Esa, probablemente, era la sensación del amor.
En ese momento, Alberto metió la mano bajo la almohada y sus dedos toparon con algo duro.
-¿Qué hay debajo de la almohada?-preguntó.
Era el medallón de jade.
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